Por Carlos Gabetta (*) |
Los buenos humoristas suelen sintetizar mejor que los
analistas la situación nacional. En Clarín del martes pasado, Sendra anuncia:
“¡Ultimo momento! Aplicarán el protocolo antipiquetes… para evitar conflictos,
lo harán los días que no haya piquetes”.
Un perfecto ejemplo del círculo vicioso en que se encuentra
el país desde hace décadas y que ningún gobierno se propone romper.
Esta
semana, el tránsito en la ciudad de Buenos Aires fue otra vez un caos; o sea,
la actividad laboral de miles de personas se paralizó. El lunes, los noticieros
mostraban imágenes de una ciudad inmovilizada y un colega informaba que “no se
sabe quiénes son, ni qué quieren”. El “protocolo” dormía en un cajón, del mismo
modo que la policía guarda quién sabe dónde las reglas de tránsito, mientras
multitud de camiones descargan su mercadería en pleno día y en doble fila, al
tiempo que los colectivos circulan y suben o descargan a sus pasajeros donde
les convenga: antes o después de las paradas, o en medio de la calle.
Entretanto, siguen matando gente y provocando accidentes graves.
El círculo vicioso consiste en que si se aplicara el
protocolo antipiquetes, el “progresismo” populista clamaría por el “derecho a
la protesta” y llamaría a la “movilización popular”; si se aplicaran las reglas
de tránsito, los comerciantes harían huelga para no levantarse temprano a
recibir mercadería y el gremio de colectiveros otro tanto para defender su
“derecho a circular” como le venga en gana. No se les ocurre parar contra sus
patrones, que los penalizan si no dan un número determinado de “vueltas”
durante el turno. Ocurre que los patrones “arreglan” con la dirigencia sindical
y la policía…
Vivimos en un país donde los sindicalistas del taxi son
dueños de las mayores flotas y el jefe del de porteros (Suterh), Víctor Santa
María, acaba de comprar Página/12 para incorporarlo a su “multimedios”, al
tiempo que “enfrenta una nueva causa en la que se investiga por qué en el
balance 2015 de Interacción SA, aseguradora de riesgos del trabajo propiedad
del sindicato, hay $ 203 millones sin respaldo técnico contable y,
presuntamente, unos 5 mil juicios en contra no registrados” (http://www.lanacion.com.ar/1914619-victor-santa-maria-el-zar-sindical-de-los-medios-y-la-cultura).
Los lectores se preguntarán cómo es que este columnista
socialista se aplica a criticar a los sindicatos, a la protesta popular. La
explicación es que no es ésa mi visión del sindicalismo y la protesta. El
ejemplo de la mafia sindical es aplicable a los patrones del comercio, la
industria y el campo; a los dirigentes del fútbol; a los funcionarios de Estado
y los organismos de inteligencia y seguridad. Ejemplificar con la ciudad de
Buenos Aires viene al caso porque el macrismo la gobierna hace una década y sus
resultados pueden sin mayor arbitrariedad proyectarse ahora a todo el país.
Quizá tendremos un “metrobús” de La Quiaca a Tierra del Fuego, pero también una
deuda interna y externa impagables, una situación social en continuo deterioro
y otra crisis grave en perspectiva.
Las recetas liberales (y de socialdemócratas devenidos
liberales) vienen fracasando en todo el mundo ante la crisis estructural del
capitalismo, pero entre nosotros se aplican ahora a contentar al populismo. El
último ejemplo, fondos de Estado para la “obra social” de los piqueteros.
D’Elía y Pérsico subvencionados... ¡vamos, Argentina!
Del respeto a las reglas; de una Ley de Asociaciones
Profesionales que ponga en su justo sitio a sindicatos y corporaciones; de
intervenir la AFA; de un sistema de salud estatal “a la nórdica”; de auditar al
Estado para eficientizarlo de una vez; en fin, de acabar con la corrupción, ni
se habla. Y así con todo lo que conforma el círculo vicioso que cualquier
gobierno serio, de cualquier tendencia, debería romper para enderezar el país.
(*) Periodista y escritor. Autor de La encrucijada argentina: república
o país mafioso.
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