Por Guillermo Piro |
En un artículo publicado en el diario británico The
Guardian, el crítico de arte Jonathan Jones presentó una nueva teoría acerca de
la enigmática Mona Lisa retratada por Leonardo da Vinci en 1503. La Mona Lisa
siempre fue una usina de interpretaciones. Pero la teoría de Jones tiene un
privilegio del que suelen carecer las otras: un hallazgo reciente le sirve de
sustento: en un libro de contabilidad de un convento florentino, apareció una
nota sobre la compra realizada en 1513 por una tal Lisa Gherardini, la mujer
pintada por Leonardo, esposa del comerciante Francesco del Giocondo.
El
producto comprado por Lisa era acqua di chiocciole (agua de caracol), que en
aquella época se usaba como tratamiento para las enfermedades de transmisión
sexual, la más común de las cuales era la sífilis. Jones –presumimos que
estudió el asunto en detalle antes de lanzarse al ruedo con semejante
afirmación– dice que en el Old Operating Theatre Museum and Herb Garret (un
museo de historia de la cirugía ubicado en Southwark, al sudeste de Londres)
encontró varios ejemplos de recetas que permiten entender el uso del agua de
caracol para el tratamiento de las enfermedades venéreas a comienzos del siglo
XVI. Jones sugiere que las sombras alrededor de los ojos de la mujer podrían
ser un reflejo de su salud deteriorada, mientras que “la extraña luz verdosa”
que ilumina a la Mona Lisa podría ser “el miasma de la enfermedad”.
¿Pero Lisa Gherardini no podía haber comprado aquella
sustancia para otra persona, su marido, por ejemplo? Sí, naturalmente, pero las
investigaciones de este tipo se rigen por lo que hay, no por lo que no hay, y
dado que carecemos de un retrato de Francesco del Giocondo, pero sí tenemos un
bello (el más bello) retrato de su esposa, todo lo que queda por hacer es confrontar
los datos con sus rasgos: es lo que hay.
En 1516, Europa ya estaba sacudida por la sífilis. Según
algunas versiones, esta enfermedad la trajeron del Nuevo Mundo los marineros de
Colón en 1492. Jones asegura algo que parece traído de los pelos, pero que
consignamos aquí porque lo dice él: la Mona Lisa es retratada con un paisaje de
fondo de lagos y montañas, lo que a su juicio podría simbolizar el Nuevo Mundo.
La explicación no nos convence del todo –en realidad, no nos convence en
absoluto, pero la piedad es un insigne don y lo ejercemos con simpatía: nos
caés bien, Jonathan–. Pero para tu información –a Jonathan le hablo–, si bien
la sífilis no es hoy día el miasma brutal que fue en el siglo XVI, no fue
totalmente erradicada. Aún subsisten casos esporádicos que se tratan con
penicilina –ni con agua de caracol ni con mercurio, como solía prescribirse en
el siglo XVIII y que a Casanova, que sufrió de sífilis dos veces, le valió la
pérdida de la dentadura a la corta edad de 40 años–. Digo esto porque, a juzgar
por tu retrato, el que podría estar padeciendo sífilis es el mismísimo Jonathan
Jones. La luz verdosa persiste en su retrato y se pueden apreciar sombras
alrededor de sus ojos.
Al nadador Mack Horton le quitaron un lunar cancerígeno del
pecho gracias a un mail salvador de un fan, quien se dio cuenta de que el bulto
estaba más grande y oscuro que habitualmente y le escribió al equipo
australiano de natación para advertirle. Sin pretender emular a ese salvador
anónimo –no soy anónimo–, creo que Jonathan Jones debería visitar a un médico.
Tal vez mañana tenga mis quince minutos de fama por haber detectado una
enfermedad venérea en el rostro de un crítico británico de arte. Si así fuera,
Jonathan no tiene por qué agradecerme. ¿Acaso los críticos no estamos para eso?
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