Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Que Trump es kirchnerista, que Trump es tan sólo un
populista –el kirchnerismo sería un populismo con un máster–, que Trump es un
facho, que Trump es misógino, que Trump es xenófobo, que Trump es intolerante,
que Trump es un burro, que Trump piensa gobernar sólo para Estados Unidos.
Es
bien sabido que el argentino necesita de chivos expiatorios constantemente,
pero no deja de resultar curioso que a ambos lados de esa garganta del diablo
que algunos han dado en llamar “grieta” existan sujetos que ponen en el
presidente de los Estados Unidos la representación de todos los males por
venir. Minority Report edición internacional redactada y publicada por quienes
en las últimas semanas afrontaron conflictos del primer mundo como una matufia
de vendedores ambulantes con los papeles tan en regla como un Duna de remisería
del segundo cordón del conurbano.
Nos pasamos 2016 discutiendo si está bien pagar por un
servicio lo que el servicio cuesta, pero creemos estar a la altura suficiente
–me incluyo– como para juzgar a un mandatario extranjero que, entre los
quilombos a resolver en lo inmediato, cuenta con los loquitos de Estado
Islámico, y un conflicto comercial internacional con los chinos, los mismos que
en vez de traernos inversiones nos pusieron una base militar. Nosotros, que
nuestra hipótesis de conflicto bélico más alta es una guerra de porongazos con
los uruguayos por la devolucióin del IVA al turismo, creemos tener la altura
moral para criticar qué debería hacer Estados Unidos, los centinelas de la paz
europea de los últimos 100 años, frente a conflictos que no entendemos ni
dimensionamos, pero que también suponemos que podemos resolver pidiendo que
liberen Palestina, u organizando campañas de rezo para frenar la “intolerancia”
frente a fanáticos religiosos que si nos tuvieran en frente nos decapitarían
por infieles.
En un país en el que explicamos a nuestro verdulero por qué
habría que enviar a todos los bolivianos a su país, nos enoja la xenofobia de
un tipo que se casó con una europea del Este, que para un norteamericano es
sinónimo de pornografía barata y prostitución por veinte centavos de dólar.
Quizás estemos hablando de un xenófobo, o de un mataputos, o de un misógino, o
tan sólo de un pelotudo. Pero convengamos que mirar para allá desde la Patria que
se presentó como potencia petrolera-industrial y hoy depende de la venta de
limones, es ponernos una camiseta que nos queda un poquito grande.
Causa ternura ver la empatía automática del niunamenismo con
la marcha de Madonna en Estados Unidos, un país que tiene una tasa de
femicidios dos puntos por debajo de la Argentina. Y eso que cuesta encontrar
los datos: allá no discriminan y a los femicidios les dicen homicidios. Causa
ternura porque han sido tan turros como en Argentina. Acá se organizó la primera
marcha al Congreso Nacional, donde se había aprobado un paquete de leyes a
favor de la protección del género. Se cuidaron enormemente de no cargar contra
la responsable de no reglamentar las leyes, esa que tenía su despacho en la
otra plaza a diez cuadras, la misma que le prometió a la Iglesia que nunca
legalizaría el aborto. Y después dicen que no cumplió ninguna promesa.
Todos emocionados por lo épico de una marcha por derechos
civiles que nadie tocó –aún no sabemos si por falta de voluntad, porque no le
interesa tocarlos, o por una mera cuestión de tiempo– y pocos se detuvieron a
pensar quiénes eran los organizadores: una mujer que milita por el mundo
exigiendo la libertad de lo que ella define “presos políticos” –incluyendo a
etarras y otros partidarios del debate ideológico de las bombas asesinas–, otra
que destaca los lados positivos de vivir bajo la Sharia, como que no te cobran
intereses por los préstamos. Porque lo que importa en esta vida no es tener la
libertad de casarte con quien quieras, acostarte con quien se te dé la gana,
educar a tus hijos como se te antoje o llegar a vieja sin que te lapiden porque
otros tipos te violaron: lo que vale es el Ahora 12.
