"Algunos sentimientos perduran a través de
los siglos pero no por
eso son eternos"
Antonio Machado: "Nada hay tan voluble y tan vario como el sentimiento". |
Por A. Petit
Ya era hora de entrevistar a un autor español en nuestro particular
recorrido por la historia. El doctor Stoicescu, que sigue trabajando por
mejorar nuestra máquina del tiempo, propuso un par de nombres y el que escribe,
otros tantos. Al final nos vimos ante un enorme crisol de personas. Pero lo
tuvimos claro. Ganó la predilección que ambos sentimos por uno de nuestros
mejores poetas: Antonio Machado, a quien fuimos a entrevistar en pleno 1991, a
Soria.
Después de varios autores extranjeros, el doctor Stoicescu y
yo convenimos que era de recibo entrevistar a un autor español. Y entre el
inmenso crisol de nombres que se nos presentó, escogimos a uno por el sentimos
una especial predilección: Antonio Machado.
Rastreamos su cronología, y decidimos que lo mejor sería viajar hasta el
año 1911, cuando Machado, ya catedrático de Francés en Soria, acaba de llegar
de París de estudiar filosofía con Bergson y Bédier.
Viajamos hasta Soria, para intentar dar con el poeta.
La máquina del tiempo me deja en el Paseo del Mirón. Una mítica calle
soriana que va a dar a la Iglesia de Nuestra Señora del Mirón, conocida
popularmente como la Ermita del Mirón.
Paseando lentamente, veo a un hombre que empuja una silla de ruedas.
Alto, ancho de espaldas, tocado con un sombre y largo abrigo negro. Es él. Es
Machado empujando la silla en la que está postrada su mujer, Leonor, ya muy
enferma y en cuyo rostro se perciba ya la tuberculosis.
No queda otra que acercarse, aún con todos los reparos del mundo. Y lo
hago.
- Perdone – grito al aire y corriendo – perdone señor Machado - cuando
le alcancé, me quedé obnubilado por la mirada de Leonor, llena de fe, de paz –
Perdone, Don Antonio, pensará que soy un loco, pero vengo del siglo XXI para
hacerle una entrevista.
La mirada grave del poeta me traspasó y aún no sé cómo, supe que no me
consideraba un loco. Quizá un poco raro, pero no un loco.
- Ya… señor del futuro – la chanza se entendía en el tono de sus
palabras – ¿y qué quiere de mi? Porque estoy muy ocupado.
- Verá, quiero hacerle una entrevista para mis lectores del siglo XXI
- Y para qué periódico escribe usted, ¿el ABC, La Nación, El
Diario Montañes?
- No. Ni para ABC ni para ninguno de esos. Escribo para RitmosXXI.com,
un periódico cultural en internet.
-¿Internet? No sé qué es eso, pero como puede ver estoy ocupado así que
en otra ocasión.
Cundo el poeta comenzó a andar y yo ya lo había dado todo por perdido,
Leonor me salvó.
- Venga usted – me llamaba – venga – y dirigiéndose a su marido le dijo
– Antonio, por qué no nos acompaña este señor hasta le ermita y mientras yo
rezo le respondes a sus preguntas.
Estaba hecho. Machado no se podía negar y no se negó. Fui con ellos
hasta la ermita y mientras su mujer imploraba por su recuperación, en un banco
de piedra que había cerca, comenzamos la entrevista.
-En mi tiempo se habla mucho de usted. Unos le llaman académico, otros
humanista. ¿Qué se considera usted?
-No creo poseer las dotes específicas del académico. No soy humanista, ni
filólogo, ni erudito. Ando muy flojo de latín, porque me lo hizo aborrecer un
mal maestro. Estudié el griego con amor, por ansia de leer a Platón, pero
tardíamente y, tal vez por ello, con escaso aprovechamiento. Pobres son mis
letras en suma, pues, aunque he leído mucho, mi memoria es débil y he retenido
muy poco. Si algo estudié con ahínco fue más de filosofía que de amena
literatura. Y confesaros he que con excepción de algunos poetas, las bellas
letras nunca me apasionaron. Quiero deciros más: soy poco sensible a los primores
de forma, a la pulcritud y pulidez del lenguaje, y a todo cuanto en literatura
no se recomienda por su contenido. Lo bien dicho me seduce sólo cuando dice
algo interesante, y la palabra escrita me fatiga cuando no me recuerda la
espontaneidad de la palabra hablada. Amo a la naturaleza, y al arte sólo cuando
me la representa o evoca, y no siempre encontré la belleza allí donde
literalmente se guisa.
