Por Javier Marías |
Cuando escribo esto, Trump lleva dos semanas como
Presidente. Cuando ustedes lo lean, llevará cuatro, así que los estropicios se
habrán duplicado como mínimo. A mí no me da la impresión de que ese individuo
con un dedo de frente quiera cumplir a toda velocidad sus promesas electorales,
o hacer como que las cumple, o demostrar que lo intenta (hoy, un sensato juez
de Seattle le ha paralizado momentáneamente su veto a la entrada de ciudadanos
de siete países musulmanes).
La sensación que me invade es de aún mayor
peligro, a saber: se trata de un sujeto muy enfermo que debería ser curado de
sus adicciones, la mayor de las cuales es sin duda su necesidad de
hiperactividad pública, de tener las miradas puestas en él permanentemente, de
no dejar pasar una hora sin proporcionar sobresaltos y titulares, provocar
acogotamientos y enfados, crisis diplomáticas y tambaleos del mundo.
Su incontinencia con
Twitter es la prueba palmaria. Quienes tuitean sin cesar, es
sabido, son personas megalomaniacas y narcisistas, es decir, gravemente
acomplejadas. No soportan el vacío, ni siquiera la quietud o la pausa. Un
minuto sin la ilusión de que el universo les presta atención es uno de
depresión o de ira. Precisan estar en el candelero a cada instante, y los
instantes en que no lo están se les hacen eternos, luego vuelven a la carga.
Hay millones de desgraciados que, por mucho que se esfuercen y tuiteen, siguen
siendo tan invisibles e inaudibles como si carecieran de cuenta en esa red (si
es que esa es la palabra: lo ignoro porque no he puesto un tuit en mi vida).
Pero claro, si uno se ha convertido misteriosamente
en el hombre más poderoso de la tierra, tiene asegurada la atención planetaria
a las sandeces que suelte cada poco rato. El eco garantizado es una invitación
a continuar, a aumentar la frecuencia, a elevar el tono, a largar más
improperios, a dar más sustos a la población aterrada. Es el sueño de todo
chiflado: que se esté pendiente de él, y no sólo: que se obedezcan sus órdenes.
Ya han surgido comparaciones entre Trump y Hitler. Por fortuna, son prematuras.
A quien más se parece el Presidente cuyo incomprensible pelo va a la vez hacia
atrás y hacia adelante; a quien ha adoptado como modelo; a quien copia
descaradamente, es a Hugo Chávez. Éste se procuró a sí mismo un programa de
televisión elefantiásico (Aló Presidente), obligatorio para todas las cadenas o
casi, en el que peroraba durante horas, sometiendo a martirio a los
venezolanos. Era faltón, no se cortaba en sus insultos (“¡Bush, asesino, demonio!”,
le gritaba al nefasto Bush II que ahora nos empieza a parecer tolerable, por
contraste), le traían sin cuidado las relaciones con los demás países y los
incidentes diplomáticos, gobernaba a su antojo y cambiaba leyes a su
conveniencia, y sobre todo no paraba, no paraba, no paraba. Recuerden que la
desesperación llevó al Rey Juan Carlos, por lo general discreto y afable, a
soltarle “Pero ¿por qué no te
callas?”, ante un montón de testigos y cámaras. Trump es un imitador
de Chávez, sólo que con tuits (de momento). Es su gran admirador y su verdadero
heredero, porque Maduro es sólo una servil caricatura fallida.
Pero detrás de Trump hay más gente, aparte de los
62 millones de estadounidenses suicidas que lo votaron, bastantes de los cuales
deben de estar ya arrepentidos. Detrás están Le Pen y Theresa May y Boris
Johnson y Farage, están Orbán y la títere polaca del gemelo Kaczynski
superviviente, está sobre todo Putin. Está el Vicepresidente Pence, un beato
fanático, tanto que en Nueva York se me dijo que había que rezar por la salud
de Trump, paradójicamente, para que su segundo no lo sustituyera en el cargo. Y
está Stephen Bannon, su consejero principal, un talibán de la extrema derecha
en cuya web Breitbart News se
ha escrito que abolir la esclavitud no fue buena idea, que las mujeres que usan
anticonceptivos enloquecen y dejan de ser atractivas, que “padecer” feminismo
puede ser peor que padecer cáncer … Este comedido sabio va a estar
presente en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional por imposición de
Trump, contraviniendo la inveterada costumbre de que a ellas no asistan
asesores ideológicos del Presidente, que le puedan persuadir de tirar bombas
donde y cuando no conviene.
Ha llegado ya, muy pronto, el momento de hacer
algo. Pero ¿qué? Los Gobiernos están semiatados, las sociedades no tanto. Antes
o después a alguien se le ocurrirá un boicot a los productos estadounidenses.
Según Trump, todos los países se han aprovechado del suyo. Pero a todos el suyo
les vende infinidad de cosas (desde cine hasta hamburguesas), y de eso depende
en gran medida el éxito o el fracaso de su economía. Si la economía falla, los
empresarios y las multinacionales se enfadan mucho. Y se enfadarán con Trump,
Pence y Bannon, quizá hasta el punto de querer que se vayan, o de obligarlos a
cambiar de estilo y de ideas. El estilo Chávez es ruinoso, eso ya está
comprobado.
© Zenda –
Autores, libros y compañía / Agensur.info
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