Por Fernando Savater |
Solemos escuchar
abundantes críticas contra la actitud “buenista”, esa disposición políticamente
desmayada que extiende un certificado de buena conducta universal y queda
inerme ante adversarios menos complacientes. Pero los tiempos del buenismo han
pasado: ahora abunda cada vez más, a un lado y otro del Atlántico, el vicio
opuesto, al que podríamos llamar “malismo” para mantener la pauta expresiva.
Su
hipérbole puede verse en un divertidísimo artículo de Guillermo Sheridan (‘Los
héroes nuevecitos’, Letras Libres), en
el que disecciona dos best sellers yanquis de esos que venden millones de ejemplares en
los aeropuertos: con protagonistas que tendrían a Jason Statham por esparrin,
más atentos a la potencia destructiva de sus armas que a las gracias
intercambiables de sus novias (diabólicas pero al fin sumisas), aniquiladores
masivos de enemigos de ojos rasgados o piel cetrina pertenecientes a esas razas
nacidas para el mal y debeladores de conspiraciones contra el estilo de vida
americano por parte de políticos intrigantes (¡la casta!) liberales,
abortistas, ecologistas, contrarios a la venta libre de armas y cosas peores si
es que las hay. Libros para los votantes de Donald Trump... cuando pecan y
leen.
Demasiadas
contemplaciones los unos, sin contemplaciones los otros. En ambos casos la
realidad tiene poca importancia frente a la receta ideológica que la interpreta
sin molestarse en estudiarla. Los datos se manipulan con buena conciencia, para
que prueben lo que debe ser cierto, esa posverdad que por venir después debe mejorar a la verdad.
Lo malo es que
desde su tozuda neutralidad frente a ideologías, la realidad puede ser a su
modo muy vengativa: cede amablemente ante quien la conoce pero castiga a quien
la ignora. Ni mártires ni ángeles exterminadores, necesitamos gente que sepa de
lo que habla.
© El País (España)
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