Por Fernando Savater |
El nuevo presidente americano ha despertado serios recelos y
protestas anticipadas entre los defensores de los derechos humanos, en su país
y fuera de él. No sin motivo, pues las opiniones vertidas por Trump sobre los
inmigrantes latinos, sobre los musulmanes, sobre la tortura o la ecología, su
actitud ante la prensa, las mujeres, etcétera... definen un perfil poco
deseable en el primer mandatario del país más poderoso e influyente del mundo.
Menos justificado está hinchar el escándalo hasta que
parezca el primer caso de político poco entusiasta de esa declaración de
derechos tan elogiada. Incluso Obama, admirable tanto por sus méritos como por
sus detractores y elocuente defensor de los DDHH, ha preferido dejarlos en la
penumbra en su relación con la dictadura cubana y en su última resolución sobre
los inmigrantes ilegales que huyen de la isla.
Si nos centramos en España, difícilmente pueden predicar
sobre el tema desde Podemos, cuya complacencia no sólo con Cuba sino con
Venezuela y hasta con Irán está demostrada, por no mencionar su ambigüedad
—seamos piadosos— frente al terrorismo etarra y sus víctimas.
Pero tampoco puede presumir el Gobierno conservador, que
acaba de enviar al Rey a reforzar nuestras “tradicionales” buenas relaciones
con los sátrapas saudíes, una teocracia tiránica que conculca todos los
derechos de la carta, por muchas corbetas que encargue a Navantia y muchos AVE
que les construyamos para ir a la Meca.
Y la UE no es más fiable, como está demostrando su rácana
actitud para con los miles de inmigrantes que hoy imploran helados de frío la
hospitalidad cívica de Europa, sobre la nieve ante otra Canossa.
Los DDHH no definen el rostro de los demás, sino el nuestro.
Un día despertaremos sin máscara ni coartadas y nos veremos de verdad en el
espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario