"Que Prellezo
esté libre es vergonzoso y
un cachetazo más de la Justicia"
Gabriel Michi y la tapa de su libro sobre el crimen de José Luis Cabezas. |
Por Déborah De Urieta
Tomó 20 años pero, finalmente, Gabriel Michi publicó Cabezas, un periodista, un crimen, un país.
Se trata de un homenaje a su compañero y amigo, José Luis Cabezas, quien el 25
de enero de 1997 fue asesinado por ponerle rostro al empresario más buscado de
entonces: Alfredo Yabrán. A lo largo de casi de 500 páginas, Michi no deja
aspectos sin abordar.
Narra en primera persona los hechos previos y posteriores
al asesinato, describe la causa en forma minuciosa, destaca el rol del FBI en
la investigación y echa luz sobre las dudas que despertó la muerte de Yabrán.
También incluye los pormenores del destino de su herencia y refleja la red de
contactos que supo tejer con prácticamente todos los sectores de poder.
En una entrevista concedida a 3Días, el autor habla sobre la liberación de Gustavo Prellezo,
condenado por el asesinato de Cabezas y el último preso que quedaba por el
hecho; los mensajes detrás del crimen y sobre cómo el caso sintetizó "todos
los males" del país.
-¿Por qué a Yabrán lo obsesionaba tanto que le tomen una foto?
-Creo que hay varios factores: su forma de construcción de
poder, desde las sombras; tenía enemigos muy poderosos; temía por su seguridad
y la de su familia. Y le había quedado grabado el secuestro y asesinato del
hijo de Diego Ibáñez, el sindicalista petrolero al que le dio u$s 2.000.000
para el rescate.
-¿Qué desnudó el crimen de Cabezas?
-El libro justamente se llama así porque quedó al desnudo
cómo era ese círculo de impunidad. Primero, los lazos de Yabrán con todos los
sectores del poder y su grado de influencia que, por ejemplo, quedó en
evidencia cuando ya había sospechas sobre él, y el gobierno de Carlos Menem lo
recibió en la Casa Rosada como diciendo, "nosotros lo bancamos".
También, demostró los negocios oscuros que había contra el Estado. Porque, si
bien la contraparte era el Estado, era el que salía perjudicado, y Yabrán,
beneficiado. Por último, cómo en esas cadenas de impunidades tipos como Yabrán
se habían reunido con custodios que venían de la dictadura, que a su vez tenían
relación con policías corruptos de la Bonaerense, que tenían contacto con
delincuentes y esos delincuentes, además, eran barrabravas y laburaban para
punteros políticos. Cuando ves los enlaces en torno al crimen, ves el país
oculto; todos los males de la Argentina sintetizados en un caso.
-Aún con esa "banca", el caso avanzó en la Justicia. ¿Por
qué?
-Creo que en gran parte fue por los impulsos que dio el
periodismo, acompañado por la sociedad, en un momento donde no existían grietas
y la sociedad apoyaba al periodismo con mucha fuerza. Y los periodistas, más
allá de su ideología, lo tomaron como una bandera propia. Además, porque así
como en un momento Menem eligió a Yabrán y no a Cavallo (N de R: el exministro
había señalado al empresario postal como jefe de una mafia), en el medio del
caso Cabezas, teniendo la disyuntiva entre Yabrán y Duhalde, también lo eligió.
Eso hizo que Duhalde sintiera que el mensaje era para él. Creo que esa guerra
política entre Menem y Duhalde terminó coadyuvando a esclarecer el caso.
-En el libro remarcás que la muerte no fue consecuencia de "un
apriete que se les fue de las manos". ¿Creés que hubo un mensaje detrás
del asesinato?
-Descarto esto por la cantidad de gente que participó, la
planificación, cómo fue el hecho y que llevaran combustible al lugar del
crimen. Si hubiese sido un intento de amedrentar, lo hubiesen amenazado con un
arma y alcanzaba. Claramente, fue planificado como un crimen y como un mensaje
mafioso. A nosotros, en particular, diciéndonos "no se metan más con
Yabrán ni con la policía"; al periodismo, diciéndole "hay poderes
ocultos y no pueden ser revelados". Y creo que también a la sociedad,
porque fue decir que nadie estaba seguro con la operatoria de estas mafias.
