Por Manuel Vicent |
En las tertulias de antaño siempre había un erudito que lo
sabía todo. Recordaba nombres, fechas y datos con absoluta precisión gracias a
su privilegiada memoria alimentada por múltiples, diversas y a veces inútiles
lecturas. Ante cualquier discusión se recurría a él en última estancia para que
ejerciera de tribunal de casación. Hoy el prestigio de esta clase de sabios, ganado a pulso
después de quemarse las pestañas leyendo montones de libros, ha desaparecido.
La erudición ya no sirve de nada.
Ahora en cualquier debate en que las partes se obstinan por
tener razón, mientras la disputa se alarga y adquiere una elevada temperatura,
tal vez el más tonto del grupo que ha permanecido callado picotea discretamente
en el iPhone y cuando la discusión alcanza un encono sin salida, exhibe el veredicto
inapelable que dicta la pantalla del móvil como si fuera el ojo de halcón.
He aquí la verdad sacada con la punta de los dedos del
légamo digital. El prestigio está en manos de cualquier garrulo que sepa
manejar mejor y más rápidas las cinco yemas para extraer la razón del Google.
El inicio de la Edad Moderna lo marcó el invento de la
imprenta. La edición masiva de libros terminó con el argumento de autoridad,
que estaba en manos hasta entonces de clérigos, leguleyos y sanadores, como una
fuente de poder frente a la ignorancia de la gente. Una revolución semejante se
produce ahora en medio del bosque digital donde el alumno puede sacarle el ojo
de halcón al profesor, el paciente al médico, el analfabeto al filólogo, el
idiota al científico y el reo al juez.
La cultura es hoy una enloquecida barra de bar que circunda
el planeta y la política mundial está presidida por un venado con una
cornamenta de 14 puntas, toda de oro, un Calígula que gobierna el imperio con
los dedos movidos por el odio, la ignorancia y la estupidez.
0 comments :
Publicar un comentario