Por Antonio Navalón
Que América será grande otra vez es el mantra del ignorante
presidente de Estados Unidos. América ruge en el norte por el caos político de
su actual Gobierno. A un mes del inicio de esta Administración, el mundo se
sobresalta y su pueblo se horroriza por las mañanas al mirarse en el espejo,
tratando de entender, entre las barras y estrellas, qué ha sucedido. Los
estadounidenses saben que la grandeza de América ha dependido y depende, en
gran medida, de la política hacia la otra América.
No se sabe muy bien cuántos hemisferios existen para Trump
en el mundo. No se sabe muy bien si conoce algo más allá de lo que interesa a
los compradores de pisos de lujo en sus torres doradas. Pero lo que sí sabemos
es que, desde el presidente Monroe y su “América para los americanos”, todo lo
que ha hecho Washington ha sido monopolizar el planeta primero con el dólar y
ahora con la tecnología, controlando así el patio trasero, el delantero, el de
arriba y el de abajo.
Pero ahora la otra América, la que también ruge de indignación
en una curiosa cacofonía sin ningún modelo político y económico dominante
muestra, contradictoriamente, un panorama desolador y la quietud tras la
tormenta. En este sentido, ahí está la paradoja del presidente de Argentina,
Mauricio Macri. Sin advertir las nuevas estructuras económicas, está
sobreviviendo políticamente gracias a la división de los peronistas, y
económicamente su programa está haciendo frente a todos los agujeros posibles.
Brasil tiene Odebrecht y pasará mucho tiempo para que desaparezca
ese escándalo en la tierra de la samba y de la sonrisa. Se ha transformado en
una mancha histórica que tapa los logros sociales del Partido de los
Trabajadores y que ha generado una doble frustración: el mal supera al bien y
Lula da Silva ha acabado siendo el emperador de la corrupción.
En el caso de México, estamos ante un país confuso respecto
a lo que le gustaría ser: un país respetado y respetable. Pero, pese a sus
problemas endémicos de corrupción, inseguridad y ausencia de estructura social
y política, sigue siendo confiable, y mantiene con EE UU un intercambio
comercial que supera los 500.000 millones de dólares.
Sin embargo, México no es como se sueña a sí mismo frente a
su vecino del norte. El presidente Peña Nieto se levanta pensando que Trump, el
Tratado de Libre Comercio (TLC) y su realidad son una pesadilla en la que
morirá defendiendo los intereses mexicanos, pero sin explicar cómo lo hará,
encargando la gestión a su canciller, que ya tiene en un puño —no sé si de
hierro o de terciopelo— el control absoluto de la relación con Estados Unidos.
En Perú, hay una orden de prisión preventiva contra
Alejandro Toledo, pero cuando la constructora brasileña Odebrecht comenzó sus
actividades delictivas durante su mandato, hubo quienes sabiendo con certeza la
catadura moral del personaje —como el actual presidente Kuczynski— ocuparon
puestos clave en aquel Gobierno. Entonces, ¿dónde estaban todos? ¿Hacia dónde
miraron? ¿Qué vieron cuando Toledo vendía la dignidad nacional frente a su
promesa de acabar con la corrupción de Fujimori?
Hoy la explosión del rugido de las Américas se basa en tres
aspectos fundamentales. Primero, la ausencia de un modelo ejemplar y de una
autoridad moral sobre los pueblos gobernados. Segundo, la confusión y el grave
error estratégico con el que Trump decidió devolver la grandeza a América, sin
darse cuenta de que, en el fondo, eso significa poner en peligro las conquistas
de los últimos 100 años de la gran potencia mundial. Y tercero, la liquidación
por quiebra y cierre del negocio de la corrupción, la permisividad y la
tolerancia.
No hay modelos, no hay dirigentes, no hay Gobiernos; sin
embargo, sí hay pueblos que tienen esperanza y hay una gran oportunidad
latente. Así, el rugido tiene que servir para reconstruir porque si en algo
tienen experiencia los latinoamericanos en los últimos 200 años es en oír los
lamentos de una tierra prometida que nunca llega.
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