Por Pablo Mendelevich |
Falta poco para Navidad. Mauricio Macri acaba de conmemorar
la mitad de su mandato. En el Congreso juraron los 127 diputados y 24 senadores
nacionales elegidos hace menos de dos meses. Entre ellos, Cristina Kirchner,
quien como en los viejos tiempos vuelve a ser senadora por Santa Cruz, ya no
por Buenos Aires, así que se apoltronó en la banca familiar que guardaba su
cuñada, hasta el 10 de diciembre cuidada eficazmente por la hermana de su
nuera.
De manera abrupta se terminó el intenso debate nacional
acerca de si Cristina Kirchner, procesada en cuatro causas por graves delitos,
al borde del juicio oral en tres de ellas, imputada en varias más y con un pie
en prisión, podía o no ser candidata a senadora. Una mañana de primavera el
Boletín Oficial sacudió al país: por decreto, en uso de las facultades que le
confiere el artículo 99 inciso 5 de la Constitución Nacional, Mauricio Macri
indultó a Cristina Kirchner. Ella quedó liberada así de las persecuciones
criminales por asociación ilícita, lavado de dinero, enriquecimiento ilícito,
cohecho, encubrimiento del atentado a la AMIA, encubrimiento de la muerte de
Nisman, dólar futuro, facturas truchas y otras que se le fueron sumando a lo
largo de 2017.
En sus fundamentos, el decreto del indulto dictado por Macri
dice que "las circunstancias históricas por las que atraviesa la república
exigen consolidar la unidad nacional" y explica que un ex presidente,
sobre todo si fue elegido dos veces, no puede ser vapuleado por la Justicia
como si se tratara de cualquier malandra desaliñado de La Matanza. Incluso cita
la palabra señera de la señora, quien en ocasión de ser procesada como miembro
de una asociación ilícita se preguntó, punzante, si el juez pensaba procesar
también al 54 por ciento que la votó en 2011. Con semejante respaldo pretérito,
imposible acusarla de tantos delitos surtidos, expresa el decreto.
La unidad nacional, eso sí, viene algo demorada -cada vez
hay más cortes de calles y avenidas con enfrentamientos de sectores peronistas
pidiendo en algunos casos la igualdad de derechos y en otros la desigualdad de
derechos- a raíz de que junto con Cristina Kirchner juró otra vez como senador
nacional Carlos Menem. Igual que Irigoyen en 1932 , Menem se negó a aceptar el
indulto que le tocó en el reparto. Declaró: "ió no necesito ser indultado,
así estoy bien, voy a repetir la banca por tercera vez, ya pasé un confortable
mandato como senador no tan sólo procesado sino condenado por la Justicia a
siete años de prisión y quedó demostrado que aquí en la cámara nadie molesta,
los muchachos son muy amables, no andan desaforando compañeros".
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Quien crea que esta prognosis es un invento del principio al fin tal vez no tuvo oportunidad de acceder este fin de semana a las ideas republicanas de Miguel Pichetto, el senador peronista más importante del país. Después de funcionar durante una década como ejecutor verticalizado de un gobierno que se golpeaba el pecho con la igualdad de derechos para todos, Pichetto dijo en una entrevista publicada el domingo en Clarín que "los ex presidentes deberían tener una jurisdicción especial" y mencionó como un ejemplo el indulto concedido por Gerald Ford a Richard Nixon. También les regaló argumentos a quienes piensan que el Senado puede funcionar como un aguantadero. Él no dijo aguantadero, pero cuando le preguntaron qué pasaría si Cristina Kirchner obtuviera una banca y un juez pidiera su desafuero, avisó: "En el Senado siempre hemos tenido la visión de cuidar a las figuras históricas". Sépanlo los jueces si creyeron que la misericordia senatorial con el ilustre Menem es humanitaria. Al amianto los senadores le dicen bronce.
Quien crea que esta prognosis es un invento del principio al fin tal vez no tuvo oportunidad de acceder este fin de semana a las ideas republicanas de Miguel Pichetto, el senador peronista más importante del país. Después de funcionar durante una década como ejecutor verticalizado de un gobierno que se golpeaba el pecho con la igualdad de derechos para todos, Pichetto dijo en una entrevista publicada el domingo en Clarín que "los ex presidentes deberían tener una jurisdicción especial" y mencionó como un ejemplo el indulto concedido por Gerald Ford a Richard Nixon. También les regaló argumentos a quienes piensan que el Senado puede funcionar como un aguantadero. Él no dijo aguantadero, pero cuando le preguntaron qué pasaría si Cristina Kirchner obtuviera una banca y un juez pidiera su desafuero, avisó: "En el Senado siempre hemos tenido la visión de cuidar a las figuras históricas". Sépanlo los jueces si creyeron que la misericordia senatorial con el ilustre Menem es humanitaria. Al amianto los senadores le dicen bronce.
