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domingo, 26 de febrero de 2017

El populismo contraataca

La orden de Sergio Massa de tratar a Macri como un clon de De la Rúa insinúa que los peronistas quieren reeditar 
lo de fines de 2001.

Por James Neilson
A Mauricio Macri nunca le han interesado demasiado “los códigos de la política”, este conjunto de reglas no escritas, pactos apenas confesables, tics, tabúes y prejuicios que tanto ha contribuido a la degradación del país. Con todo, si bien sería excesivo pedirle respetarlos, le convendría tomarlos en cuenta. No sólo los peronistas sino también muchos radicales, izquierdistas y otros son productos de la cultura política dominante. 

Acertaba David Viñas cuando calificó al peronismo como “el sentido común de los argentinos”. Aunque parecería que la mayoría entiende que sería insensato aferrarse a modalidades cuyo fracaso difícilmente podría haber sido más patente, una minoría sustancial sigue prefiriendo lo de siempre, por corrupto y canallesco que fuera, al futuro más digno y más próspero que figura en el relato del oficialismo actual.

Mal que le pese a Macri, hasta nuevo aviso tendrá que convivir con dicha realidad, lo que, entre otras cosas, significa que cualquier presunto error cometido por él o por integrantes de su equipo podría tener consecuencias fatales. Incluso aquellos políticos que entienden que a menos que mucho cambie el país no se recuperará de más de medio siglo de facilismo ruinoso están resueltos a defender a cualquier precio los privilegios que su propio gremio ha sabido acumular.

Para ellos, Macri y los CEOs que lo rodean son intrusos peligrosos que quieren privarlos de los puestos que creen suyos por derecho natural. Los acusan de carecer de sensibilidad social, de ser personajes fríos que, a diferencia de los demás políticos, se preocupan más por los malditos números que por las necesidades de la gente de carne y hueso. Se trata de un estereotipo que no tiene relación alguna con los hechos concretos, ya que los macristas han aumentado el gasto social, pero de uno que no les será dado eliminar.

A más de un año de la derrota electoral imprevista que sembró confusión en sus filas, muchos peronistas se sienten impacientes. Creen que ha llegado la hora de iniciar una contraofensiva encaminada a restaurar lo que para ellos es la normalidad, de ahí la orden a su tropa de Sergio Massa de tratar a Macri como si fuera un clon de Fernando de la Rúa. Fue su forma de insinuar que, con la ayuda de los sindicalistas combativos, piqueteros, intendentes kirchneristas del conurbano, izquierdistas, intelectuales contestatarios y otros disconformes con lo que está sucediendo en el país, los peronistas podrían reeditar lo de fines de 2001. Sueñan con helicópteros. Sería con toda seguridad un desastre sin atenuantes para el país y para el grueso de sus habitantes que ocurriera algo así, pero acaso no lo sería para Massa mismo, razón por la cual la idea le pareció genial.

Macri alcanzó la presidencia en buena medida porque logró hacer pensar que no era un político como los demás. Para desquitarse, los así desairados están esforzándose por convencer a la ciudadanía de que en verdad es congénitamente corrupto y por lo tanto no tiene derecho a criticar a Cristina y sus cómplices por haberse apropiado de una tajada del producto bruto nacional. El mensaje subliminal es que todos los políticos, en especial los procedentes del rocambolesco mundillo empresario local, son ladrones natos, de suerte que sería poco razonable indignarse por las fechorías de algunos.

Huelga decir que, para los decididos a bajarle las ínfulas morales a Macri, el asunto del Correo vino de perlas. No le sería suficiente asegurar que el conflicto entre el Estado nacional y el Grupo Macri se resolviera conforme la ley que, en este ámbito como en tantos otros, es laberíntica, sino que también tendría que evitar brindar la impresión de querer favorecer a sus propios familiares. Pudieron colaborar con el amigo Franco Macri los kirchneristas porque, como nos aseguraban, militaban en el campo nacional y popular, pero los macristas, que se jactan de su superioridad ética, se ven constreñidos a operar con muchísimo más cuidado.

Los contrarios al Gobierno harán cuanto puedan para aprovechar lo que saben es el flanco débil del macrismo, los vínculos de muchos funcionarios clave con el mundo empresarial. No habrá manera de impedir que surjan más conflictos de interés –auténticos o no, dará igual– en los meses próximos, ya que Macri y los ex CEOs que cumplen funciones en el gobierno nacional no podrán deshacer sus lazos con empresas que se verán afectadas por muchas decisiones oficiales. No les cabe más alternativa que la de procurar minimizar su importancia, aunque sólo fuera con el propósito de amortiguar el impacto de las denuncias interesadas que, para regocijo de los peronistas, continuarán produciéndose.

