El psicoanalista y su fantasía sexual
Sigmund Freud: El sexo y las neurosis represivas. |
Por Susana Moo
Si aceptamos el supuesto freudiano que afirma que “la civilización se ha
edificado en gran medida sobre energía erótica bloqueada, concentrada,
acumulada y desviada” no debe resultarnos extraño que uno de los tipos que más
ha ayudado a la humanidad a entender el importante papel que la sexualidad
ejerce en nuestra vida —y el tremendo daño que causa la represión sexual— fuese
un reprimido de órdago.
Sigmund Freud (1856-1939) ya de chaval era mojigato, inexpresivo,
proclive a censurar, uno de esos cerebritos que sólo en lo intelectual
encuentran un consuelo. Hasta tal punto no permitía que sus emociones fluyesen
que le desagradaba la música y, siendo el mayor de seis hermanos, la prohibió
en su casa. Sin otro afán más que el estudio, creció entre libros, fue el
primero de clase en el colegio, en el instituto, luego en la facultad de
Medicina. Un prototipo de macho alfa que centró su energía en la investigación
neurológica con un claro deseo de sobresalir, ser admirado y recordado en los
anales de la historia.
A los 26 años tuvo un flechazo. La afortunada: Martha, una joven
refinada, maniática de la limpieza, con la que mantuvo un noviazgo largo y
casto. En aquellos años, para Freud el sexo estaba asociado a la culpa:
La muchedumbre da
rienda suelta a sus apetitos, y nosotros nos privamos de tal expansión. Nos
reprimimos para mantener nuestra integridad y economizamos nuestra salud,
nuestra capacidad de disfrutar con las cosas, nuestras emociones; nos ahorramos
a nosotros mismos para algo, sin saber realmente qué. Y ese hábito de represión
constante de los instintos naturales nos presta la cualidad de refinamiento
[carta de Freud a Martha, 1883].
¿Refinamiento? Más tarde postuló que la represión sexual es la causa de
todas las neurosis. Él mismo era un poco neurótico, se preocupaba sin razón por
la salud de Martha. Se atormentaba pensando en la posibilidad de que sus ojeras
y palidez fueran consecuencia de los abrazos que se daban… aunque llegaron
vírgenes al matrimonio.
Fue un novio y luego un marido celoso y posesivo que dio con la mujer
perfecta porque Martha fue siempre obediente y sumisa, dedicada toda su vida a
arropar a su marido en las cosas prácticas, madre de sus hijos y ama de casa
eficaz con la que, no obstante, no compartió su pasión intelectual.
¿Qué contar de sus relaciones sexuales? Ni fu ni fa al principio, y
pronto el interés sexual declinó. En varias cartas aludió a su escasa actividad
sexual, habló de impotencia o de incapacidad para alcanzar el placer. “La
excitación sexual ya no tiene ningún valor para mí”, dijo en 1897. Luego
teorizó sobre el asunto:
Recordaremos, ante
todo, que nuestra moral sexual cultural restringe también las relaciones
sexuales dentro del matrimonio mismo, obligando a los cónyuges a satisfacerse
con un número muy limitado de concepciones. Por esta circunstancia no existe
tampoco en el matrimonio una relación sexual satisfactoria más que durante
algunos años, de los que habrá que deducir aquellos periodos donde la mujer
debe ser respetada por razones higiénicas. Al cabo de estos tres o cinco años
el matrimonio falla por completo en cuanto a la satisfacción de las necesidades
sexuales […] es así el destino de la mayor parte de los matrimonios, que
encuentran de nuevo los cónyuges transferidos al estado anterior de su enlace,
pero tanto más pobres cuanto que han perdido una ilusión y se encuentran
sujetos de nuevo a la tarea de dominar y desviar su instinto sexual.
Sigmund y Martha tuvieron seis hijos y con el matrimonio convivió la
hermana soltera de Martha, con la que el inventor de la cura a través de la
palabra hablaba más, daban juntos largos paseos y compartía con ella sus
reflexiones. Se especuló mucho sobre si hubo lío entre ambos. No lo creo.
Resulta inverosímil dado el conservador concepto familiar de Freud, de Martha y
posiblemente de la cuñada. Freud, que llegó a decir “Estoy a favor de una vida
sexual infinitamente más libre aunque yo, por mi parte, he hecho muy poco uso
de esa libertad”, nunca abandonó premisas de represión en su vida íntima y
tampoco en su práctica psicoanalítica. Tenía cierta tirria a las
manifestaciones afectivas, creía, por ejemplo que acariciar a los bebés era una
forma peligrosa de estimulación sexual precoz, y consideraba nociva la
masturbación, un vehículo de efectos patogénicos. Apenas habló de su sexualidad
privada, pero en sus libros y apuntes puede leerse entre líneas sus propias
vivencias. Su metodología psicoanalítica casaba como anillo al dedo con su
personalidad parapetada. El diván le resultaba cómodo porque no soportaba el
contacto visual con los pacientes, su función se limitaba a interpretar las
producciones inconscientes, una tarea eminentemente intelectual.
