martes, 7 de febrero de 2017

El Jet Set


Por Ernesto Tenembaum

Es incomprensible que tantas personas hayan cuestionado la decisión presidencial de enviar el helicóptero oficial a buscar a Juliana Awada y Antonia Macri a Punta del Este. Si bien se mira, la Primera Dama solo hizo honor a una de las pasiones más genuinas del poder en la Argentina: a casi todos sus integrantes les gusta moverse por el aire, si es posible sobre máquinas modernas y poderosas y de la manera más rápida y cómoda, sin escatimar en gastos. 

Es cierto que eso los ubica dentro de una pequeña elite mundial, pero ¿quién sería capaz de renunciar a esos hábitos? ¿En función de qué valores, además? ¿Hay alguien que pueda tirar la primera piedra, someterse por voluntad propia a la larga espera de un avión común, así sea para viajar en Primera? Vida hay una sola, ser del jet set tiene sus privilegios y solo la envidia, o la pasión por el chiquitaje, puede explicar que alguien se detenga en estas minucias.

Jet Set es una antigua expresión de los años 50, que servía para definir al reducido grupo social que, en aquella época, tenía la fortuna necesaria para viajar en avión. Ahora que ese hábito se popularizó y decenas de miles de aviones surcan el cielo cada día, o sea, ahora que cualquiera viaja en avión, ser del jet set es contar con una avioneta propia, privada o, al menos, poder alquilarla o disponer de ella. La expresión es tan popular que fue incorporada a múltiples expresiones culturales. ¿Por qué no puedo ser del Jet Set?, coreaba Gustavo Cerati, cuando aún existía Soda Stereo. "Con esa gente diferente. Yo me codeo…qué tipo inteligente. Tengo el bolsillo agujereado. Pero al menos tengo un Rolex. Lo he logrado. Jet-Set, porque no puedo ser del Jet-Set? Jet-Set, yo solo quiero ser del Jet-Set".

Para Juliana y Antonia habría significado apenas una pequeña molestia viajar en primera clase de Aerolíneas en lugar de subir al helicóptero presidencial. Pero no sería lo mismo. Es mucho más natural, cómodo y exclusivo utilizar la flota presidencial. Al comenzar su mandato, ¿no fue acaso Mauricio Macri quien se hospedó unos días en la mansión del magnate americano Joe Louis, hacia donde se trasladó en el super helicóptero del propio empresario? ¿Hay algo más jet set que eso? Solo una exagerada suspicacia, aquello de que el ladrón cree que todos son de su condición, llevaría a alguien a señalar que Lewis tiene litigios pendientes que podrían ser definidos por una decisión presidencial.

Así como Juliana no se molesta en explicar por qué viaja en esa máquina y no en buquebús -es tan obvio, además- tampoco lo hizo el ministro de la Producción, Francisco Cabrera, cuando le cuestionaron que viajara al Este en una avioneta privada junto a una joven y bella actriz, en los tumultuosos días en que la inflación desbordaba todas las previsiones y angustiaba al resto de la sociedad. En marzo, por su parte, el ministro de Transporte Guillermo Dietrich usó el mismo criterio para subirse al mismo helicóptero que trajo del Este a Juliana y así llegó hasta su country, Chacras de Murray, junto a su hijo. Countries de primer nivel, residencias de lujo en punta del Este, aviones privados, hoteles propios, forman parte del paisaje habitual de la dirigencia argentina.

De cualquier modo, el Jet Set no se limita a Cambiemos. Es algo mucho más extendido, al menos como aspiracional. Daniel Scioli ha ido y vuelto en las avionetas privadas, financiadas con fondos públicos, de distintos lugares paradisíacos junto a su bellísima nueva novia. Al ser descubierto, Scioli sostuvo que se trataba de una campaña en su contra.

Populistas y antipopulistas, liberales y keynessianos, viejos y nuevos políticos, todos ceden ante la tentación de viajes rápidos y cómodos. En el 2012, Máximo Kirchner, el líder de la organización (ya no tan) juvenil La Cámpora, sintió una molestia en una rodilla. El pobre se había infectado. Su madre envió rápidamente el avión presidencial para rescatarlo de la mala gestión en salud del Estado de Santa Cruz, con el cual la familia de Máximo no tenía nada que ver, pero al cual el 99% del resto de los habitantes de la provincia está condenado.

Cristina, a su vez, para llegar a la asunción de Rafael Correa en Ecuador, en 2007, tomó prestado un avión del grupo Eurnekian. Y se enredó muchas veces en líos por asuntos de aviones, como aquellos 8 millones que el Gobierno gastó en 2007 para que se moviera de aquí para allá como candidata, o el alquiler del más moderno jet privado del mundo para ir y volver de Corea en el 2010.

La pasión por volar cómodos no se limita a presidentes, gobernadores y familias. Varias de las personas que visitan a Cristina en Santa Cruz viajan en jet privado, así como lo han hecho algunos de los visitantes de Milagro Sala en Jujuy. En el Aeropuerto de San Fernando los políticos de todo pelaje se cruzan a menudo.

Tal vez el puntapié inicial para esta tradición lo haya dado Carlos Saúl Menem, cuando durante su mandato reacondicionó el Tango 01, para que él pudiera dormir en una cómoda cama de dos plazas y su coiffeur acomodarle los pelos en un ambiente acorde a semejante desafío artístico. Menem, tal vez, haya sido el presidente que mayor marca ha dejado en la política argentina, aun entre quienes hicieron una vida en denostarlo.

Cada vez que a alguien se le ocurre mencionar alguna semejanza en las costumbres de macristas y kirchneristas, aun cuando sea, como en este caso, para elogiar el buen gusto, unos y otros se ofenden. "¿Cómo se te ocurre comparar a Mauricio con Máximo?", se indignan los believers de Cambiemos. "¿Cómo se te ocurre comparar a Máximo con Mauricio?", ponen el grito los (ya no tan) chicos de la liberación.

Es que todos sienten que son distintos, que sus misiones son trascendentes, así sea trasladar a Juliana de regreso de vacaciones o a Máximo a curar su rodilla. Ningún médico, o bombero, o niño del país tiene urgencias más relevantes, simplemente, porque ellos no son más relevantes.

Por supuesto, que sobre todas las cosas hay opiniones, porque el aire es gratis. Y hay un grupo pequeño de personas que preferiría que en un país hubiera líderes que no figuraran en los Panamá Papers, ni tuvieran vínculos espurios con Odebrecht, ni vivieran de arriba, ni ocuparan grandes superficies en Puerto Madero, ni disfrutaran de rentas hoteleras tan monstruosas como sospechosas. Es gente extraña que cree que en el liderazgo de un país debe haber, al menos, algunas conductas ejemplares: líderes que puedan explicar sin demasiada complicación sus patrimonios, que se muevan con austeridad y recato, que sean bastante parecidos a sus gobernados, que sepan diferenciar los bienes públicos y los privados. Digamos, que se parezcan a don Arturo Illia o a José Mujica.

Moralina barata.

Por suerte, los que creen eso son los menos. Porque las personas del poder deben ser tratadas como distintas. Por algo tienen poder o son hijos o esposos de alguien que lo tiene. Ellos y los suyos viajan en avión privado porque lo merecen.

¿O hay alguien que no quiera ser del jet set?

© El Cronista

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