Por Agustín Fernández Mallo
Cada vez que la soledad se le vuelve
insoportable al crítico, y en su domicilio y con nocturnidad y
alevosía, en vez de guardar silencio redacta una crítica negativa de un libro
de un escritor o escritora novel, y envía esa crítica al periódico, revista o
plataforma digital a la que acostumbra a enviar sus críticas, emerge de lo más
profundo de su alma la gratuidad del censor que todos llevamos dentro.
Una
crítica negativa de un libro de un escritor novel cumple el objetivo contrario
al que toda crítica debe aspirar: fomentar la lectura. Una crítica negativa de
un libro de un escritor novel tiene un plan no declarado, la lenta inmersión en el neoanalfabetismo; es decir, el
deseo de que la gente esté informada pero no lea. Es un plan secreto, y dura ya
varios siglos, por lo menos desde que lo pusiera de moda un tipo llamado Torquemada. Una crítica negativa de un libro de un
escritor novel dispara contra la línea de flotación de todos los libros, son
palabras contra palabras, no cabe mayor fratricidio ni insana relación con
nuestro yo civilizado. Tales críticas son un pequeño Fahrenheit 451, la temperatura a la que arde un
libro, quema en una pira pública que es también la quema de todos los volúmenes
de la Tierra, y hoguera en la que el crítico arderá porque el infierno existe y
fue inventado única y exclusivamente para que en él ardan los críticos que
hacen críticas negativas de libros de escritores noveles. De modo que 451 es también la temperatura a la que arde un
crítico. Sólo hay que esperar el tiempo suficiente, lo dijo Canetti, no merece la pena desear
venganza, se cumplirá, se cumple automáticamente por un principio de
reversibilidad que hay en las cosas.
Así, en las leyes que equilibran el mundo también
hay un lugar para aquellos que cada día de un modo silencioso asedian la
escritura y le amputan uno de sus más nobles miembros: la libérrima expresión
del escritor o escritora novel. Es una pequeña cámara de gas, un mecanismo que
toma su fuerza de la debilidad de los otros, matonismo de bar. En una crítica negativa de un libro de un escritor novel fracasa el
libro y fracasa el crítico y así el Mundo fracasa doblemente.
Crítica que nace muerta, lleva escrita su derrota: quedará refutada si a la
postre el libro es salvable, y pondrá en evidencia la ociosidad del crítico si
el libro finalmente es olvidable. ¿Tanta tinta para eso?, ¿no tenía una mejor
idea acerca de qué escribir?, ¿en qué gasta ese crítico su tiempo libre?,
¿alguien le ha hablado alguna vez de su estilo, de sus fallos expresivos o del
tembleque intelectual que sostiene sus naipes? Una crítica negativa de un libro
de un escritor novel es el sacrificio que la política literaria requiere para
hacer de sí misma un mito, una leyenda. O uno de esos peces que a 5000 metros
de profundidad crece con monstruosas formas y ciegos sus ojos; no sabe qué es
la luz. Una crítica negativa de un libro de un escritor novel es una sobredosis
de anticonceptivos caducados, un chillido que reclama a gritos su espacio como
un bebé muerto de miedo llama a sus padres en mitad de la noche. Una crítica
negativa de un libro de un escritor novel no comprende el valor del silencio,
afina su impertinencia en la carne blanda aún del otro, un brote de
imperdonable mala educación, el regreso a la caverna y el desprecio a la
inteligencia del lector: en un proceso evolutivo, casi darwiniano, los lectores terminan por hacer desaparecer los libros malos,
no hace falta acelerar el proceso y mucho menos señalarlo con el dedo.
Pero sobre todo una crítica negativa de un libro de
un escritor novel pasa por alto que nunca habla del libro en cuestión sino del
propio crítico, de su biografía, de sus lecturas y sus no lecturas, de su
cultura y su incultura, de sus conocimientos y de sus carencias, de su
capacidad o incapacidad para dotar al libro de un marco cultural adecuado o
guardar silencio. Porque no hay crítica –ni buena ni mala– que hable de libro
alguno. Todos, y siempre, hablamos de lo único que conocemos, nosotros
mismos.
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