La orden de Sergio
Massa de tratar a Macri como un clon de De la Rúa insinúa que los peronistas
quieren reeditar
lo de fines de 2001.
Por James Neilson |
A Mauricio Macri nunca le han interesado demasiado “los
códigos de la política”, este conjunto de reglas no escritas, pactos apenas
confesables, tics, tabúes y prejuicios que tanto ha contribuido a la
degradación del país. Con todo, si bien sería excesivo pedirle respetarlos, le
convendría tomarlos en cuenta. No sólo los peronistas sino también muchos
radicales, izquierdistas y otros son productos de la cultura política
dominante.
Acertaba David Viñas cuando calificó al peronismo como “el sentido
común de los argentinos”. Aunque parecería que la mayoría entiende que sería
insensato aferrarse a modalidades cuyo fracaso difícilmente podría haber sido
más patente, una minoría sustancial sigue prefiriendo lo de siempre, por
corrupto y canallesco que fuera, al futuro más digno y más próspero que figura
en el relato del oficialismo actual.
Mal que le pese a Macri, hasta nuevo aviso tendrá que
convivir con dicha realidad, lo que, entre otras cosas, significa que cualquier
presunto error cometido por él o por integrantes de su equipo podría tener
consecuencias fatales. Incluso aquellos políticos que entienden que a menos que
mucho cambie el país no se recuperará de más de medio siglo de facilismo
ruinoso están resueltos a defender a cualquier precio los privilegios que su
propio gremio ha sabido acumular.
Para ellos, Macri y los CEOs que lo rodean son intrusos
peligrosos que quieren privarlos de los puestos que creen suyos por derecho
natural. Los acusan de carecer de sensibilidad social, de ser personajes fríos
que, a diferencia de los demás políticos, se preocupan más por los malditos
números que por las necesidades de la gente de carne y hueso. Se trata de un
estereotipo que no tiene relación alguna con los hechos concretos, ya que los
macristas han aumentado el gasto social, pero de uno que no les será dado
eliminar.
A más de un año de la derrota electoral imprevista que
sembró confusión en sus filas, muchos peronistas se sienten impacientes. Creen
que ha llegado la hora de iniciar una contraofensiva encaminada a restaurar lo
que para ellos es la normalidad, de ahí la orden a su tropa de Sergio Massa de
tratar a Macri como si fuera un clon de Fernando de la Rúa. Fue su forma de
insinuar que, con la ayuda de los sindicalistas combativos, piqueteros,
intendentes kirchneristas del conurbano, izquierdistas, intelectuales
contestatarios y otros disconformes con lo que está sucediendo en el país, los
peronistas podrían reeditar lo de fines de 2001. Sueñan con helicópteros. Sería
con toda seguridad un desastre sin atenuantes para el país y para el grueso de
sus habitantes que ocurriera algo así, pero acaso no lo sería para Massa mismo,
razón por la cual la idea le pareció genial.
Macri alcanzó la presidencia en buena medida porque logró
hacer pensar que no era un político como los demás. Para desquitarse, los así
desairados están esforzándose por convencer a la ciudadanía de que en verdad es
congénitamente corrupto y por lo tanto no tiene derecho a criticar a Cristina y
sus cómplices por haberse apropiado de una tajada del producto bruto nacional.
El mensaje subliminal es que todos los políticos, en especial los procedentes
del rocambolesco mundillo empresario local, son ladrones natos, de suerte que
sería poco razonable indignarse por las fechorías de algunos.
Huelga decir que, para los decididos a bajarle las ínfulas
morales a Macri, el asunto del Correo vino de perlas. No le sería suficiente
asegurar que el conflicto entre el Estado nacional y el Grupo Macri se
resolviera conforme la ley que, en este ámbito como en tantos otros, es
laberíntica, sino que también tendría que evitar brindar la impresión de querer
favorecer a sus propios familiares. Pudieron colaborar con el amigo Franco
Macri los kirchneristas porque, como nos aseguraban, militaban en el campo
nacional y popular, pero los macristas, que se jactan de su superioridad ética,
se ven constreñidos a operar con muchísimo más cuidado.
Los contrarios al Gobierno harán cuanto puedan para
aprovechar lo que saben es el flanco débil del macrismo, los vínculos de muchos
funcionarios clave con el mundo empresarial. No habrá manera de impedir que
surjan más conflictos de interés –auténticos o no, dará igual– en los meses
próximos, ya que Macri y los ex CEOs que cumplen funciones en el gobierno
nacional no podrán deshacer sus lazos con empresas que se verán afectadas por
muchas decisiones oficiales. No les cabe más alternativa que la de procurar
minimizar su importancia, aunque sólo fuera con el propósito de amortiguar el
impacto de las denuncias interesadas que, para regocijo de los peronistas,
continuarán produciéndose.
