Los incendios en Chile. (Foto: El Mercurio) |
Por Karin Ebensperger
La peor ola de incendios que ha vivido Chile, y el actuar de
autoridades y vecinos, nos mueve a reflexionar sobre qué significa ser un buen
ciudadano en el siglo 21. Con las diferencias legítimas que podamos tener en
todo orden de cosas, lo que debiera unirnos es la conciencia de que somos parte
de un cuerpo social, de una común ciudadanía chilena, y que solo de nosotros
mismos depende nuestro destino.
Lo que les pasa a algunos nos suele repercutir a todos. Esto
lo expresó muy bien John Kennedy cuando dijo "Ich bin ein Berliner",
refiriéndose a que hacía propio el sufrimiento de los habitantes de Berlín,
rodeados por tanques soviéticos, y la necesidad de socorrerlos.
En nuestro Chile, tan azotado por la naturaleza, no podemos
seguir con este ambiente de desconfianza. Urge un consenso social básico. El
alineamiento espontáneo que debiera existir entre el Gobierno y la ciudadanía
en casos de catástrofe no se nos da fácil. Se sospecha del Gobierno porque no
reacciona rápido y con eficiencia, se sospecha de las causas de los incendios
porque falta información veraz y creíble de parte de las autoridades, y todos
aún pensamos en forma demasiado ideológica: que si se recurre a las FF.AA. se
interpretará así, que si se nombra la palabra terrorismo se verá con
intencionalidad política... en fin; los chilenos no nos damos tregua ni en
medio de las catástrofes. Sentirnos todos parte del sufrimiento y de la solución
nos aportaría un sentimiento de decencia, de pertenencia y de dignidad.
Pero no nos han inculcado desde niños -porque no tenemos una
buena educación cívica- que somos una comunidad, que no somos solo habitantes
de Chile sino ciudadanos que tenemos derechos y obligaciones hacia los demás.
Bomberos y carabineros nos dan un buen ejemplo, pero en general somos un país
bastante inculto en materia cívica. Recordemos que todas las religiones,
filosofías y culturas incorporan la idea de la regla de oro, según la cual no
debemos hacer a los demás lo que no querríamos que nos hagan a nosotros. Eso,
aplicado a la política en los estados modernos, es educación cívica.
Si en las familias y en los colegios nos hablaran más de
nuestro rol personal en el bien común, en el buen funcionamiento de las
instituciones y en el respeto cívico, tendríamos una sociedad con más paz y
confianza. Una educación cívica integral, que forme en el respeto, nos
permitiría entender que ni las amenazas externas ni las inclemencias de la
naturaleza nos pueden derribar, porque tendríamos arraigado un sentido de
pertenencia, en vez de un sentido de sospecha hacia el prójimo.
Chile necesita urgente un programa integral de educación
cívica, porque los valores imperantes en una sociedad se van forjando desde
niños. De esos valores depende la estabilidad política y la dignidad de la vida
en sociedad.
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