-Sr. Machado, ¿qué es la poesía?
-Esa es una pregunta que rara vez me he formulado. La poesía no ha sido
para mi un tema de reflexión. Para los franceses lo ha sido, recientemente de
una crítica y de una controversia que no lograron ni convencerme ni
apasionarme. Allá, como siempre, lo más sensato lo ha dicho Monsieur de la
Palice. Un poeta español lo tradujo a lengua de Pero Grullo en estos o
parecidos términos: "Si eliminamos de cuanto pretende ser poesía todo lo
que, en realidad, no lo es, obtendremos como residuo una poesía limpia de toda
impureza, la poesía pura que buscamos." El experimento sería decisivo,
pero difícil de realizar. Reparemos en que esta prueba eliminatoria supone una
clara noción de cuanto no es poesía, lo cual implica, a su vez, un previo
conocimiento de lo que ella sea.
Los filósofos, es decir, los hombres capaces de meditar sobre aspectos
totales de la cultura, nos dirán un día si existe, de hecho o de derecho, una
poesía absoluta y cuáles son las condiciones sine qua non de ella. Sólo
entonces podremos responder a esta pregunta: ¿Qué es la poesía?
-¿Y usted qué dice?
-Que la poesía, y especialmente la lírica, se ha convertido para nosotros
en problema. ¿Es esto un bien o un mal? Desde luego es un hecho. Y no olvidemos
que son los poetas mismos aquellos en quienes la actitud crítica, reflexiva y
escéptica, frente a su propia labor, más señaladamente se acusa.
Una cierta fe en la esencia inconmovible del arte cultivado, suele
acompañar al artista en los períodos más fecundos. No es, en suma, una actitud
poética de preguntarse qué sea la poesía y si, a fin de cuentas, la poesía es
algo, porque ello es prueba de escasa confianza en la propia actividad, la
sospecha, al menos, de vivir en clima espiritual que le es hostil. Acaso los
poetas, que no son siempre los últimos en intuir las más hondas corrientes de
la cultura, trabajan con una vaga conciencia de la extemporaneidad de su labor.
Y apenas si hay alguno -digámoslo de pasada- que no ejerza una afanosa abogacía
por su propia obra para defenderla contra ataques no siempre visibles, que no
revele, en suma, turbia conciencia de lo que hace, o sospecha de que su arte ha
pasado a ser, en opinión de muchos, actividad subalterna.
-Los poetas son los que dañan la poesía ¿no?
-A veces, esta actitud inquieta, cavilosa y descontentadiza adopta formas
desconcertantes y equívocas. Tal poeta niega calidad estética a cuanto se ha
producido con anterioridad a su obra; tal otro define el poema como milagro
verbal, creación arbitraria y sin precedentes, recusando así, para o ser
juzgado, las más elementales normas del juicio; ni falta quien adopte la
actitud cínica, en el peor sentido de la palabra, ni quien se entregue a un
ejercicio de meras cabriolas.
-Así no hay quien pueda definir lo que es la poesía. En mi siglo se dice
que no corren buenos tiempos para la lírica. ¿Pasa lo mismo en el suyo?
-Alguien ha dicho que no son líricos los tiempos que corren, porque
estamos de vuelta de un siglo -el XIX- que lo fue con exceso. Difícil es juzgar
todo un siglo por lo específicamente suyo, envuelto siempre en la aportación de
siglos anteriores. Así, juzgando al XIX, los más sagaces yerran, aunque
acierten a señalar algo de lo que contiene. No es estraño. Por mucho que el
siglo XIX deba a los hombres que durante él vivieron debe más al siglo de la
iluminación, más aún al siglo barroco, mucho más al ingente hecho renacentista,
enormemente más al saber antiguo. Muy pocos son capaces de señalar la labor
realizada y los acentos que pone un siglo en el volumen total de la cultura.
El siglo XIX fue, entre otras cosas, propicio a la lírica y, en general,
a las formas subjetivas del arte. En el movimiento pendular que va, en las
artes como en el pensar especulativo, del objeto al sujeto, y viceversa, el
ochocientos marca una extrema posición subjetiva. Casi todo él milita contra el
objeto.
