Por Jorge Fernández Díaz |
"Macri hizo veinte años de psicoanálisis; trabajó mucho
sobre sí mismo", se jactó ante El País de Madrid el filósofo presidencial,
mientras su jefe cobraba para el campeonato en la Argentina, precisamente por
arreglarle una deuda millonaria a su propio padre. La vida está llena de
ironías, y Hermann Hesse solía deslizar una bastante cruel: "La familia es
un defecto del que no nos reponemos fácilmente".
Ni veinte años de diván
te salvan de los chantajes emocionales y amorosos que a veces circulan de
manera sorda e invisible en el interior profundo de las mejores familias. El
padre, los hermanos y algunos otros parientes de esa constelación se opusieron
siempre a la vocación suicida de Mauricio: hacer política; algo que dañó de
hecho la expansión empresarial de ese grupo. Pero la Presidencia de la Nación
resultó realmente el colmo de los colmos: ¿para qué exponerse a esa
"maldición" cuando está el confort corporativo e incluso hasta la
tentadora posibilidad del dolce far
niente? ¿Por qué ser tan egoísta y seguir esa pasión que a todos nos
complica y que nos pone bajo el escrutinio público? A riesgo de hacer una
lectura demasiado freudiana, la respuesta de Mauricio Macri parece ser
peligrosamente reparatoria: ¿qué culpa tenés vos de que yo me haya dedicado a
esto?, le dijo a su primo Angelo Calcaterra cuando éste le insinuó que quería
vender su constructora. La "oveja negra" no quiere que el resto de la
manada se rezague y pague los costos de su decisión personal, y a esto se suma
un concepto más gerencial que político: mientras no se viole la ley de ética
pública y las adjudicaciones sean limpias nadie tiene por qué quedarse afuera.
Con ese controversial criterio, su mejor amigo Nicolás Caputo escala posiciones
con intrepidez y vive su esplendor por contagio: a veces hay que ser y parecer,
y elegir entre los negocios y la historia.
Todo este asunto constituye un dilema de envergadura, puesto
que alguien podrá sumar peras con manzanas y anunciar, sin miedo a
refutaciones, la cantidad de millones que los amigos y parientes de Macri
consiguieron durante su mandato. Estarán atacando de ese modo uno de los
insumos básicos de Cambiemos (la honestidad) y confirmando un prejuicio
ideológico: estos CEOs no se despojaron de sus compañías para hacer una
patriada, sino para usar el Estado y acrecentar el patrimonio. Es que existen
dos formas de ver a estos líderes del sector privado que aceptaron el desafío
de abandonar sus cómodos lugares para bajar al barro de la política y reordenar
la cosa pública: como héroes o como villanos. Así de maniquea es esta sociedad
binaria. Alejandro Rozitchner, en esa misma entrevista, le contaba a los
españoles la necesidad de superar el escepticismo nacional: "Vas a ver, al
final siempre te cagan. Esa es la filosofía de la vieja Argentina". Esa
filosofía sigue vigente y a los descreídos y a los cancheros fatalistas, el
Gobierno les sirve a veces la carnecita en bandeja. Son sensaciones, no
palabras, como pide Durán Barba para la campaña electoral. Claro, y ése es
justamente el problema para Balcarce 50: a los votantes les quedan ahora
sensaciones muy difíciles de desarraigar. Un miembro de la mesa chica,
consciente del punto, decía en voz baja: "Antes tenía doce semanas de
vacaciones al año y ganaba fortunas. Ahora cayó mi nivel económico y mi calidad
de vida, y encima estoy bajo sospecha". Es que hay de todo en la viña del
Señor. Lo que no hay es una convicción rotunda para cambiar estos vicios de
raíz, ni por ahora una herramienta institucional para despejar nubarrones. Una
chance sería enviar al Congreso una ley que regulara de manera severa y hasta
injusta los conflictos de intereses, pero correría el riesgo de no ser votada
por el peronismo de distinto pelaje. Que se ha caracterizado mayormente por una
complacencia colosal frente a la corrupción, por un turbio nepotismo y por la
costumbre de tener socios enriquecidos y hasta testaferros de renombre: esa fue
la única redistribución de la riqueza que lograron. Ahora, gracias a las
chambonadas oficialistas y al caradurismo opositor, esos sospechosos de siempre
quieren manejar la vara moral de la transparencia.
