Por Giselle Rumeau
Fue un clásico de la campaña presidencial. Todas las
expectativas de los periodistas estaban fijas en le misma dirección: saber quién
sería el futuro ministro de Economía de Mauricio Macri si ganaba las
elecciones. Y todas las apuestas se concentraban en dos personas: los
economistas Alfonso Prat-Gay y Rogelio Frigerio.
Sus voceros juraban en voz
baja que ninguno quería ese puesto, no tanto por el espanto a la pesada
herencia del kirchnerismo como por sus ambiciones políticas. Los dos quieren
ser presidentes y los dos tienen juego propio. Cuando Cambiemos ganó, Prat Gay
quiso ser canciller. Frigerio tuvo más suerte. Al ministro del Interior, la
mesa chica del Gobierno aún lo necesita. Está cargo de la relación con las
provincias y los gobernadores, algo que ha sabido hacer con habilidad. A
Prat-Gay ya no.
Nadie duda en Balcarce 50 de que el trabajo del ministro
saliente para desactivar la bomba de tiempo -salida del cepo y del default- se
hizo muy bien. Pero los desplantes que le propinaba al jefe de Gabinete Marcos
Peña y su negativa a trabajar en equipo o, mejor dicho, a recibir órdenes,
terminaron por exasperar los nervios de los popes del Gobierno.
En ese punto, la salida de Prat-Gay no tiene que ver con la
intención de achicar el déficit fiscal, que en rigor fue engordado por la
decisión política de comprar la paz social a fin de año y que según el
economista Javier González Fraga costó 2.5 puntos del Producto Bruto Interno
(ver aparte). Su reemplazo no buscó otra cosa que disciplinar a la tropa y
concentrar el poder económico en el Presidente y en Peña, junto a sus
coordinadores del Gabinete, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. O en lenguaje
corriente, potenciar el sinarquismo.
"Esto es Maquiavelo puro. Le cortaron la cabeza al
ministro más importante para la gente", le dijo a El Cronista un integrante del Gobierno que suele cuestionar las
prácticas de Peña, siempre en voz baja. La división de la cartera de Hacienda y
Finanzas, que agrandó aún más la atomización del Ministerio de Economía hoy
dividido en ocho- no hace más que aumentar el poder del jefe de Gabinete. Por
caso, Peña le está buscando a Luis Caputo flamante ministro de Finanzas- un
jefe de prensa para poder manejar también la comunicación financiera.
En ese punto, el argumento de que el Gobierno no necesita de
superministros es hoy una verdad a medias. Si hay un ministro superpoderoso en
el equipo, ese es Marcos Peña. Que nadie se atreva ahora a decirle que no.
Cuando estaba al frente de la secretaría General de la
Ciudad, Peña supo manejar con pericia ese papel de superfuncionario. La mayoría
de los ministros le temían y cumplían sus órdenes a rajatabla. Pero en la Casa
Rosada las cosas se le complicaron. Por obra de las clásicas internas, los egos
y la variedad política de sus miembros, no todos le respondían como él estaba
acostumbrado. Prat Gay era el menos dócil. Tenía agenda propia. Solía hacer
declaraciones sin pasar por el filtro del jefe de Gabinete. Ni siquiera le
contestaba el teléfono. "Sólo hablo con el Presidente", era su
muletilla preferida. Como si fuera poco, el ministro saliente había decidido no
acudir a las reuniones de Gabinete que encabezaba Peña cuando no estaba el
Presidente, y en su lugar enviaba a su secretario de Hacienda, Gustavo
Marconatto. Un funcionario que la mesa chica nunca aprobó por su procedencia
del kirchnerismo.
Con su experiencia política a cuestas, y acostumbrado a no
recibir órdenes, Prat-Gay nunca terminó de aceptar el modelo del management
empresario que guía al macrismo como palabra santa. Se trata de una lógica
distinta a la de la política tradicional. Por caso, el peronismo nunca hubiera
despedido a su ministro de Economía en Navidad. Hay un dueño y un CEO. Y los
gerentes obedecen.
El operativo para reemplazar a Prat-Gay llevaba varios días
de preparación en Balcarce 50 pero se adelantó ante la certeza de que el
ministro saliente iba a pegar el portazo en enero. Tenía que ser Macri quien le
pidiera la renuncia para demostrar que maneja al Gobierno con mano de hierro. Y
el momento elegido entre Navidad y Año Nuevo buscó que el impacto en los
mercados sea menor. Si no se tomó la decisión antes -dicen- fue porque
esperaban la sanción de la reforma al impuesto a las ganancias y del
presupuesto nacional, y las cifras del blanqueo. Peña se encargó de acelerar el
proceso.
Este politólogo de 39 años es de los pocos hombres que más
influyen sobre el Presidente a la hora de las decisiones clave. Además de
coordinar la relación con los ministros, se encarga junto al asesor ecuatoriano
Jaime Duran Barba de ordenar qué se dice y cómo en la comunicación del
Gobierno. En resumen: todo debe pasar por él. Ahora, también tendrá poder sobre
la economía. A causa de su dominio, algunos funcionarios son irónicos en los
pasillos de la Casa Rosada: "En cualquier momento, Marcos va a sacar un
comunicado ratificando al Presidente", dicen. Eso sí, siempre en voz baja.
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