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miércoles, 22 de febrero de 2017

Grasa arrojada por encima de un muro

Por Guillermo Piro
Imaginen que son británicos y que adoran la novela negra estadounidense. Entonces presentan un proyecto a una editorial y ésta lo acepta. El proyecto no puede ser más atractivo: viajar a los Estados Unidos, alquilar un auto e ir visitando a sus escritores de novela negra preferidos en su propia ciudad, previa aclaración de que lo que se espera de ellos no es una usual entrevista, sino un día de paseo por los lugares que aparecen en sus novelas. 

Así es como John Williams visita en 1989 a Elmore Leonard en Miami, a Sara Paretsky en Chicago, a James Ellroy en Los Angeles, a Joe Gores en San Francisco, y a muchos más. El último de sus escritores entrevistados es Andrew Vachss, en Nueva York.

Andrew Vachss es un escritor no muy conocido en español; de su treintena de novelas sólo se tradujeron tres: Bajos fondos, Strega y Blue Belle. Nació en 1942, está casado y vive rodeado de perros. Después de haber sido taxista, asistente social, director de un penitenciario para menores y enviado de la ONU en Biafra durante la guerra civil nigeriana (allí se pescó un virus que le hizo perder un ojo) se recibió de abogado y se dedicó a la defensa de menores víctimas de estupro. El asunto es que llegado a determinado punto se dio cuenta del problema que significaba para su “misión” la tremenda ignorancia de la opinión pública en todo lo concerniente a la pedofilia. Así que se dedicó a escribir novelas cuyos temas giran siempre alrededor de ella.

A Vachss no le interesa hablar de literatura, pero tampoco hablar de pedofilia: hablar de literatura no conduce a ninguna parte y hablar de pedofilia con alguien que no sea un juez tampoco. De modo que no concede entrevistas. Extrañamente acepta el pedido que le hace Williams de pasar un día con él. Williams habla de su sorpresa mientras espera en la puerta del hotel a que Vachss pase a buscarlo. De pronto percibe los gritos que provienen de un taxi y que parecen estar dirigidos a él. Efectivamente quien le grita es el taxista. Se acerca y ve que el taxista es Andrew Vachss. Se sube al taxi, y lo primero que Vachss le dice es: “Ponga el seguro”; Williams objeta: “¿No será usted un paranoico?”, a lo que Vachss retruca: “En esta ciudad el que no es paranoico está loco”. Lo que sigue es la explicación de por qué un abogado y escritor está conduciendo un taxi: a Vachss le gusta tener bajo control a los pedófilos que cumplieron condena y fueron liberados; sabe dónde viven, pero dar vueltas alrededor de sus casas con su propio auto levantaría sospechas, y en cambio nadie sospecha de un taxi que da vueltas. Exactamente eso es lo que acaba de hacer. “¿Por qué aceptó esta entrevista?”, pregunta Williams, y Vachss responde: “Porque usted es británico, y los británicos aman a los perros”. Lo que sigue es un largo paseo por Nueva York, mientras Vachss habla de cuando siendo taxista una vez un pasajero le pidió que lo llevara a cualquier lugar donde viviera un argentino para matarlo. Y explica por qué se volvió despiadado y brega por la castración química y la pena de muerte para los pedófilos. Ni Williams ni Vachss se bajan nunca del taxi. Al final, Vachss lleva al británico a las afueras de la ciudad. Señala el muro que separa un descampado poblado de perros de un frigorífico y dice: “Estos son los perros más duros de Nueva York. Sobrevivir allí es difícil. Los obreros del frigorífico los alimentan con grasa que arrojan por encima del muro. Llévese un cachorro a casa, no se va a arrepentir”. Pero Williams se niega y eso basta para que Vachss emprenda el camino de regreso sin volver a pronunciar una sola palabra. El libro se titula Into the Badlands. Fue traducido en España en 1992 como Viaje al sueño americano. Considérenlo grasa que les arrojo por encima de un muro.

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