El macrismo no puede escudarse, sin embargo, en que los
kirchneristas de distinta generación miren con lupa reluciente sus trastadas y
con catalejos empañados sus propios pecados. Ni en que estén permanentemente al
acecho, inventando causas judiciales, a veces espectacularizando datos
apócrifos, y practicando una hipocresía surrealista no exenta de ánimo
destituyente. El diputado de Chubut, Alfredo Di Filippo, flamante renunciante
al bloque del Frente para la Victoria y testigo ocular de sus conjuras,
confirmó estos días que las reuniones de sus antiguos camaradas esencialmente
son tormentas de ideas con el objeto "de buscar caminos para que el
Gobierno no pueda gobernar". Muy responsables y democráticos. El pueblo,
agradecido, compañeros.
Una vez más: todo eso no excusa los traspiés sucesivos ni
mucho menos el escandaloso arreglo con el Correo. Si el Gobierno quisiera
blindarse, precisaría incluir en su petit comité a un abogado del diablo, alguien
que anticipe el impacto negativo de determinadas acciones. Y además una brigada
ligera que salga y dé explicaciones cuando los malentendidos se instalan en la
opinión pública; que no defienda lo indefendible pero que denuncie con nombre y
apellido a los conspiradores cuando éstos existan. Una alta fuente de la Casa
Rosada definía amargamente esta semana algunos de los últimos tropiezos:
"El tema de las jubilaciones fue un cálculo aritmético con exceso de
tecnicismo que nunca se ejecutó y que tapa la reparación histórica de los
jubilados, algo que el peronismo se negó a hacer. El presunto recorte al
impuesto al cine, tomado erróneamente de un informe de FIEL, nunca estuvo en
agenda, pero generó revuelo y tuvo a toda la comunidad artística en vilo y en llamas.
La idea de que habíamos reducido las partidas para el Consejo de la Mujer fue
una decisión administrativa mal leída: nunca se tocó el presupuesto. Pero todos
y cada uno de estos temas que no han tenido lugar, son empujados como hechos
consumados y replicados por algunos medios, que los dan livianamente como
ciertos. Ajustadores e insensibles, que perjudican a los jubilados, a las
mujeres y a la cultura; falta que nos digan que nos comemos a los chicos
crudos".
La queja demuestra una cierta impotencia para gestionar
estas escaramuzas, y se recorta sobre una realidad que angustia al mismísimo
jefe del Estado: su imagen y los índices de aceptación experimentaron por
primera vez un bajón notable. Parecía que en diciembre estallaba el país y que
en enero los cortes masivos de luz serían una pesadilla, pero ese apocalipsis
no sucedió, y Macri gozó de cuarenta días de tregua. Entonces llegaron febrero
y los anticipados idus de marzo: para bajar el déficit fiscal y hacer más
virtuosa la economía, el Gobierno esperó a los ciudadanos de vuelta de las
vacaciones con más incrementos y más sacrificios. ¿No era que tendríamos un año
mejor?, se preguntaron muchos. La reactivación del consumo no se produjo y la
paciencia popular se está agotando. Este es el verdadero iceberg debajo de los
infortunios y fuegos artificiales de estas horas. Freud puede solucionar las
culpas emocionales, pero no sirve para encontrar salidas a los laberintos
políticos. En ese terreno enredado y traicionero, Mauricio Macri necesita
ayuda. La gran pregunta es si se dejará ayudar.
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