Por Ernesto Tenembaum
Es incomprensible que tantas personas hayan cuestionado la
decisión presidencial de enviar el helicóptero oficial a buscar a Juliana Awada
y Antonia Macri a Punta del Este. Si bien se mira, la Primera Dama solo hizo
honor a una de las pasiones más genuinas del poder en la Argentina: a casi
todos sus integrantes les gusta moverse por el aire, si es posible sobre
máquinas modernas y poderosas y de la manera más rápida y cómoda, sin escatimar
en gastos.
Es cierto que eso los ubica dentro de una pequeña elite mundial,
pero ¿quién sería capaz de renunciar a esos hábitos? ¿En función de qué
valores, además? ¿Hay alguien que pueda tirar la primera piedra, someterse por
voluntad propia a la larga espera de un avión común, así sea para viajar en
Primera? Vida hay una sola, ser del jet set tiene sus privilegios y solo la
envidia, o la pasión por el chiquitaje, puede explicar que alguien se detenga
en estas minucias.
Jet Set es una antigua expresión de los años 50, que servía
para definir al reducido grupo social que, en aquella época, tenía la fortuna
necesaria para viajar en avión. Ahora que ese hábito se popularizó y decenas de
miles de aviones surcan el cielo cada día, o sea, ahora que cualquiera viaja en
avión, ser del jet set es contar con una avioneta propia, privada o, al menos,
poder alquilarla o disponer de ella. La expresión es tan popular que fue
incorporada a múltiples expresiones culturales. ¿Por qué no puedo ser del Jet
Set?, coreaba Gustavo Cerati, cuando aún existía Soda Stereo. "Con esa
gente diferente. Yo me codeo…qué tipo inteligente. Tengo el bolsillo
agujereado. Pero al menos tengo un Rolex. Lo he logrado. Jet-Set, porque no
puedo ser del Jet-Set? Jet-Set, yo solo quiero ser del Jet-Set".
Para Juliana y Antonia habría significado apenas una pequeña
molestia viajar en primera clase de Aerolíneas en lugar de subir al helicóptero
presidencial. Pero no sería lo mismo. Es mucho más natural, cómodo y exclusivo
utilizar la flota presidencial. Al comenzar su mandato, ¿no fue acaso Mauricio
Macri quien se hospedó unos días en la mansión del magnate americano Joe Louis,
hacia donde se trasladó en el super helicóptero del propio empresario? ¿Hay
algo más jet set que eso? Solo una exagerada
suspicacia, aquello de que el ladrón cree que
todos son de su condición, llevaría a alguien a señalar que Lewis tiene
litigios pendientes que podrían ser definidos por una decisión presidencial.
Así como Juliana no se molesta en explicar por qué viaja en
esa máquina y no en buquebús -es tan obvio, además- tampoco lo hizo el ministro
de la Producción, Francisco Cabrera, cuando le cuestionaron que viajara al Este
en una avioneta privada junto a una joven y bella actriz, en los tumultuosos días en que la inflación
desbordaba todas las previsiones y angustiaba al resto de la sociedad. En
marzo, por su parte, el ministro de Transporte Guillermo Dietrich usó el mismo
criterio para subirse al mismo helicóptero que trajo del Este a Juliana y así
llegó hasta su country, Chacras de Murray, junto a su hijo. Countries de primer
nivel, residencias de lujo en punta del Este, aviones privados, hoteles
propios, forman parte del paisaje habitual de la dirigencia argentina.
De cualquier modo, el Jet Set no se limita a Cambiemos. Es
algo mucho más extendido, al menos como aspiracional. Daniel Scioli ha ido y
vuelto en las avionetas privadas, financiadas con fondos públicos, de distintos
lugares paradisíacos junto a su bellísima nueva novia. Al ser descubierto,
Scioli sostuvo que se trataba de una campaña en su contra.
Populistas y antipopulistas, liberales y keynessianos,
viejos y nuevos políticos, todos ceden ante la tentación de viajes rápidos y
cómodos. En el 2012, Máximo Kirchner, el líder de la organización (ya no tan)
juvenil La Cámpora, sintió una molestia en una rodilla. El pobre se había
infectado. Su madre envió rápidamente el avión presidencial para rescatarlo de
la mala gestión en salud del Estado de Santa Cruz, con el cual la familia de
Máximo no tenía nada que ver, pero al cual el 99% del resto de los habitantes
de la provincia está condenado.
Cristina, a su vez, para llegar a la asunción de Rafael
Correa en Ecuador, en 2007, tomó prestado un avión del grupo Eurnekian. Y se
enredó muchas veces en líos por asuntos de aviones, como aquellos 8 millones
que el Gobierno gastó en 2007 para que se moviera de aquí para allá como
candidata, o el alquiler del más moderno jet privado del mundo para ir y volver
de Corea en el 2010.
La pasión por volar cómodos no se limita a presidentes,
gobernadores y familias. Varias de las personas que visitan a Cristina en Santa
Cruz viajan en jet privado, así como lo han hecho algunos de los visitantes de
Milagro Sala en Jujuy. En el Aeropuerto de San Fernando los políticos de todo
pelaje se cruzan a menudo.
Tal vez el puntapié inicial para esta tradición lo haya dado
Carlos Saúl Menem, cuando durante su mandato reacondicionó el Tango 01, para
que él pudiera dormir en una cómoda cama de dos plazas y su coiffeur acomodarle
los pelos en un ambiente acorde a semejante desafío artístico. Menem, tal vez,
haya sido el presidente que mayor marca ha dejado en la política argentina, aun
entre quienes hicieron una vida en denostarlo.
Cada vez que a alguien se le ocurre mencionar alguna
semejanza en las costumbres de macristas y kirchneristas, aun cuando sea, como
en este caso, para elogiar el buen gusto, unos y otros se ofenden. "¿Cómo
se te ocurre comparar a Mauricio con Máximo?", se indignan los believers
de Cambiemos. "¿Cómo se te ocurre comparar a Máximo con Mauricio?",
ponen el grito los (ya no tan) chicos de la liberación.
Es que todos sienten que son distintos, que sus misiones son
trascendentes, así sea trasladar a Juliana de regreso de vacaciones o a Máximo
a curar su rodilla. Ningún médico, o bombero, o niño del país tiene urgencias
más relevantes, simplemente, porque ellos no son más relevantes.
Por supuesto, que sobre todas las cosas hay opiniones,
porque el aire es gratis. Y hay un grupo pequeño de personas que preferiría que
en un país hubiera líderes que no figuraran en los Panamá Papers, ni tuvieran
vínculos espurios con Odebrecht, ni vivieran de arriba, ni ocuparan grandes
superficies en Puerto Madero, ni disfrutaran de rentas hoteleras tan
monstruosas como sospechosas. Es gente extraña que cree que en el liderazgo de
un país debe haber, al menos, algunas conductas ejemplares: líderes que puedan
explicar sin demasiada complicación sus patrimonios, que se muevan con
austeridad y recato, que sean bastante parecidos a sus gobernados, que sepan
diferenciar los bienes públicos y los privados. Digamos, que se parezcan a don
Arturo Illia o a José Mujica.
Moralina barata.
Por suerte, los que creen eso son los menos. Porque las
personas del poder deben ser tratadas como distintas. Por algo tienen poder o
son hijos o esposos de alguien que lo tiene. Ellos y los suyos viajan en avión
privado porque lo merecen.
¿O hay alguien que no quiera ser del jet set?
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