Por Fernando Savater |
Una de las ventajas de ser francés –se me ocurren varias- es
la de no tener que pasarse la vida justificando sus ideas ante la Ilustración,
el Racionalismo y otras intimidatorias deidades. Después de todo son también
francesas, de modo que las llevan incorporadas de fábrica. En cambio los
españoles tenemos horror a parecer irracionales, bárbaros, supersticiosos,
etc…Estamos obligados a ganarnos la bula de la modernidad a pulso, porque nada
se nos da por supuesto. Y a veces quedamos disecados por el qué dirán.
Véase la
afición a los toros. Baste que alguien nos invoque en contra que es una muestra
de atraso, como si supiera lo que toca hoy en cuestión de ritos lúdicos, o que
es bárbara y cruel, como si le hubieran nombrado juez de la dulzura civilizada,
para que los más decentes empiecen a balbucear excusas y a proponer enmiendas
regeneradoras. Así nos quedaremos con nuestros complejos y sin los toros…
Pero la tauromaquia la salvarán los aficionados galos. Dos
instituciones del país vecino, la Unión de Ciudades Taurinas Francesas (¿se la
imaginan aquí?) y el Observatorio Nacional de Culturas Taurinas (culturas, así
como suena) han organizado un Museo Itinerante de las Tauromaquias Universales.
Su catálogo, preciosamente ilustrado, al que acompaña un pedagógico DVD,
recorre la historia de la fiesta desde sus precedentes prehistóricos hasta José
Tomás, sin olvidar obviedades ecológicas contra los ecólatras: “la corrida es
el símbolo de la gestión respetuosa de una especie en su medio ambiente”.
Recomiendo su lectura a los que sufran el gusto taurino con indebido sonrojo
por remar contra la corriente del progreso. Y también a quienes creen ser
ilustrados porque pretenden prohibir todos los placeres que no comparten, como
si la inquisición fuese moderna. ¿Por qué no prueban a ilustrarse ocupándose de
sus asuntos?
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