Por Mariano
Narodowski (*)
1. El problema no
es que haya paros docentes. De hecho, en muchos países desarrollados y que
ocupan lugares muy destacados en las pruebas PISA de calidad educativa, también
hay paros docentes. Para erradicarlos completamente, la solución sería disolver
a los sindicatos docentes importantes, como sucedió recientemente en Ecuador:
una medida política que vulnera derechos humanos, laborales y de participación
ciudadana y que sucede en sociedades en las que una democracia avanzada
constituye un lejano ideal.
2. El problema es
que en la Argentina ya hace muchos años que los paros docentes se multiplican y
no consiguen resolver los problemas que los generan. Es así que frente a una
nueva huelga docente sólo hay que esperar que se produzca una huelga más, otra
subsiguiente y así de seguido: el paro docente argentino no permite establecer
un piso en el que se delimiten disensos y se consigan consensos básicos sino
que es, apenas, un momento más en una larga retahíla de conflictos que forman
parte de la espiral de declive de la educación. Un eterno retorno en el que
nunca se termina de conformar una base común de acuerdos y proyectos. Una
frustración de la que sólo se espera una nueva frustración
3. A estas
alturas, ya no es suficiente criticar a los dirigentes sindicales como
“irresponsables a quienes no les interesa la educación de los chicos” ni
reclamarles humildad a los funcionarios que se auto definen, orondos, como “expertos
negociadores gremiales”. Aunque sindicalistas y funcionarios sean solidarios en
el colapso educativo, el problema los supera ampliamente: nuestra sociedad
falla en ofrecer un proyecto político-educativo de real renovación mientras
gobiernos nacionales, de casi todas las provincias y de todos los colores
políticos y sindicatos de diversa orientación y organización coinciden en
enrostrarse recíprocamente un conjunto de responsabilidades que, ya no caben
dudas, los exceden por completo.
4. Lo más lamentable
de estos días son las peroratas contra el conjunto de los educadores. Se los
tilda de incapaces, mal formados o mediocres, como si fueran una excepción en
una sociedad que solo admite la excelencia. Se acude al ejemplo de Finlandia
como si la Argentina fuera Finlandia: ¿alguien cree que el sindicato docente de
Finlandia no haría paros si sus afiliados trabajaran en escuelas públicas
argentinas?
5. Este escenario
es muy regresivo para la educación porque deslegitima, otra vez, la autoridad
de los docentes. No nos sorprendamos mañana con otro hecho de violencia contra
algún educador.
6. Un día de
clases es sagrado, especialmente para los sectores sociales más vulnerables y
por eso los efectos de los paros docentes se resienten más en los sectores
sociales de menores recursos y especialmente en las escuelas públicas de las
barriadas populares, dado que en la mayoría de las escuelas privadas las clases
no se interrumpen. Este es el motivo por el que no acuerdo con los paros
docentes en general ni con este nuevo en particular.
7. Pero
convengamos que echarle toda la culpa del incumplimiento de los días de clase a
los gremialistas es muy útil en la retórica narcótica de los funcionarios,
pero, lamentablemente, es una idea muy discutible: los nuevos feriados y los
feriados puente no son decididos por los sindicalistas como tampoco las
“jornadas” docentes, la mala organización del calendario escolar o las fechas
de exámenes. La pérdida de tiempo escolar por problemas edilicios, de
mantenimiento o de cortes de suministro de agua no parece ser responsabilidad
de los gremialistas.
8. Y mientras
todo esto ocurre, la agenda de reforma educativa argentina ni siquiera arranca
a debatir problemas básicos tales como la organización de la escuela media (que
es de las primeras décadas del siglo XX) el abandono escolar que se profundiza
en adolescentes varones pobres, o las condiciones escolares y de trabajo
docente que son de 1958. La calidad educativa puede esperar.
9. Tengamos muy
en cuenta que en estas paritarias no se discuten aumentos salariales sino,
apenas, actualizaciones inflacionarias. Los aumentos salariales de los docentes
son, desde hace 60 años, únicamente por antigüedad por lo que no se estimula ni
la innovación, ni el título de posgrado ni el compromiso social sino el mero
paso del tiempo: es el peor sistema de todos y este año tampoco está en
discusión
10. Como puede
verse, las escuelas y los alumnos esperan cambios en serio. Hay tanto por
hacer, tanto por soñar, que ni siquiera este nuevo traspié debería condenarnos
a una nueva frustración.
(*) El autor es profesor de la Universidad Torcuato Di Tella. Su último
libro es "Un mundo sin adultos" (Debate)
No hay comentarios:
Publicar un comentario