También hay lecturas políticas: Duhalde lo sintió como un mensaje hacia él,
dijo que le habían "tirado un muerto". Y los dueños históricos de
Pinamar, las familias Shaw-Bunge, entienden que fue un mensaje para ellos,
porque Yabrán les había hecho una oferta para comprarles tierras vírgenes y se
negaron porque, por lo que valía ocho, les ofrecía uno. Ellos tienen la
hipótesis de que una forma de obligar a vender más barato era generando
inseguridad con un hecho como éste.
-¿Por qué fueron "tan burdos" al cometer el crimen?
-La impunidad enceguece, esto de "el poder es tener
impunidad", frase que decía Yabrán, es muy emblemática y lo pinta de cuerpo
entero. Y creo que en realidad, lo que pasó -esto es una hipótesis- es que le
pagaron a Gustavo Prellezo, el policía, porque sabían que conocía el lugar y
que con sus contactos se iba a garantizar cierta impunidad. Y lo que hizo
Prellezo fue "la gran policía bonaerense": cobró la plata y, en lugar
de contratar profesionales, contrató lúmpenes que llevaron a que se descubra el
crimen. Imagino que tiene que ver con este doble juego: la impunidad y una
estructura hecha por eslabones, cosa que se corte en el eslabón más delgado.
Pero a partir del Excalibur (sistema provisto por el FBI que sirvió para
descubrir los cruces de llamadas entre los responsables del crimen), cambió
todo.
-¿Por qué se instaló el mito de que Yabrán sigue vivo?
-Primero, porque toda su vida estuvo rodeada de mentiras.
Negó empresas que luego se demostró que eran suyas, jugaba con esa cuestión del
"hombre invisible", decía: "ni siquiera los servicios de
inteligencia tienen una foto mía". Entonces, creo que la gente dijo:
"un tipo como él no se suicida; mintió toda su vida, ¿por qué no va a
mentir ahora?; tiene todos los instrumentos para escaparse". Porque tenía
aviones, pista de aterrizaje para salir del país sin dejar registro. Creo que
todo eso ayudó al mito colectivo, sumado a que la justicia de Entre Ríos
investigó mal el suicidio: desapareció un teléfono satelital que era clave para
saber quiénes fueron las últimas personas que hablaron con él. Y se creó el
mito de que nadie había visto el cuerpo y que la cara estaba totalmente deformada,
y no es así. Al cuerpo lo vieron casi 70 personas. Yo vi el expediente y el
rostro no está desfigurado, está como hundido. Vi los estudios de ADN, los
dactiloscópicos, las pruebas dentales; investigué los movimientos posteriores
de la familia y todo me hace pensar que se suicidó. El mito tiene que ver
también con una mirada conspirativa que tiene la sociedad cuando el poder es
tan oscuro.
-¿Qué pensás sobre la liberación de Prellezo, a días de un nuevo
aniversario?
-Es un cachetazo más de la Justicia, más allá de que hace
casi ocho años que estaba en su casa, aunque había sido condenado a reclusión
perpetua. El gran problema que tuvo la causa fue el Tribunal de Casación de la
provincia de Buenos Aires, que les redujo las condenas a los asesinos y, a partir
de eso, empezaron a salir en libertad. Prellezo cumplió 10 años y medio dentro
de prisión. Después, estuvo con prisión domiciliaria, lo mandaron a su casa
porque tenía una hernia de disco, le pusieron una pulsera magnética que no
funcionaba y se la sacaron. Le dieron la posibilidad de salir sin custodia
policial a estudiar. Se recibió de abogado y en diciembre de escribano. Es una
demostración de la impunidad. Y que pase a tan poco tiempo del aniversario, se
siente como una afrenta especial. Es vergonzoso, tendría que haber estado
preso, por lo menos, hasta dentro de cinco años, cuando se cumplirían los 25
años de prisión.
-Si hoy hubiera un crimen así, ¿la prensa reaccionaría igual?
-Es difícil saberlo, pero creo que hoy, lamentablemente, la
famosa grieta impediría una reacción tan unánime. Posiblemente, si un
periodista es de un medio, otros periodistas o medios enfrentados pondrían la
lupa sobre la víctima, usando la frase lamentable: "algo habrá
hecho". Esta grieta nos dañó mucho: se corrió de eje la información y se
priorizó la opinión y la desautorización del que piensa diferente. Me parece
que el escenario sería, lamentablemente, mucho más difícil. Creo que la
sociedad, que también tuvo su grieta, tampoco acompañaría unánimemente.
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