-Pero tengo entendido que el Círculo de Viena acabó con eso…
-El positivismo de ese Círculo es una consecuencia agnóstica de la
eliminación del objeto absoluto y del descrédito inevitable de la metafísica. A
él acompaña una emoción de signo contrario, humana, demasiado humana, pero no
menos subjetiva que la romántica: la del hombre como sujeto empírico de una
vida sin trascendencia posible, mero accidente cósmico, efímero episodio en el
ciego curso de la naturaleza.
-El hombre kantiano…
-Más o menos, sí. El sujeto kantiano es todavía el hombre
genérico: razón, entendimiento, formas de lo sensible, son normas objetivas en
cuanto trascienden del sujeto individual. Del hombre kantiano no sabemos cómo
sea el rostro, ni el cáracter, ni el humor, ni sabemos cómo siente ni siquiera
cómo piensa, sólo sabemos cuál es el rígido esquema de su razón en el espejo de
la ciencia fisicomatemática. El hombre del ochocientos conserva cuanto hay de
limitativo en el idealismo kantiano, de la filosofía romántica, en general, la
exaltación del devenir sobre el ser, la conversión del hecho del espíritu en
pura acción, transformación constante; evolución, que tal es el concepto
esencial del siglo. Pero, al mismo tiempo, como filosofía para andar por casa,
mejor diré como una religión no confesada, va acentuando el culto del yo sensible,
de su individualidad psicológica.
Si pensamos que la lírica es expresión en palabras de lo subjetivo
individual, actividad en el tiempo psíquico, no en el estadio impersonal de la
lógica, pensamiento heraclidio más que eleático, fue el siglo XIX el más
propicio a la lírica.
[El cura de la ermita nos avisa de que Leonor ya ha terminado. Vamos a
buscarla y retomamos la entrevista los tres en una terraza cercana.]
-¿Cómo fue el hombre del ochocientos del que tanto habla?
-Fue el hombre menos clásico de todos los siglos, el menos capaz de crear
bajo normas objetivas, porque vive encerrado en su conciencia individual. Mas
sólo para él -y en esto consiste su profunda originalidad- alcanza el tiempo un
supremo valor emotivo. Su metafísica ha sido formulada, aunque tardíamente, por
Henri Bergson: du vécu de /´abso/u. La vida es el ser en el tiempo, y sólo lo
que vive es. Con Bergson y algunos de sus epígonos, ya en pleno siglo xx, el
pensamiento del gran siglo romántico alcanza una conciencia total de sí mismo.
No despreciemos a los poetas del siglo XIX, desde los románticos hasta los
simbolistas, porque nada hay en ellos que sea trivial.
-En mi tiempo no se desprecian. Más bien todo lo contrario. ¿En el
suyo sí se les desprecia?
-Sí. La desvalorización de un tiempo según la perspectiva de otro, no es
siempre justa y está sometida a múltiples rectificaciones. Es muy posible que
la fatua declamación que hoy nos parece advertir en la lírica de los románticos
sea un espejismo de nuestras horas y acuse un empobrecimiento de nuestra psique
una incapacidad de sentir con ellos.
-Es decir, que el problema no es que no gusten los poetas de otro
tiempo, sino que no se tiene la capacidad para leerles. ¿No?
-El arte no cambia siempre por superación de formas anteriores sino,
muchas veces, por disminución de nuestra capacidad receptiva, y por
debilitación y cansancio del esfuerzo creador. Así que sí.
-Quizá haga falta una nueva sensibilidad…
-Nueva sensibilidad es una expresión que he visto escrita muchas veces y
que, acaso, yo mismo he empleado alguna vez. Confieso que no sé, realmente, lo
que puede significar. Una nueva sensibilidad sería un hecho biológico muy
difícil de observar y que, tal vez, no sea apreciable durante la vida de una
especie zoológica. Nueva sentimentalidad suena peor y, sin embargo, no me
parece un desatino. Los sentimientos cambian a través de la historia, y aun
durante la vida individual del hombre. En cuanto resonancias cordiales de los
valores en boga, los sentimientos varían cuando estos valores se desdoran,
enmohecen o son sustituidos por otros. ¿Cuántos siglos durará el sentimiento de
la patria? Y aun dentro de un mismo ambiente sentimental ¡qué variedad de
grados y de matices! Hay quien llora al paso de una bandera, quien se descubre
con respeto; quien la mira pasar indiferente; quien siente hacia ella
antipatía, aversión. Nada tan voluble y tan vario como el sentimiento. Esto
debieran aprender los poetas, que piensan que les basta sentir para ser eterno:
algunos sentimientos perduran a través de los siglos, más no por eso han de ser
eternos.