Pichetto no precisó cuándo va a plantear que se reforme la
Constitución para impulsar las ideas que lo entusiasman. Crear la jurisdicción
especial de la que habló, tal vez un fuero que podría denominarse "en lo
delincuencial presidencial", exige cuanto menos retocar el artículo 16 de
la Carta Magna, donde dice eso de que todos somos iguales ante la ley, que
encima fatiga a los escolares cuando lo tienen que memorizar. A algunos
analistas políticos demasiado quisquillosos con las encuestas quizás les
parezca que semejante empresa -la de cambiar la parte doctrinaria de la
Constitución para beneficiar a Cristina Kirchner- puede tener algún
contratiempo, pero Pichetto sabe lo que dice, le sobra experiencia. Sirvió en
forma consecutiva a Menem, a Duhalde y a los Kirchner -lo admite el domingo en
el mismo reportaje- y lo hizo porque es "un hombre de partido".
Precisamente otro hombre de partido, y casualmente del suyo, aquel a quien él
servía en los noventa, la figura histórica a la que ahora el Senado blinda, es
nuestro indultador insignia de ex presidentes, no hacía falta ir a buscarlo a
Gerald Ford. Menem no indultó a un ex presidente, indultó a tres, todos
dictadores: Videla, Viola y Galtieri. Es cierto, fue un indultador mayorista
que ni miraba el CV del interesado, también indultó a Firmenich, a Martínez de
Hoz, indultos que en la década siguiente otro hombre de partido -siempre
hablamos del partido de Pichetto- mandó a desindultar.
Es un lío. Para evitar estas sinuosidades, que la cosa vaya
en gustos, digamos, en algunos países probaron con instituciones fuertes y
políticas sostenidas. Hicieron prevalecer la división de poderes por encima de
los nombres propios y no les fue tan mal. Pero es cierto que también están los
modelos de Arabia Saudita, Brunei, Quatar o el Reino de Suazilandia, donde los
gobernantes casi nunca son incomodados por la Justicia ni por nadie, ni
siquiera por sucesores, para lo cual evitan las sucesiones.
"Tengo la visión de que con los presidentes -dice
Pichetto en Clarín al narrar los avistamientos que hizo en la Argentina desde
el atalaya senatorial- se empieza con un gran reconocimiento y se termina
siempre mal". Pichetto debería compartir esas visiones con los estudiosos
de las ciencias sociales, que le agradecerán tan valioso trabajo de campo
antropológico. Ni él mismo debió darse cuenta, tan sutil era el fenómeno,
cuando Kirchner ordenó demonizar a Menem durante varios años. Ni siquiera
cuando se lo teatralizó en las narices aquel día de 2005 en el que realmente
debían jurar como senadores en un mismo acto Cristina y Menem, y el presidente
Kirchner (era la primera vez en la historia que un presidente visitaba el
Senado) se tocó los genitales para burlarse de su antecesor, que estaba a pocos
metros.
En cuanto a Nixon, Pichetto también se salteó algún detalle.
Ford lo indultó después de que Nixon pagó sus desaguisados con la renuncia a la
presidencia de los Estados Unidos. No la sacó barata precisamente. Nixon era un
megalómano, además de un estadista que de verdad había dado vuelta el mapa del
mundo y, sin embargo, tuvo que dejar el poder de la peor manera debido a los
delitos por los que se lo arrinconó (aparte del "espionaje" original
que cita Pichetto), a saber: obstrucción a la Justicia, abuso de poder y
desacato al Congreso. No hubo impeachment porque él se adelantó para atenuar el
bochorno. Seguirle procesos judiciales ordinarios después de la caída no tenía
mayor sentido.
Si Pichetto infiere del caso Watergate que en Estados Unidos
los ex presidentes tienen un trato especial, privilegiado, lo más probable es
que haya estado demasiado concentrado tratando de entender los ciclos de
adoración y desencanto de los presidentes argentinos. Para no perderse ninguno.
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