Freud realizó un profundo ejercicio de introspección para elaborar sus
tesis y también consintió que algunos de sus colegas le analizasen, pero cuando
se acercaban demasiado cortaba la terapia, temeroso de que llegasen a algún
aspecto de su psique que no deseaba saliese a la luz.
Ha corrido tinta sobre si ese tabú sexual tendría que ver con ciertas
tendencias homosexuales. Lo cierto es que a lo largo de su vida tuvo una
sucesión de amigos íntimos, con los cuales mantuvo copiosas relaciones epistolares.
Muchas de esas cartas se conservan y resulta sorprendente con el apego que les
habla, él, que era tan circunspecto en el trato personal. A veces se expresa
como si se tratase de una relación amorosa, muy especialmente con Fliess, un
terapeuta charlatán con visos de curandero milagroso, al que le dice cosas como
no he tenido otro
recurso que la memoria para reconstruir la hermosa noche que te vi […] La gente
como tú no debería morir, querido amigo; todos necesitamos demasiado a la gente
de tu especie. Cuánto te debo: consuelo, comprensión, estímulo en mi soledad;
gracias a ti mi vida ha adquirido un sentido, e incluso me has hecho recuperar
la salud como nadie podría haberlo hecho. Ha sido principalmente gracias a tu
ejemplo que yo he ganado la fuerza intelectual necesaria para fiarme a mis
juicios, aun cuando me dejan solo, y, como tú, he aprendido a enfrentarme con
mayor humildad a todas las dificultades que pueda depararme el futuro. Por ello
¡acepta mis humildes gracias! Sé que tú no me necesitas tanto como yo a ti,
pero también sé que tengo un lugar asegurado en tu corazón.
Freud explica la homosexualidad como un narcisismo, cuando los jóvenes
buscan alguien como ellos para amarlos como sus madres los amaron a ellos:
La homosexualidad
no es una ventaja, pero tampoco es algo de lo que uno deba avergonzarse; un
vicio o una degradación, ni puede clasificarse como una enfermedad. Nosotros la
consideramos una variante de la función sexual, producto de una detención en el
desarrollo sexual. […] Muchos individuos altamente respetables, de tiempos
antiguos y modernos, entre ellos varios de los más grandes (Platón, Miguel
Ángel, Leonardo da Vinci, etc.) fueron homosexuales. Es una gran injusticia
perseguir la homosexualidad como un crimen y es también una crueldad.
Yo me uno a los biólogos que consideran que el secreto mejor guardado de
Freud tenía que ver con ciertas tendencias homosexuales, concretamente creo que
en sus deseos rondaba la fantasía de sexo oral con otro hombre. No creo, sin
embargo, que se permitiese llevar su fantasía a la práctica, más bien opino que
luchó contra ella con todas sus fuerzas conscientes y que no se concedió
gozarla ni allá en el fondo de sus pensamientos, ya que consideraba que la
mayor amenaza que puede asolar a un hombre es la libido homosexual.
Una de las conclusiones a las que llega Freud en el controvertido
análisis de su paciente Dora fue la que me dio la pista sobre ese presunto
anhelo sexual/oral de Freud. Dora era una joven que padecía rasgos histéricos,
afonía y tos nerviosa. Freud determinó que sus padecimientos eran reflejo del
ansia reprimida de practicar sexo oral, lo cual parece descabellado [ver el caso Dora] y tiene toda la pinta de
ser un lapsus freudiano que habla más de lo que el psicoanalista tenía en la
cabeza que de la chica afónica.
Además Freud fumaba puros como un carretero, lo cual no sería
significativo si él mismo no hubiese postulado que fumar es un sustituto
sexual. No especificó que se trataba de un sustituto de sexo oral pero parece
evidente. Y bueno, ¿es rizar el rizo suponer que el cáncer de boca que sufrió
fue una somatización de la culpa por sus vergonzantes deseos sexuales?
Bibliografía
Louis Breger, Freud, el genio y sus sombras, Barcelona: Javier Vergara Editor, 2001.
Louis Breger, Freud, el genio y sus sombras, Barcelona: Javier Vergara Editor, 2001.
© Revista
Replicante / Agensur.info
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