Las fotografías de
Francesca Woodman
Francesca Woodman: Prefiero morir joven dejando varias realizaciones...en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas". |
Por Anitzel Díaz
Una mujer desnuda sentada en una silla. Sola, hermosa,
triste. La pared y la puerta blancas. Un tapete, los pies escondidos. La mirada
lejos. Las sombras descubiertas. Francesca Woodman sentada en su desasosiego.
Su modelo preferida: ella.
El papel donde quedó su alma: su espejo. La
intensidad que es imposible ver sin que quemen los pliegues de la mirada.
Mi vida en este punto
es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven
dejando varias realizaciones… en vez de ir borrando atropelladamente todas
estas cosas delicadas…
—F.W.
Francesca Woodman nos dejó su cuerpo donde sembró toda su
desesperación. Refleja en la cámara el drama de una mujer hermosa, joven y
sumamente creativa. Francesca sucia de barro, como un mueble más, convertida en
sombra o en garabato. Gateando, sin cara, escondiéndose, transparente, frágil y
fuerte; siempre mujer. Pero si ella estaba ante la cámara, ¿quién detenía el
tiempo en la imagen? Ella misma, y los quince segundos que tenía para posar.
Gateando, sin cara, escondiéndose, transparente, frágil y
fuerte; siempre mujer. Pero si ella estaba ante la cámara, ¿quién detenía el
tiempo en la imagen? Ella misma, y los quince segundos que tenía para posar.
Tenía sólo 22 años cuando saltó al vacío desde su casa del
Lower East en Manhattan, abandonando una vida corta, intensa y prolífica (más
de 800 fotografías). Francesa Woodman vivió convencida de que tenía un destino.
Criada entre Estados Unidos e Italia, hija de artistas (madre ceramista y
escultora y padre pintor y fotógrafo), encontró desde pequeña en el arte un
refugio. A los trece años comenzó a hacer fotografías de una intimidad tan
fuera de lo común que al mirarlas sabemos todo de ella. ¿O nada? Francesca
potentísima y terrible, duele, hiere, confronta.
Kathryn Hixon escribió en su ensayo Magia esencial (Zurich,
1992): “Las fotografías de Woodman no son deconstructivas, sino constructivas.
Añade capas de reflexión y mímica dentro de la imagen para confundir el
transparente registro de lo real”. Sus fotografías son de pequeño formato,
rigurosamente en blanco y negro, y a veces borrosas. Se disuelven dentro del
fondo escenográfico, a menudo bucólico y decadente. Juega a fusionarse en una
cotidianeidad que no coincide nunca con el lugar que ocupa. En la obra de
Francesca se percibe una ambigüedad, hurgaba en su mundo interno y se
enfrentaba a la curiosidad que sentía por esa realidad siempre fragmentada. Hay
una carga psicológica, turbia, en su trabajo, en el que conviven una frágil
personalidad y un ego obsesivo. Niña poeta y ninfa.
© Revista Replicante
/ Agensur.info
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