Por Manuel Vicent |
Todos los días a las nueve de la mañana por la puerta
trasera del supermercado sale un empleado con varias barras de pan duro y las
desmenuza en medio de la calzada para alimento de los pájaros.
Cuando a esa
hora paso por allí en coche a comprar el periódico hay un cotarro de gorriones
y palomas picoteando furiosamente.
Siempre se produce un angustioso revuelo en todas
direcciones por delante del parabrisas un segundo antes de que los aplaste con
las ruedas, pero los pájaros logran salvarse y vuelven en seguida al sustento.
Todos los días a las nueve de la noche en el mismo punto de
la calle donde por la mañana comen los pájaros, un grupo de mendigos, de
vagabundos y otros hambrientos de traje y corbata se abate sobre las cajas con
desperdicios de comida que a esa hora saca el empleado por la puerta trasera
del supermercado.
El comportamiento de pájaros y mendigos es similar, la misma
ansia, la misma desesperación, unos por la mañana, otros por la noche en la
misma una rueda de hambre. Pero no todos los vagabundos son iguales.
Uno de ellos es alto, herrumbroso y elegante. Llega a la
cita siempre una hora antes y durante la espera lee de pie a la luz de la
farola el horóscopo de algún periódico rescatado de la basura, que despliega
sobre el capó de un coche aparcado. Cada día el horóscopo es distinto, pero
siempre se acomoda a sus sueños. Allá arriba giran los astros. Aquí abajo el
empleado de supermercado ofrece comida caducada a los mendigos y mientras los
demás rebuscan en ella, parece que a este vagabundo herrumbroso y elegante solo
lo alimentan sus sueños.
Espera que desde algún lugar del universo su signo del
zodiaco le traiga amor, salud y dinero este año nuevo, según lee en el
horóscopo en un periódico del año pasado. A nadie echará la culpa si sus sueños
no se cumplen. Las constelaciones quedan muy lejos.
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