Por Mariano Narodowski (*)
Los célebres 180 días de clases surgen de la ley
25.864, aprobada con entusiasmo por nuestros representantes en 2003. Eran
épocas en las que se aplaudía como gran política educativa la repartija de
libros en canchas de fútbol. ¿Recuerdan?
La ley está muy alejada de la realidad
escolar: medio día de clases equivale a un día de clases y para la pérdida
completa de días habla de "compensar" y no de "recuperar".
Además, la falta de consecuencias en caso de incumplimiento le da un carácter
meramente cosmético, declarativo. Nunca se cumplieron los 180 días de clases
aun cuando no ocurrieran paros docentes, porque ya desde los calendarios
escolares provinciales se fijan menos jornadas, lo que se corrobora, contando
días. En inicial y primaria el máximo son 175/178 días y en secundaria, 165/170
días.
Un día de clases es un tesoro, especialmente para
los más pobres, Pero la exaltación hueca de los 180 días como gran tema
educativo es la contabilidad de la banalidad y no resiste el menor análisis
técnico. El número 180 vale si la organización de los tiempos y ritmos
escolares es inteligente; ahí sí el déficit de la política educativa es enorme:
1) Previsión: si los gobiernos
estipulan que un ciclo lectivo es de 180 días, que organicen un calendario
escolar con 180 días reales, no con menos.
2) Continuidad: en un ciclo lectivo
típico suele haber más semanas de 3 o 4 días que semanas de 5 días de clases, y
esto debe revertirse. Las clases no deben estar permanentemente interrumpidas
por feriados, asuetos, jornadas docentes, mesas de exámenes, etc.
3) Reducción del ausentismo: una investigación
de Ayelén Borgatti, de la Universidad Di Tella, mostró que el promedio de días
reales de clases en secundario de la escuela pública es de 140 y en privada, de
157. Esto se da por la ausencia de profesores y de alumnos. Ausencias de
docentes muchas veces determinadas por las mismas autoridades.
4) Racionalidad: en casos de pérdida
significativa de días de clases (5% o más) por paros, problemas edilicios,
climáticos, epidemias, ausentismo, etc., habría que contemplar la recuperación.
Pero el cálculo debería hacerse por escuela y/o por curso, y no en una
provincia entera.
5) Proyecto: ¿para qué queremos
muchos días de clases si no hay un verdadero proyecto escuela?
Como se ve, hay mucho por hacer. Y los cambios
traen mejoras inmediatas. ¡Empecemos!
(*) El
autor es profesor de la UTDT y fue ministro de Educación porteño.
© La Nación
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