Por Manuel Vicent |
El
dedo que advierte, el dedo que acusa, el dedo en los labios que manda callar,
el dedo que amenaza, el dedo que señala la dirección única, el dedo que impone
el capricho inexorable, todas esas facetas del dedo erecto como cola de alacrán
se han concentrado en el dedo de ese autócrata chiflado de Donald Trump, que
también es el dedo que puede apretar el botón nuclear y mandarnos a todos al
infierno.
El
poder omnímodo del dedo lo pintó Miguel Ángel en el fresco de la Capilla
Sixtina. En lo alto de la bóveda la figura de Jehová aparece como una nave
nodriza que en pleno vuelo trasvasa su energía en el cuerpo de Adán para
dotarlo de vida. El Creador y su criatura están a punto de juntar las yemas y
ese contacto explosivo siempre se ha interpretado como un acto erótico. En ese
dedo fálico se concentra el poder del macho. El misterio del índice en erección
proviene de Leonardo da Vinci.
Servía
de contraseña de una sociedad secreta de pintores que reconocían en ella su
sexualidad enigmática. Lo exhibe un apóstol en la Santa Cena, el Bautista de
Rafael y se repite en la historia de la pintura como símbolo de autoridad en
innumerables imágenes de héroes, profetas y líderes.
Hoy
la última fase de la cultura moderna se ha concentrado en el contacto del dedo
con el teclado del iPad, hasta el punto que el mundo que se avecina estará
poblado por humanoides que solo se comunicarán por impulsos digitales.
De
hecho hay quien dice que la humanidad ya ha muerto y este planeta es un
cementerio viviente gobernado sin control ni responsabilidad por el dedo
imperial de un avatar color calabaza que ha sido enviado para poner fin a la
historia. Mientras desayuna, Donald Trump puede apretar el botón nuclear
después de tomarse sus propios huevos a la ranchera. Ya no existe un argumento válido
que le impida realizar ese capricho.
© El País (España)
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