Para Macri, la hostilidad que tantos sienten hacia el
segmento socioeconómico en que se formó es un problema nada fácil. Podría
argüir que es muy positivo que a veces empresarios opten por reciclarse en
políticos y señalar que el mismísimo Juan Domingo Perón solía decir que el
ministro de Economía debería ser un hombre de negocios exitoso, pero a pocos
les convencería tales afirmaciones. Mientras que deportistas, cantantes y otros
han conseguido encontrar un lugar en una cofradía que de otro modo sería un
club de abogados sin verse repudiados, por su mera presencia los empresarios
motivan sospecha.
Si bien el que en la Argentina el empresariado como tal sea
mal visto puede incluirse entre las causas de su desempeño económico
lamentable, son legítimas las dudas acerca de su voluntad de anteponer el bien
común a los intereses inmediatos de su propio sector. No extraña, pues, que el
conflicto entre el Grupo Macri y el Estado encabezado por Macri por el tema del
Correo haya incidido negativamente en la imagen presidencial, aunque logró
limitar el daño comprometiéndose a confeccionar un protocolo para tales casos.
Otro error atribuido al Gobierno consistió en proponer
cambiar levemente los montos asignados a los jubilados, lo que los hubiera
privado de entre 17 y 100 pesos según la categoría. Como debió haber previsto,
el amago provocó la reacción indignada de políticos, comenzando con Massa que,
en sus días como jefe de la ANSES y, después, del gabinete de Cristina, se había
adherido fielmente a la larga tradición de hambrear a los jubilados so pretexto
de que el Estado no estaba en condiciones de pagarles lo debido, una tradición
miserable que, para alarma de los economistas ortodoxos, Macri dinamitó. Así y
todo, por una cuestión de apellido, Macri podría sovietizar la economía
nacional sin que sus adversarios dejaran de tratarlo como un fanático del
capitalismo salvaje que odia a los pobres y quiere verlos sufrir.
Todos los gobiernos cometen “errores”, es decir, hacen cosas
que andando el tiempo los perjudican, pero convendría distinguir entre los
estratégicos, que a través de los años tienen consecuencias luctuosas para la
sociedad, por un lado y los tácticos por el otro que pueden remediarse en un
par de días. En opinión de algunos, el error más grave, o sea, estratégico, de
los macristas consistió en optar por el gradualismo por suponer que una
marejada de inversiones les permitiría desactivar indoloramente la bomba que
fue armada por los kirchneristas, pero puesto que casi todos los políticos son
gradualistas, pocos coincidirían. Los demás errores han sido tácticos,
imputables no sólo a la desprolijidad administrativa de quienes no están
familiarizados con las prácticas habituales en las reparticiones estatales que
les ha tocado manejar sino también a una propensión a subestimar la voluntad de
los peronistas y sus compañeros de ruta izquierdistas de aprovechar
absolutamente todo para hacerles la vida más difícil. En las semanas últimas,
los macristas habrán aprendido que el armisticio de los meses iniciales de su
gestión ha llegado a su fin, que en adelante la oposición no titubeará en
atacarlos sin piedad alguna.
Los kirchneristas lo harán porque no les cabe más opción que
la de intentar politizar al máximo la situación judicial ingrata en que se
encuentra Cristina, mientras que otros, como Massa y sus seguidores, creen que,
con un poco de suerte, podrían reemplazar a los macristas en el poder sin tener
que esperar los dos o seis años más previstos por el calendario constitucional.
En cierto modo, tal actitud es lógica. El sistema democrático es
intrínsecamente competitivo y, aún más que en otras latitudes, aquí los códigos
de la política sirven para legitimar maniobras desleales. Será así hasta que el
electorado comience a castigar a los hipócritas que dicen una cosa desde el
poder y otra muy distinta cuando están en el llano.
Si, para alivio del Gobierno y decepción de quienes quieren
mediatizarlo, la imagen de Macri sube nuevamente luego del bajón registrado
últimamente, habrá motivos para suponer que la sociedad se siente más
perturbada por la agresividad de ciertos peronistas que por la torpeza oficial.
En cambio, si estos logran hacer creer que, para no compartir el destino triste
de la Alianza, el gobierno macrista tendrá que subordinarse a personajes como
Massa, el establishment populista, el equivalente nacional de aquel “estado
profundo” que se da en lugares como Turquía, habrá conseguido sobrevivir al
intento de desmantelarlo, asegurando así que la Argentina siga siendo el país
populista por antonomasia.
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