José Luis Cabezas |
Por Pablo Sirvén
Terminaba de recostar mi cabeza mojada en una reposera tras
un baño en el mar y pensaba lo bien que la estaba pasando, en una fugaz
escapada de fin de semana a Pinamar, cuando en ese preciso instante entró en
cuadro con gesto desencajado Gabriel Michi a contarme que habían matado a José
Luis Cabezas.
Desolado me hice cargo del operativo de emergencia, como
editor general de la revista Noticias, mientras viajaban desde Buenos Aires, el
director Héctor D'Amico y los jefes directos del reportero gráfico asesinado.
Llamaban de todos los medios a la misma redacción, en un hotel céntrico, hasta
donde pocas horas antes Cabezas y Michi habían trabajado. Sobre esa medianoche,
cuando el cielo estrellado de Pinamar se iluminó con los fuegos artificiales
del desfile de Roberto Giordano, solté la tensión acumulada en esas horas y la
bronca por ese festejo tan inoportuno, en un llanto incontenible.
En las siguientes semanas, la redacción de Noticias se
convirtió en un cráter humeante: todos nos sentíamos sobrevivientes
atemorizados. En las trasnoches de los cierres nos íbamos juntos en caravana de
remises por miedo a que Cabezas fuese tan sólo el primero de una lista de
sentenciados. Hasta hubo que contratar a una psicóloga para aliviar la natural
aflicción de redactores y fotógrafos.
Años atrás me había tocado cubrir dos temporadas de verano
consecutivas en Pinamar con José Luis. Estábamos juntos de la mañana a la
noche, haciendo todo tipo de notas y coberturas para la revista Noticias. Le
ponía mucha garra a su trabajo y siempre buscaba el mejor sol -muy temprano por
la mañana o el último de la tarde- para conseguir las espléndidas tonalidades
doradas de sus fotos veraniegas. No era un tipo callado: para todo tenía una
opinión. Podía engranar rápido, pero también era muy gracioso y, cosa
importante, me enseñó a encender el mejor fuego para hacer un asado. Le gustaba
manejar el auto que nos habían asignado y solía corear con ganas Dame un limón,
de Divididos.
En agosto de 1996, casi sin dejarlo reaccionar, Cabezas se
subió al escritorio del jefe de la "maldita policía", el inquietante
Pedro Klodczyk, para fotografiarlo desde arriba y una de esas tomas fue tapa de
Noticias. Retrató a las mujeres más lindas de la Argentina, a Ernesto Sabato y
a la familia Kirchner mucho antes de llegar a ser lo que fue. Y así con
muchísimos otros.
Una vez se nos ocurrió cruzar a dos titanes de la economía
nacional de distintas épocas e ideologías. El operativo fue bien simple y
casero: partiendo de Pinamar, José Luis fue a buscar a Juan Vital Sourrouille
en el auto alquilado por la Editorial Perfil, en tanto que yo fui con el mío al
encuentro de Roberto Alemann. Un rato más tarde nos encontramos todos en un
coqueto hotel de Cariló. Luego de que terminamos de producir esa nota y los
devolvimos a sus respectivas casas, con José Luis nos quedamos comentando qué
loco, cómo se confiaban figuras tan importantes en subirse a autos de
desconocidos y atravesar bosques hacia un destino incierto. ¿Y si éramos
secuestradores que queríamos pedir un botín por ellos en vez de ser
periodistas?
Un par de temporadas más tarde, cuando el sol del 25 de
enero de 1997 empezaba a subir, a José Luis le pasó algo peor que nuestra
oscura fantasía: a punta de pistola, unos facinerosos lo secuestraron a él y lo
obligaron a ir en el Ford Fiesta con el que se movía ese aciago verano hasta
una cava cerca de la laguna Los Horcones, en la que el entonces gobernador
bonaerense, Eduardo Duhalde, solía pescar. Una tríada siniestra -el entorno
intrigante del empresario postal Alfredo Yabrán, malandras del barrio platense
Los Hornos y varios agentes de gatillo fácil de la policía bonaerense- le
aplicaron una pena de muerte sumarísima.
Todos adoraban ponerse ante la cámara de Cabezas porque era
la garantía de una foto distinta y excepcional que sabía sacar el mejor partido
de cada personaje. Salvo Yabrán que no quería saber nada con que lo retrataran.
Tan es así que la primera vez que Noticias lo llevó a tapa debió apelar a un
dibujo. Cuando José Luis se enteró de que a Yabrán le encantaba veranear en la
Costa Verde se impuso como objetivo fotografiarlo.
Ninguna advertencia sirvió. Aunque viniesen a la redacción
en discretas visitas el periodista Sergio Villarruel y Wenceslao Bunge, voceros
sucesivos y de bajo perfil del misterioso empresario, a veces, incluso, con la
numeración exacta de las chapas de los autos de la editorial que le hacían
guardias periodísticas. Tampoco lo amedrentó que alguna vez le aparecieran
tajeados los neumáticos de su auto. El tipo había resuelto ponerle imagen al
empresario que se empecinaba en no tener cara y lo iba a hacer. Se había
convertido en un desafío personal.
Paradójicamente, la primera foto a Yabrán no la tomó él,
aunque brindó la información necesaria para que se hiciera: fue durante los
fuegos artificiales de un fin de año en Valeria del Mar. Cabezas no pudo
hacerla porque justo tuvo que viajar a Buenos Aires. Salió a doble página
adentro.
Pero al fin logró hacerle la foto que fue portada de
Noticias en marzo de 1996, cuando el empresario caminaba por una playa de
Pinamar junto a su esposa. Un tiempo antes, Yabrán había dicho que sacarle una
foto era "como pegarle un tiro en la cabeza".
Los balas fueron más de una: dos se incrustaron en el cráneo
del reportero gráfico hace 20 años. El tiro del final, 16 meses después, fue el
escopetazo con el que el oscuro empresario postal decidió poner fin a su vida.
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