-Siguiendo el hilo, si es que le he entendido, la lírica morirá por un
empobrecimiento personal.
-La lírica fallece, se ha dicho, porque nuestro mundo interior se ha
empobrecido. Y se dice con alguna verdad, aunque no siempre sabiendo lo que se
dice. Porque no olvidemos que nuestro mundo interior, la intimidad de la
conciencia individual es, en parte, invención moderna, laboriosa creación del
siglo XIX. Los griegos no conocieron el mundo interior, aunque en su umbral
pusieron la famosa sentencia délfica; los hombres del Renacimiento tampoco. No
por eso dejaron de ser humanos y profundos. Lo que en verdad declina es una
lírica magnífica e insuperable, mejor diré incapaz de superarse a sí misma: la
del hombre romántico -aceptemos el mote en su acepción más amplia- del
ochocientos. Esta lírica tuvo, como toda manifestación de cultura, su reducción
al absurdo en su propia exaltación. Sus extravíos pueden estudiarse en su
decadencia y en la obra de sus epígonos que alcanzan hasta nuestros días, como
los procesos de nuestra psique se revelan a veces más claramente en los estados
patológicos que en los normales.
-¿Y qué tiene que decirme de la crítica?
-Que es, sin duda, el más alto deporte de la inteligencia, pero acaso
también el más superfluo, el más pobre en conclusiones positivas. Cuando es
dogmática, parte de una definición para tornar a ella, y cuando no lo es, sólo
nos descubre su propio problema: la dificultad de definir eludiendo
definiciones.
-¿Qué es lo actual de la poesía?
-Ya no es el fugit irreparabile tempus del pensamiento
más o menos es trópico del siglo romántico de Carnot y Lamartine. Parece como
si la lírica se hubiere emancipado del tiempo. Los poemas están excesiva- mente
lastrados de pensamiento conceptual, lo que quiere decir que las imágenes no
navegan, como antaño, en el fluir de la conciencia psicológica. Nunca, en
verdad, la lírica ha sido más fecunda en imágenes; pero estas imágenes que
revisten conceptos y no señalan intuiciones, que nunca reflejan experiencias
vitales, carecen de raíz emotiva, de savia cordial.
Oiga, una pregunta. ¿Cómo son los poetas de su tiempo?
Oiga, una pregunta. ¿Cómo son los poetas de su tiempo?
-Pues, Don Antonio, no sabría decirle. La verdad es que hay bastante lío
en eso. No hay una corriente definida. Digamos que cada uno va a lo
suyo. Pero en general, andan bastante despistados. ¿Y cómo son los poetas
de su tiempo?
-El de mi tiempo siente una invencible repugnancia por lo esencialmente
anímico: lo afectivo, lo emotivo, lo pasional, lo concupiscente, los amores, no
el amor in genere, los deseos y apetitos de cada hombre, su íntimo y único
paisaje, su historia tejida de anécdotas singulares. De todo ello quisiera el
poeta purificarse para elevarse mejor a las regiones del espíritu. Pero no crea
que este poeta sin alma es, necesariamente, un poeta sin espiritualidad, antes
bien, aspira a ella con la mayor vehemencia.
-Y ahora en qué anda metido
-Pues estoy terminando de perfilar mi próximo poemario. Lo he titulado Campos
de Castilla y seguramente se lo entregue a Gregorio [Martínez Sierra,
histórico editor de Renacimiento]. No sé si tendrá éxito, pero
tampoco me preocupa mucho.
-Le garantizo que tendrá éxito. Muchas gracias por atenderme. Adiós Don
Antonio.
Y mientras me alejaba, vi como Machado alzaba su brazo en movimiento de
despedida. Un hombre singular, inabarcable para un simple periodista.
Todas las respuestas de esta entrevista han sido obtenidas del proyecto
de discurso que Antonio Machado escribió para su ingreso como académico de la
Real Academia Española.
El poeta fue elegido académico en 1927 y en 1931 ya tenía escrito ese proyecto, pero no llegó a leerlo ni a formalizar su entrada en la Academia, ya que falleció antes (22 de febrero de 1963 en Colliure, Francia) de poder hacerlo.
El poeta fue elegido académico en 1927 y en 1931 ya tenía escrito ese proyecto, pero no llegó a leerlo ni a formalizar su entrada en la Academia, ya que falleció antes (22 de febrero de 1963 en Colliure, Francia) de poder hacerlo.
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