La hegemonía que
trata de construir Morales choca con
lo heterogéneo de su sociedad
Por Manuel Alcántara Sáez
(*)
Conseguir que el poder de un individuo o de un grupo sea
aceptado por la comunidad supone alcanzar cierto tipo de legitimidad. Desde
hace más de dos siglos ésta configura una autoridad sometida a reglas (leyes)
que son producto del pacto entre la gente (Constitución). El poder emana del
pueblo, las autoridades son elegidas y el imperio de la ley es el marco
definitorio de toda actuación.
La soberanía popular incorpora la idea del
establecimiento de mayorías suficientes para alcanzar y ejercer el gobierno.
Pero la construcción de mayorías resulta complejo en sociedades fragmentadas
donde conviven identidades y lealtades múltiples que se solapan. En ese
escenario hay proyectos que buscan construir hegemonías que den respaldo a la
acción política. El último siglo ofrece una rica evidencia de ese quehacer cuyo
ejercicio se simplifica entre expresiones vinculadas a proyectos grupales
institucionales con vocación de transversalidad y otras ligadas a liderazgos
personalistas muy fuertes. Es el continuo que se extiende desde los partidos
“atrápalo todo” a los caudillos mesiánicos.
Bolivia es un caso de análisis interesante al darse un
proceso político vinculado indisolublemente al liderazgo de Evo Morales.
Surgido de un sindicato de productores de la hoja de coca, tras un infructuoso
intento en 1993 fue elegido diputado cuatro años más tarde con Izquierda Unida
obteniendo en aquel momento la mayor votación a nivel nacional (62%).
Inmediatamente y a través del Instrumento Político por la Soberanía de los
Pueblos (IPSP) se incorporó refundando el Movimiento al Socialismo (MAS). Fue
candidato presidencial en 2002 con MAS-IPSP alcanzando el 21% de los sufragios.
Su éxito electoral arrollador en las elecciones presidenciales de 2005, tras la
turbulenta gestión del presidente Sánchez de Lozada y las fuertes
movilizaciones populares contra la implementación de políticas neoliberales,
así como de la descomposición del sistema de partidos fuertemente afectado por
la corrupción, le supuso ser el primer presidente elegido en primera vuelta
desde el retorno a la democracia. Evo Morales obtuvo el 53% de votos ampliando su
amplia mayoría en 2009 y 2014 con porcentajes del 64% y del 61%,
respectivamente.
Al amparo intelectual de Álvaro García Linera, un
exguerrillero buen conocedor de Gramsci y de Negri, Morales construyó un
espacio político propio que, a diferencia de Venezuela y de Ecuador, ha venido
generando resultados económicos notables. Gracias a los altos precios de las
materias primas, que en este caso se centran en el gas, y del incremento de la
inversión pública la economía boliviana ha crecido en la última década por
encima de la media de la región.
Sin embargo, la concentración del poder en una lógica de
pura coherencia con el sentido de la hegemonía gramsciana choca con la
heterogeneidad de la sociedad boliviana expresada desde la heterogeneidad de los
pueblos indígenas originarios a los sectores medios urbanos. Las elecciones
municipales de 2015 evidenciaron esta diversidad con resultados menos
favorables para el oficialismo que no ganó las alcaldías de las principales
ciudades del país y cuyo porcentaje acumulado de votos bajó. Esta situación
donde Morales no concurría pone de relieve la dependencia del MAS de su
liderazgo. Una consulta popular celebrada en febrero de 2016 para reformar la
Constitución de 2009 permitiendo la reelección presidencial indefinida
dificulta la posibilidad de la continuidad del presidente al conseguir la
posición contraria a la reforma el 51% de los sufragios. Diez meses más tarde,
el congreso extraordinario del MAS entiende que aquel estrecho resultado fue
producto de una insidia y propone que Evo Morales sea de nuevo candidato en
2019 “sin apartarse de la legalidad”.
Construir una hegemonía sobre una persona tiene un
componente instrumental evidente. La mercadotecnia facilita centrar el mensaje,
se simplifica la complejidad del discurso y muchas sociedades se ven
confortadas en la necesaria identificación con una figura paternal. No
obstante, la corrupción crece y la imagen del líder se deteriora. Según el
índice de corrupción de Transparencia Internacional Bolivia se encuentra en el
16º lugar de 25 países latinoamericanos y la gestión de Evo Morales es aprobada
por el 46% de la población, 30 puntos menos que hace apenas dos años.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Salamanca.
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