Antonio Nella Castro, un navegante de todos los tiempos y modos de la esencia humana. |
Por Nelson Francisco
Muloni
“Anoche apenas he dormido. En tres oportunidades que dejé
escampar, dejé el lecho y abría la escotilla para ver si el cielo asomaba por
algún agujero. No sé si eran las tinieblas las que hacían más densas las nubes,
o si nubles y tinieblas eran una sola masa informe”.
Así comienza el capítulo III de Crónica del diluvio, la última novela de Antonio Nella Castro,
publicada en 1986. Es la narración de un Noé que resurge, no sólo del último
diluvio, sino de cualquier caos. Y allí, en esas líneas está Nella Castro. Como
Noé, navegando siglos y contradicciones humanas. Buscando ser universal.
Hurgando en la eternidad.
Crónica del diluvio
apareció dos años antes de la muerte de Antonio. Antes, había elevado a los
aires cuatro libros de poemas: Tiempo de
acuarela, La elegía heroica, El potro pintado y Baguala solamente. Del ’45 al ’72, sus poemas poblaron los rincones
de Salta, donde había nacido en 1921.
El teatro recibió de él El
duende y la luna, y la música, tuvo en él al inspirado creador de memorables
páginas en las que pintó las injusticias, las luchas y las contradicciones humanas,
como Zamba del Chaguanco,
musicalizada por Hilda Herrera, o Bajo el
azote del sol, su última canción con música del “Cuchi” Leguizamón.
Pobre Juan, sombra del
monte,
rumbo animal del Bermejo,
para vivir como vives
mejor no morir de
viejo.
Dice en la primera y remata en Bajo el azote del sol:
Luna de olla popular
con los ingenios
cerrados
en los trapiches del
alma
Tucumán se hace
guarapo.
Antonio Nella Castro no era un hombre contradictorio sino
que aunaba en él los opuestos para convertirlos en verbos trashumantes de un
poema a una narración. Como periodista, fue símbolo de precisión en la noticia
o en la opinión certera. Fue, además, un gran pensador y un hombre de fuste al
defender sus convicciones, como político o como funcionario. Tiraba ideas a
cada paso, desde la creación de la Casa de la Cultura hasta colaborar
abiertamente con el monumento a Manuel J. Castilla, el Encuentro Literatura
Viva y con la Ley al Mérito Artístico.
Nella Castro fue una tempestad de palabras hecha versos o
prosa. Es que era él mismo, como el Noé de Crónica…
Vehemente, supo de momentos de solaz con sus amigos (“mis
verdaderos amigos”, decía) y aborreció abiertamente a los mediocres. Amó y su
amor fue volcado en sus últimos poemas que no se publicaron mientras vivió.
Recién 21 años después, tres poemarios póstumos vieron la
luz: Margarita, el fuego y yo, Poemas de la Isla de Pascua y Travesía íntima, reunidos en un solo
volumen en 2009.
Y allí, este navegante de tantos sueños, tranquilos y
caóticos, se mostró en toda la dimensión de su corazón. Tristezas, soledades,
recuerdos, alegrías, el amor en dimensiones inenarrables y sintiendo
tempranamente la vejez como umbral de la muerte.
El poeta Luis César Andolfi, en el prólogo de estos
poemarios, dice: “Nella Castro, como ya
lo había hecho en una de sus novelas, destraba el tiempo para mostrar sus parcelas;
lo penetra y secciona alucinadamente. Y el resultado son estos poemas crecidos
entre el génesis y su alegría. Poemas de belleza y de incierta lejanía”.
Antonio Nella Castro murió el 22 de julio de 1989. Dejó un
rumbo insoslayable, pleno de paradojas como el hombre mismo, dándole
universalidad a todas las sensaciones desde la urdimbre de la paz a las totales
hecatombes.
Soneto de Antonio Nella Castro
Ya tengo sesenta años.
Y estoy viejo.
Cómo se pierde el
gusto por la vida.
Hoy prefiero, al calor
de una querida,
el tibio aroma de un
buen vino añejo.
He gastado mi sombra
hasta el hollejo.
Era el tiempo en que
estaba todo de ida.
Mas, cuando vuelvo,
con la piel raída,
camino para atrás,
como un cangrejo.
Yo quiero morir vivo,
me decía,
mirándome la cara en
el espejo
y escribiendo mi
propia biografía.
Pero al ver que me voy
y nada dejo
no quiero vivir muerto
un solo día.
Ya tengo sesenta años
y estoy viejo.
(De Poemas en la Isla
de Pascua – Memoria de mi vida II)
© Agensur.info
0 comments :
Publicar un comentario