Macri manda tiros
por elevación para disciplinar al titular
de Hacienda. Bendiciones para Peña.
Por Roberto García |
De lejos, en la esfera Macri, Alfonso Prat-Gay parece el
ministro más devaluado. De cerca, también. No sólo por la antipatía que
recoge en la Casa Rosada (mansión que sueña ocupar como le predica a su
familia), también por el disgusto discepoliano que al Presidente le causa
imaginar que alguien intenta probarse el traje que algún día va a dejar.
En la fobia, hay que incluir el rechazo a la soberbia intrínseca que exuda
el ministro; dicen: “Ahí vienen los dos Prat-Gay, primero entra el ego”,
las habituales fricciones con colegas (Frigerio, Sturzenegger,
Melconian), las declaraciones de prima donna (muchas erradas) y su
pertenencia al poco exitoso Morgan Team, especialista en tomar deuda. No es
nueva esta descripción del revulsivo interno Prat-Gay, se multiplica desde que
empezó el Gobierno. Pero explotó ahora con la frustración de Ganancias en el
Congreso, ese desatino oficial que la oposición enojada transformó en
esperpento. Y que, por la paz de las Fiestas, volverá a modificarse con la
ayuda de la CGT, un acuerdo cómplice.
Sirvió ese episodio para consagrar lo que se había advertido en el retiro
de Chapadmalal: Macri ha decidido aplacar la disidencia intestina
que agranda a los peronistas y disciplinar a su tropa desde la jefatura de
gabinete con Marcos Peña de vicario y sus dos apóstoles Quintana y Lopetegui.
Pero esa instrucción militar se diluyó debido a que en el retiro hubo amables y
paternales monsergas de autoayuda tipo “cuídense, vayan al cine, al teatro, si quieren
al fútbol, eviten el estrés que nos impone la función pública, el desgaste, no
se olviden de la casa y sobre todo la familia” (¿habrá alguno que ya se ha
separado?), concurso de chistes y un video sorpresa no viralizado que los
parientes grabaron como si fuera un casamiento para sus madres y padres
ministros o la arenga típica del fútbol antes de jugar una final (“fuerza Papi,
la patria te necesita”).
La asombrosa derivación
del tratamiento de Ganancias en Diputados, esa incalculable torpeza
oficial, forzó a imponer la orden mitigada en Chapadmalal. Entonces, dijo
Macri: mis ojos, mis pies, mis manos, mi voz, son Marcos Peña. Una
entronización y entrega que, en ocasiones, incorpora al dúo Lopetegui-Quintana.
Casi un comité central revolucionario de Cambiemos que no encuentra demasiada
explicación en algunos íntimos de Macri, en aquel –por ejemplo– que alguna vez
fue considerado su hermano. Estiman demasiada devoción presidencial por su
lugarteniente de escritorio; temen o desean que en tres años, aunque no
reúna el perfil, se convierta en un Rasputín.
Algunos creen que Macri hablaba para Emilio Monzó, quien se
atrevió a postular una apertura del Gobierno a otras expresiones políticas que
mereció una advertencia de Peña a favor de la pureza étnica del Gobierno,
aunque luego sostuvo que pocas diferencias observaba con el jefe de Diputados.
O para María Eugenia Vidal, quien no cesa de convidar peronistas a la mesa de
su administración. También vale el juicio para Horacio
Rodríguez Larreta, quien guarda celosa discordia con el jefe de
Gabinete desde hace años. Pero la oral cesión de poderes supone un
blanco más dirigido: Prat-Gay. No sólo por las irreverencias cruzadas entre
uno y otro, apelativos escolares que se imputan, sino por la cosecha de
críticas que recoge el poderoso trío sobre la exangüe performance económica y
la disconformidad de pensamiento entre el ministro y ellos, aunque de economía
ninguno de los tres tiene formación técnica. Y a pesar de que, en público, Peña
discurre con la discutible consigna de que los argentinos votaron un cambio
político y no un cambio económico. Es lo que Jaime Duran Barba dice que hay que
decir.
Debut. Peña estrenó facultades esta semana, asumió con garra la defensa de
Macri por las investigaciones de los Panamá Papers, sosteniendo que
esas pesquisas son una berretada. Podrían acercarle un libreto más denso como
justificativo. Deberá también explicar los créditos de los bancos oficiales a
íntimos de Macri, como Caputo y Calcaterra, este último también autorizado para
operar el Interfinanzas por el Banco Central, seguramente luego de haber
acumulado todas las exigencias de la institución. Un verdadero alivio para el
grupo esa laguna financiera que tantos quisieron comprar: ahora, el primo del
Presidente –que según él lleva como una cruz el parentesco– podrá disponer de otras
capacidades para solventar su triunfo en el primer tramo de la Autopista
ribereña por mejor precio. La Cámara de Construcción siempre está, como la
Policía.
Pero el rol de Peña como heredero se manifestó en otro rubro:
primero en un desayuno-entrenamiento con empresarios afines (Hugo Sigman,
Cristiano Rattazzi, entre otros) y, al día siguiente, en un almuerzo de
superior envergadura con otros más afines, como el binomio Rocca y Magnetto
(quien confiesa cierta desazón sobre el Gobierno y no sólo porque aún resta que
le firmen algunos decretos). Si bien Peña habló en abundancia, ofreció la
peculiaridad cristinista de castigar al bloque empresarial que lo invitaba, en
comparación con la docilidad de los gremios, repitiendo un criterio más añoso
que su abuelo: la representación del sector industrial viene con lobby
incluido, se preocupa por su propio beneficio y no por la totalidad del
sistema. Un concepto que también reitera cuando alude a una presunta tensión
con la prensa debido a que le recortaron prebendas y pautas, de lo cual más de
uno duda.
Cierta candidez o descubrimiento tardío aparece en estas expresiones,
sobre todo si el trío ahora mentado considera que los gremios son menos ávidos
que los empresarios o que las organizaciones sociales son más colaborativas que
el periodismo. Macri y su delfín salieron del encierro de la chambonada de
Ganancias gracias a Moyano –y a Miguel Pichetto–, como ocurrió siempre en
la Ciudad, y como ocurrió siempre con Néstor Kirchner. Siempre por amor, y
gratis. Tal vez.
© Perfil
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