Lo ridículo es que Linda Sarsour –la activista pro sharia en
cuestión– recibió muestras de apoyo en las redes sociales con frases como “Si
se meten con Linda se meten con todos”, “Si la tocan a Linda vamos a la guerra”
o culpan de los ataques a un ejército de Trolls. Seguramente responden a
Marquitous Phenia.
Ya que estamos, no quiero olvidarme de conceptos tales como
tolerancia religiosa, otro ítem que nos puso los pelos de punta por la
mentalidad norteamericana, cuando vivimos en un territorio en el que todavía
quedan eunucos emocionales que afirman que el genocidio judío no fue para tanto.
Tampoco exageremos: habrán sido seis millones de judíos, cinco millones más
entre putos, gitanos, negros y opositores, pero pasó una sola vez. Un error en
caliente lo comete cualquiera.
En esta insoportable levedad del ser occidental, deberíamos
replantearnos qué cosas toleramos por cuestiones culturales y con cuáles otras
cosas nos hacemos bien los pelotudos. Ver a boludas ponerse una bandera como
velo en señal de resistencia es un insulto a cualquier resistencia: en Irán
llevan 37 años protestando contra el uso obligatorio del hiyab en la mujer. Me
pregunto en qué punto la exigencia de derechos de la mujer y del respeto
cultural a la sharia pueden coexistir, cuando son países en los que la mujer
tiene que pedir permiso al marido o al padre para cruzar una frontera, lugares
donde si tuviste la desgracia de nacer con un faltante entre las piernas no
podés postularte para una carrera judicial o presidencial, donde el testimonio
judicial de una mujer vale la mitad que el de un hombre porque “son muy
emocionales”, o donde una mujer tiene por destino la horca si se descubre que
fue infiel.
Estimados: si es cultural, no tiene nada que ver con mi cultura.
Pero la tenemos clarísima y analizamos lo que pasa en
Estados Unidos desde el país en el que le tememos a las lluvias. Es ese
síndrome futbolero que aplicamos para todo, donde un obeso cuyo último
desempeño deportivo constó de un récord barrial en deglutir pizzas se siente
autorizado para putear a Messi por no ganar una Copa Mundial para que nosotros,
que no hicimos un choto por él ni por ningún otro futbolista, podamos
agrandarnos un poquito más.
La hipocresía a flor de piel de nuestra idiosincrasia la
podemos notar a cada paso que damos por la calle. ¿Cuántas infracciones a
alguna ley contabilizamos de una esquina a otra? El problema es que después
vemos nuestra realidad y ni siquiera podemos arriesgar que los resultados están
a la vista, dado que no puede haber resultados si no se hizo nada. Una buena:
que no tengamos laureles para mostrar tiene lógica, ya que estamos tanto tiempo
demostrando nuestros conocimientos de qué se debe hacer que nos cansamos antes
de comenzar a hacerlo.
No quiero dejar pasar la oportunidad de recordar a ese
hermoso submundo al que circunstancialmente (no soy, trabajo de) pertenezco: el
periodismo. En Argentina pasó de moda esto de mandar corresponsales a países
que no gravitan en los intereses mundiales, como Estados Unidos o Alemania.
Creemos que alcanza con replicar lo que publican los medios de allá, que tienen
los mismos vicios que nosotros. Por eso fue “sorpresivo” la derrota de Hilaria
Clinton, a pesar de haber perdido pornográficamente en Arkansas, el Estado
donde los Clinton gobernaron por décadas.Y no escarmentamos: sólo así se
explica que se publique como notón a la primera mujer que se va de Estados
Unidos “para no convivir con la xenofobia de Trump”. Detalle: la mina es
republicana y residía en Houston, Texas, donde la xenofobia se mide en cuantos
frijoleros cagas a trompadas. La gringa no se fue a vivir a México, sino que
eligió Madrid –hipócrita, no boluda– para lo que tuvo que tramitar la migración
en el consulado, exactamente el paso que ningún inmigrante ilegal realiza. Una
a favor: cumplió con su palabra y se tomó el palo.
