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lunes, 27 de febrero de 2017

DE MONSTRUOS Y CLIENTELAS

Por Martín Risso Patrón
Cada minuto que pasa me convence más que nosotros, los simples del Pueblo, nos hallamos literalmente aprisionados por dos enormes irracionales, torpes, que tienen mucha fuerza pero no saben qué hacer con ella porque son cobardes, y se empecinan en triturarnos.

No se atreven a disputar entre sí el poder. En eso son aliados. 

Se temen mutuamente, entonces tácitamente la emprenden con sus garras y sus apestosos bufidos, contra nosotros: Los que vivimos, los que votamos, los que comemos, los que andamos, los que esperamos, los que creemos, los que miramos cada amanecer y cada atardecer desde el llano; los que trabajamos, los que tributamos, los que nos educamos, los sencillos de a pie... Los que sólo parecemos una película muda para ellos, y se refieren a nosotros como números nomás, convirtiendo al País en una enorme cárcel o Campo de Concentración nazi: Sólo números estadísticos, marcados como ganado.

Se temen mutuamente porque son tan cobardes... Y así es que el Pueblo recibe en su lomo la baba inmunda de esos Monstruos.

El gobierno nacional y sus satrapías provinciales, con su cáfila de lobbistas de primera a cuarta categorías, amos de las tarifas, los servicios esenciales, y sus gerentes ministeriales. Los que ponen precio al dinero legítimamente ganado por el trabajo del Pueblo, y lo hacen mierda en esos agujeros espantosos que son los bancos.

Por el otro lado, la dirigencia político-sindical, enriquecida a costa del sufrimiento que provocan a quienes dicen representar.

Lo peor de esto, es que el síntoma más doloroso es la clientela que reclutan cada uno, de entre nosotros... Piqueteros, ñoquis que parasitan en el presupuesto público, lumpen de todo tipo y color que quitan las ganas de vivir a los sencillos que trabajan, que se transportan y van al laburo o vuelven al descanso... Sí, esos mismos que son aniquilados moralmente por sus respectivos mandantes; deshechos que antes eran seres humanos y ahora nada. Mientras, repito, sus mandantes siguen cada vez más ricos, manejando la botonera.

A nosotros, el pueblo simple, sólo nos queda trasladar por el Desierto sobre nuestros lomos el cadáver de la Democracia.

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