Por Pablo Sirvén
Últimamente, el Presidente no duerme del todo bien. Lejos de
lo que podría suponerse, no es por las muchas y cruciales asignaturas
pendientes que tiene por delante su administración ni por las presiones que
soporta.
Suele comentar a sus íntimos que en septiembre último la
cabeza le hizo "clic" y que, desde entonces, empezó a sentirse en eje
con ser quien encarna la máxima responsabilidad política del país.
Hasta
entonces, todas habían sido incomodidades incluso inesperadas para él, que
venía con el oficio de ocho años de función pública intensa como jefe de
gobierno porteño, bajo la persistente lluvia ácida del kirchnerismo. Pero ni
aun ese expertise le alcanzó para amortiguar el sacudón personal que implica
estar al frente del país.
Mauricio Macri tiene sobresaltos nocturnos más domésticos,
como cualquier papá, cada vez que Antonia, su hija menor, abandona en la mitad
de la madrugada su cuarto, y camina a tientas unos diez metros hasta el
dormitorio principal de la residencia presidencial de Olivos, y se vuelve a
dormir aliviada entre sus padres.
Macri está en pie desde las siete de la mañana para hacer
gimnasia y revisar los temas principales del día que le envía por WhatsApp su
vocero, Iván Pavlovsky, quien desde dos horas antes repasa los principales portales
informativos. Mientras hace ejercicio físico, el Presidente escucha radio y
también le interesa estar al tanto de lo que se opina desde las columnas
políticas. "Entiendo el espíritu crítico", se resigna. En cambio, se
mantiene intransigente con el uso de la cadena nacional. Consideró suficiente
el mensaje de fin de año en video que hizo circular sólo desde sus redes
sociales para que lo viera el que quisiera, sin imposiciones ni estridencias
recurrentes, como a las que solía apelar su antecesora. Lo alegra que la
publicidad no invasiva de mantener los equipos de aire acondicionado a 24
grados y otras previsiones tomadas desde el Gobierno moderaran sensiblemente
los cortes de electricidad a pesar del calor y de que hubiese más días hábiles
que en otros años, por haber caído Navidad y Año Nuevo en fines de semana.
Está ansioso porque se empiece a notar el demorado arranque
de la obra pública, que Cristina Kirchner frenó en septiembre de 2015, y que el
año pasado se movió en cámara lenta porque había que disipar previamente las
espesas oscuridades de los contratos heredados. Está convencido de que el
acuerdo Estado-empresarios-sindicalistas para sacar adelante el yacimiento de
Vaca Muerta es un leading case que, con los matices de cada caso, habrá que ir intentando
en otros sectores para que la economía se vuelva más competitiva y atraiga más
vigorosas inversiones nacionales y extranjeras. "Hay que mejorar la
infraestructura y la capacidad productiva", repite como si fuera un
mantra.
Piensa que la gente que lo pasa peor lo entiende mejor y
tiene más paciencia que el "círculo rojo" al que considera
incoherente y aferrado a mantener sus privilegios, fluctuando entre exigirle un
diagnóstico más severo y, al mismo tiempo, que no apriete tanto.
Reconoce que haber cedido a la tentación de autocalificar su
gestión era una trampa envenenada sin escapatoria porque si en vez del
exagerado 8 que se puso, se calificaba con menos de 6 habrían dicho que ni él
mismo consideraba haber hecho las cosas bien. Su padre no se hizo tanto drama y
le puso un mezquino 5 (ver página 15). El Presidente dice ahora que su
intención original era calificar el esfuerzo compartido entre su gestión y las
buenas expectativas para adelante del pueblo argentino. Se sonríe con picardía.
Las vacaciones lo dejaron de buen humor y más descansado.
Casi no ve televisión, pero reconoce una afición aguda a
Netflix: está al día con las series internacionales más taquilleras y hasta le
gustó la nacional El marginal. Por culpa del strea- ming ya casi no le queda
tiempo para leer.
Se asume como líder magro y no expansivo. "No creo en
ese tipo de liderazgo, aunque es fácil tentarse", reconoce. "No hay
líderes mesiánicos ni ministros indispensables", advierte. Tiembla el
gabinete.
Si logra, en algún momento, una pujante reactivación
económica, y llueven las inversiones extranjeras, la historia lo pondrá en el
lugar de continuador del legado trunco del presidente Arturo Frondizi. Pero si
la depresión del consumo se empecinara, su paso por el poder quedaría más asociado
con el período de Carlos Menem, con quien el kirchnerismo residual todo el
tiempo intenta identificarlo. Macri suele asociar la política con un gran
transatlántico cuyo rumbo no se puede cambiar instantáneamente, aunque cree que
ya se inició, para no detenerse, un "enorme cambio cultural".
Es curioso que también use el verbo "empoderar",
tan transitado por la ex presidenta. "Empoderar a otros es muy difícil
porque el Gobierno no es como una empresa", razona, en la que el
organigrama es vertical y no en paralelo entre áreas inconexas entre sí, como
sucede en el Estado. De ahí, sus últimos esfuerzos vehementes para reforzar la
"estructura de coordinación" de la Jefatura de Gabinete, que terminó
costándole el puesto a Alfonso Prat-Gay.
Se ríe cuando escucha hablar del "gobierno de los
CEO". Por definición, CEO hay uno solo y tiene muy claro quién es.
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