Por Paul Krugman
Desde hace un par de meses, las personas atentas se
preocupan en silencio ante la idea de que la administración de Trump nos lleve
a una crisis de política exterior, tal vez, incluso, a una guerra.
Parte de esta preocupación es un reflejo de la adicción de
Donald Trump a la grandilocuencia y la fanfarronería, que queda bien en el
sitio web de noticias Breitbart o en Fox News pero no con los gobiernos
extranjeros.
Sin embargo, también refleja una mirada fría de los incentivos a
los que se enfrentaría la nueva administración: mientras los electores de la
clase trabajadora comenzaron a darse cuenta de que las promesas del candidato
Trump de empleos y cuidados de salud no eran ciertas, las distracciones
externas eran cada vez más atractivas.
El punto de ignición pareció ser China, objeto de mucha de
la bravuconería trumpista, donde las disputas por islas en el mar del sur de
China podrían fácilmente convertirse en incidentes armados.
No obstante, parece que la guerra con China tendrá que esperar.
Primero viene Australia. Y México. E Irán. Y la Unión Europea (pero nunca
Rusia).
Aunque pareció haber un elemento de cálculo descarado en
algunas de las crisis desatadas por esta administración, ahora se ven cada vez
menos como una estrategia política y más como un síndrome psicológico.
La confrontación australiana es la que más prensa ha
atraído, probablemente porque es tan extrañamente innecesaria. Se podría decir
que Australia es, después de todo, el amigo más fiel de Estados Unidos en todo
el mundo, un país que ha luchado una y otra vez a nuestro lado. Claro que hemos
tenido algunos desencuentros, como sucede con todas las naciones, pero nada que
pudiera perturbar la fortaleza de nuestra alianza, en especial porque Australia
es uno de los países en los que necesitamos confiar si hay una confrontación
con China.
Pero estamos en la era de Trump: en una llamada con Malcolm
Turnbull, el primer ministro de Australia, el presidente estadounidense se
jactó de su victoria electoral y se quejó de un acuerdo existente para aceptar
a algunos refugiados que Australia ha estado albergando, acusando a Turnbull de
enviarnos a “los próximos terroristas de Boston”. Acto seguido, puso fin a la
conversación después de tan solo 25 minutos.
Bueno, por lo menos Trump no amenazó con invadir Australia.
En su conversación con el presidente Enrique Peña Nieto de México, fue justo lo
que hizo. Según The Associated Press, le dijo al líder democráticamente electo
de nuestro país vecino: “Tienes a muchos bad hombres por allá. No están
haciendo lo suficiente para detenerlos. Creo que tu ejército tiene miedo; el
nuestro no, así que podría enviar a los míos allá para que se hagan cargo de
eso”.
Las fuentes de la Casa Blanca ahora alegan que esta amenaza
—recordemos que, de hecho, Estados Unidos ya invadió a México en el pasado, y
que los mexicanos no lo han olvidado— fue una broma frívola. Si creen eso,
tengo un “México pagará por el muro fronterizo” que podrían usar también.
Los arrebatos con México y Australia han desviado la
atención de una guerra de palabras más convencional con Irán, que hizo una
prueba con un misil el domingo. Definitivamente, esa fue una provocación. Sin
embargo, la advertencia de la Casa Blanca de que “estaba poniendo sobre aviso a
Irán” causa una duda: ¿aviso de qué? Dada la forma en la que la administración
ha estado alejando a nuestros aliados, no va a haber sanciones más rigurosas.
¿Estamos listos para una guerra?
Además hubo un peculiar contraste entre la respuesta a Irán
y la respuesta a otra provocación más seria: la escalada de Rusia de su guerra
indirecta en Ucrania. El senador John McCain urgió al presidente a ayudar a
Ucrania. Sin embargo, extrañamente, la Casa Blanca no dijo absolutamente nada
sobre las acciones de Rusia. Esto se está volviendo un tanto obvio, ¿o no?
Ah, y algo más: Peter Navarro, director del nuevo Consejo
Nacional de Comercio de Trump, acusó a Alemania de explotar a Estados Unidos
con una moneda infravalorada. Hay un debate económico interesante aquí, pero
los funcionarios gubernamentales no debieran hacer ese tipo de acusaciones
salvo que estén preparados para librar una guerra comercial. ¿Lo están?
Lo dudo. De hecho, esta administración no parece preparada
en ningún frente. Las llamadas beligerantes de Trump, en especial, no parecen
formar parte de una estrategia económica o incluso política, los conspiradores
astutos no pierden tiempo presumiendo sus victorias electorales ni quejándose
del número de asistentes a su posesión.
No, lo que estamos escuchando suena a un hombre que no está
a la altura ni tiene el control, que ni siquiera puede simular que está en
dominio de sus inseguridades. Sus primeras dos semanas en el cargo han sido un
tremendo caos y las cosas siguen empeorando cada vez más, tal vez porque
responde a cada debacle con un intento desesperado de cambiar el tema, lo que
solo lleva a otra nueva debacle.
Ni Estados Unidos ni el mundo pueden seguir así por más
tiempo. Piénsenlo: si tuvieran un empleado que se comporta de esta forma, de
inmediato lo quitarían de cualquier puesto de responsabilidad y le sugerirían
enfáticamente que buscara terapia. Y resulta que este tipo es comandante en
jefe del ejército más poderoso del mundo.
Gracias, Comey.
© The New York Times
/ Reproducido por Agensur.info con la debida autorización
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