Por Javier Marías |
Una noticia en verdad nimia me llamó la atención,
en la sección de Estilo. Por representativa, por significativa, por
sintomática, por enfermiza, por demente. Era nimia, pero este diario le
dedicaba casi media página, con foto incluida. Pero a eso iré luego. “Vogue USA cumple 125 años en medio de la
polémica”, rezaba el titular, y el subtitular: “Avalancha de críticas a la
portada del aniversario”, que era lo que la imagen reproducía.
En ella se ve a siete jóvenes modelos
formando grupo, enlazándose unas a otras por la cintura. Van
vestidas con recato: jersey negro de cuello alto y pantaloncitos de estampados
semejantes (culottes es el término). Los pies descalzos en la
arena y todas con el pelo recogido. Como no podía ser menos, son de razas
diversas, o con mezcla. Bien, miré unos segundos la foto y no vi motivo para
polémica alguna, lo cual despertó mi curiosidad: “¿Qué diablos habrá visto aquí
la gente para cabrearse y lanzar una ‘avalancha’?”, me pregunté, y leí el
texto: “La lluvia de críticas ha resultado torrencial”, se insistía en él.
Torrencial, nada menos. Debo estar ciego.
Dos eran los pecados. Por un lado, la mano y el
brazo de una modelo estaban retocados, siendo más largos de lo normal, y,
casualmente o no, esa mano es la que coge por la cintura a la modelo “de talla
grande, Ashley Graham”. Pero lo imperdonable es que la susodicha Ashley
Graham posa de manera levemente distinta que el resto: es la
única que, en vez de apoyar una mano en una compañera, la tiene caída, “reposa
sobre el muslo y le tapa la cintura”. Ergo: se la obligó a
posar así para que pareciera más delgada; ergo: la revista es
falaz, discriminatoria e hipócrita, y, lejos de “reivindicar la diversidad de
cuerpos”, finge hacerlo y disimula las curvas de Graham. De nada sirvió que
ésta asegurara que fue ella quien eligió posar así y que nadie le indicó qué
hacer. Twitter siguió vomitando sus vómitos.
En esta nimiedad hay factores muy raros: a) ¿Cómo
hay tanta gente en el mundo a la que le importe la portada de una revista? b)
¿Cómo hay tanta tan desocupada como para molestarse en criticarla? c) ¿Por qué
se ha dedicado a mirarla con lupa y lentes de aumento? (Hay que fijarse mucho
para advertir la mano larga, y ser muy susceptible para percibir algo maligno
en el brazo sobre el muslo de Graham; de hecho, salta a la vista que el suyo es
más grueso que el de sus colegas, luego ella no parece “más delgada”; por lo
demás, no desentona en absoluto y resulta tan atractiva o más que las otras.)
Respecto al primer factor, la respuesta es la consabida: parte del mundo lleva
tiempo idiotizado, como comprobamos aquí hace unos meses cuando fue noticia de
Telediario algo llamado “cobra” que al parecer le había hecho un cantante a una
cantante en una gala. En cuanto al segundo y al tercero, sólo cabe concluir que
hay masas de gentes cuyo único aliciente en la vida es enfurecerse y criticarlo
todo, sea lo que sea. Parecen levantarse de la cama con una idea fija: ¿A quién
o qué podemos cargarnos hoy? ¿A quiénes hacer la vida imposible, aunque sea
durante un rato? ¿Qué víctimas escogeremos? Algo habrán hecho mal, y si no, nos
lo inventamos. ¿Que Ashley Graham desmiente que la instruyeran para bajar el
brazo? Da lo mismo, la cuestión es desfogarnos, poner a caldo y hacer algo de
daño.
Recibo cartas reveladoras, pero hace poco me llegó
una de Holanda asombrosa. El remitente me decía que el adjetivo “agradable” con
que había calificado a Obama (supongo que contraponiéndolo al muy desagradable
Trump) le parecía “despreciativo”, porque era mucho más que eso. Me eché a reír
y me quedé perplejo. Sin duda Obama es más, pero ¿desde cuándo es despreciativo
“agradable”? Hay personas que ya no saben de qué protestar, de qué quejarse. A
este paso, pronto veremos a artistas indignados porque se haya dicho de su
libro o su película que son una obra maestra. “¿Una obra maestra?”, se
revolverán. “Eso es denigrante”. O –más probablemente– “Eso es paternalista.
¿Quién es nadie para opinar sobre lo que he hecho?” No crean, ya hay
movimientos –críticos profesionales incluidos– que abogan por una “crítica
acrítica”, como lo leen. Todo es bueno y nadie tiene derecho a establecer
distinciones. Es hora de admitir que lo que está en marcha es una continua
presión sobre cuantos dicen, escriben, opinan algo, un intento de acallarlo y
censurarlo todo (menos lo propio). Una vez sabido esto y aceptado, lo sensato
sería no hacer ni caso. Pero luego, hasta los diarios dedican media página a
los tiquis miquis de turno, o a los furibundos vocacionales, y les confieren
dimensión. En vista de eso, la mayoría de los que dicen, escriben y opinan van
tentándose la ropa antes de darle a una tecla, temiendo ser tildados de
machistas o racistas o elitistas, temiendo las “avalanchas”. A todos ellos les
diría: “Den por hecha esa avalancha; no cuenta, si la damos por descontada.
Escriban lo que escriban, les caerá encima”. Sólo a partir de ahí se recobrará
un poco de la mucha libertad ya perdida.
© Zenda –
Autores, libros y compañía / Agensur.info
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