Para no sentirnos tan mal, es bueno destacar que las
pelotudeces que estamos viendo en Estados Unidos demuestran que idiotas hay en
todas partes del mundo. Quizás no en todos lados se pueda llegar al paroxismo
de tener un Nicolás Del Caño declarándole la guerra formal a Donald Trump con
el poder de fuego de los panes rellenos, pero allá también compiten por cuánta
gente llevaron a la plaza. Y sí, también tienen el resistiendo con aguante y
fondos: entre los convocantes a la marcha se encontraron 59 fundaciones de
derechos civiles financiadas por George Soros, el rey de la especulación
financiera que canaliza sus culpas poniendo guita en organizaciones que no
aportan nada productivo. La periodista del hallazgo es Asra Naromi. Para
desgracia de los que siempre tienen algo para agregar, Naromi es inmigrante,
mujer y musulmana.
Todas estas cuestiones no hacen más que disparar la duda de
qué mierda pasa por la cabeza de gente que tiene todas sus necesidades básicas
satisfechas.
Tienen poder de fuego porque la lástima garpa. No genera el
mismo impacto juntar firmas para una ley de educación en la planificación
familiar en la que se enseñe que no se debería tener más hijos de los que se
pueden mantener, que hacer la misma petición para darle de comer a los catorce hijos
del hombre que vive en la calle y sigue teniendo pibes. La primera opción es un
abstracto, la segunda tiene caras. La primera nos aburre, la segunda dispara el
mecanismo de culpa inconsciente de no haber querido comprometernos antes. Como
no podemos culparnos a nosotros mismos ya que atenta contra el instinto de
supervivencia del biempensante, culpamos al sistema, el mismo que nos permite
satisfacer todos nuestros caprichos. Nunca pensamos cómo hicimos.
La corrección política nos va a aniquilar con tanto poder
que dejará a la gran extinción del Pérmico al nivel de una fiesta de primera
comunión. Ejemplos sobran. En los últimos dos siglos la población mundial se
multiplicó por siete. Nunca hubo tantas campañas de denuncia por el hambre en
el mundo. Sin embargo, mientras se viraliza que sólo ocho personas tienen la
misma cantidad de dinero que el 50% de la población mundial, lo cierto es que
nunca jamás en la historia de la humanidad la tasa de pobreza estuvo tan baja
como ahora. Nunca. Repito: nunca. Posta. Denserio.
Quizá el problema radique en las ganas de formar parte de
algo superior. Si además es buenista, el combo es imbatible. Es el “tengo un
amigo judío” llevado a un extremo único. Es la comodidad de sentirnos
incluyentes con quienes no tenemos intenciones de ayudar a mejorar sus vidas.
Allá, con las mujeres musulmanas a quienes no conocen y creen que es cultural
que vivan oprimidas. Acá, con tantos ejemplos que da fiaca enumerarlos, pero
que se puede resumir en el trato que damos a los habitantes de las villas, a
quienes directamente les dimos el status de pueblo originario con un sistema
cultural que hay que respetar, alabar y glorificar para perdón de nuestros
pecados.
Mientras, deberíamos practicar un ejercicio lingüístico
sobre el significado de tolerancia. Quizás descubramos que tolerar no es
sinónimo de aceptar y asimilar, sino tan sólo una actitud de respeto. Y
convengamos que nadie con la caramelera sin faltante de stock puede respetar al
que quiere desaparecernos de la faz de la tierra.
Lo único que no deja de intrigarme es por qué teniendo la
misma proporción de pelotudos que Estados Unidos nosotros seguimos siendo
Argentina y ellos… Ah, sí… las instituciones…
Martedì. “Si me preguntas cómo es la gente de este país, te
diré que como la de todos lados. La raza humana es harto uniforme. La inmensa
mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir. La poca libertad que
les queda les asusta tanto que hacen cuanto pueden por perderla”. Johann von
Goethe en Die Leiden des jungen Werther.
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