Para Macri, la hostilidad que tantos sienten hacia el segmento socioeconómico en que se formó es un problema nada fácil. Podría argüir que es muy positivo que a veces empresarios opten por reciclarse en políticos y señalar que el mismísimo Juan Domingo Perón solía decir que el ministro de Economía debería ser un hombre de negocios exitoso, pero a pocos les convencería tales afirmaciones. Mientras que deportistas, cantantes y otros han conseguido encontrar un lugar en una cofradía que de otro modo sería un club de abogados sin verse repudiados, por su mera presencia los empresarios motivan sospecha.

Si bien el que en la Argentina el empresariado como tal sea mal visto puede incluirse entre las causas de su desempeño económico lamentable, son legítimas las dudas acerca de su voluntad de anteponer el bien común a los intereses inmediatos de su propio sector. No extraña, pues, que el conflicto entre el Grupo Macri y el Estado encabezado por Macri por el tema del Correo haya incidido negativamente en la imagen presidencial, aunque logró limitar el daño comprometiéndose a confeccionar un protocolo para tales casos.

Otro error atribuido al Gobierno consistió en proponer cambiar levemente los montos asignados a los jubilados, lo que los hubiera privado de entre 17 y 100 pesos según la categoría. Como debió haber previsto, el amago provocó la reacción indignada de políticos, comenzando con Massa que, en sus días como jefe de la ANSES y, después, del gabinete de Cristina, se había adherido fielmente a la larga tradición de hambrear a los jubilados so pretexto de que el Estado no estaba en condiciones de pagarles lo debido, una tradición miserable que, para alarma de los economistas ortodoxos, Macri dinamitó. Así y todo, por una cuestión de apellido, Macri podría sovietizar la economía nacional sin que sus adversarios dejaran de tratarlo como un fanático del capitalismo salvaje que odia a los pobres y quiere verlos sufrir.

Todos los gobiernos cometen “errores”, es decir, hacen cosas que andando el tiempo los perjudican, pero convendría distinguir entre los estratégicos, que a través de los años tienen consecuencias luctuosas para la sociedad, por un lado y los tácticos por el otro que pueden remediarse en un par de días. En opinión de algunos, el error más grave, o sea, estratégico, de los macristas consistió en optar por el gradualismo por suponer que una marejada de inversiones les permitiría desactivar indoloramente la bomba que fue armada por los kirchneristas, pero puesto que casi todos los políticos son gradualistas, pocos coincidirían. Los demás errores han sido tácticos, imputables no sólo a la desprolijidad administrativa de quienes no están familiarizados con las prácticas habituales en las reparticiones estatales que les ha tocado manejar sino también a una propensión a subestimar la voluntad de los peronistas y sus compañeros de ruta izquierdistas de aprovechar absolutamente todo para hacerles la vida más difícil. En las semanas últimas, los macristas habrán aprendido que el armisticio de los meses iniciales de su gestión ha llegado a su fin, que en adelante la oposición no titubeará en atacarlos sin piedad alguna.

Los kirchneristas lo harán porque no les cabe más opción que la de intentar politizar al máximo la situación judicial ingrata en que se encuentra Cristina, mientras que otros, como Massa y sus seguidores, creen que, con un poco de suerte, podrían reemplazar a los macristas en el poder sin tener que esperar los dos o seis años más previstos por el calendario constitucional. En cierto modo, tal actitud es lógica. El sistema democrático es intrínsecamente competitivo y, aún más que en otras latitudes, aquí los códigos de la política sirven para legitimar maniobras desleales. Será así hasta que el electorado comience a castigar a los hipócritas que dicen una cosa desde el poder y otra muy distinta cuando están en el llano.

Si, para alivio del Gobierno y decepción de quienes quieren mediatizarlo, la imagen de Macri sube nuevamente luego del bajón registrado últimamente, habrá motivos para suponer que la sociedad se siente más perturbada por la agresividad de ciertos peronistas que por la torpeza oficial. En cambio, si estos logran hacer creer que, para no compartir el destino triste de la Alianza, el gobierno macrista tendrá que subordinarse a personajes como Massa, el establishment populista, el equivalente nacional de aquel “estado profundo” que se da en lugares como Turquía, habrá conseguido sobrevivir al intento de desmantelarlo, asegurando así que la Argentina siga siendo el país populista por antonomasia.

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