Por Pablo Sirvén
Habría sido una jugada maestra del presidente Macri haber
incluido el 10 de diciembre en el calendario de feriados. Éste era el año ideal
para hacerlo: no habría tenido el menor costo económico ya que cayó en sábado.
Esa fecha no sólo tiene una importante connotación
internacional por ser el día de los derechos humanos -en conmemoración a que,
en esa fecha de 1948, la ONU aprobó la Declaración Universal que reclamaba su
vigencia-, sino que además guarda una alta significación histórica a nivel
nacional: es la jornada en la que, desde 1983, se hace la transmisión normal
del mando entre un presidente y otro.
Haber agregado como feriado el 10 de diciembre daba pie para
que el proyecto del Poder Ejecutivo recientemente enviado al Congreso con el
plan de jornadas no laborables de 2017 suprimiese el nefasto y contradictorio
feriado del 24 de marzo, que recuerda el día en el que, en 1976, comenzó la
última y más sanguinaria dictadura militar.
Entre tantas arbitrariedades y locuras, no llama la atención
que el gobierno de Cristina Kirchner, en 2010, haya instituido como excéntrico
feriado tan negra fecha. No se le ocurre a Alemania conmemorar todos los años
con un magno asueto la entronización de Adolf Hitler ni a España hacer lo
propio con el asalto al poder por parte del generalísimo Francisco Franco. Lo
que sí llama poderosamente la atención es que entidades de derechos humanos
hayan aceptado ese feriado en vez de apoyar, justamente, el del 10 de diciembre,
fecha en la que, hace 33 años, llegó a su fin el Proceso de Reorganización
Nacional. Y, de paso, convertir ese día en una fiesta de la democracia por
partida triple por: 1) la clausura de la era de los golpes militares, jornada
más que adecuada para reponer allí el Día Nacional de la Memoria por la Verdad
y la Justicia; 2) la celebración por la jornada mundial de los derechos
humanos, y 3) la posibilidad de una confluencia multipartidaria, ya que en
distintos 10 de diciembre asumieron Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la
Rúa, Cristina Kirchner y Mauricio Macri.
Lamentablemente, la única variante nimia que introdujo el
actual presidente respecto del próximo 24 de marzo es cambiar su condición de
feriado fijo a movible (irá a un lunes cuando caiga de martes a viernes).
Encima, ya está pagando el costo por tan intrascendente decisión: Estela de
Carlotto salió a pegarle con el argumento de que el Gobierno pretende así
desmovilizar las marchas (que nada impediría trasladar a los 10 de diciembre) y
banalizar con fines de semana largos (como si no los hubiese habido -encima con
feriados puente, que serán suprimidos- cuando reinaba Cristina Kirchner y sus
usinas de comunicación se ufanaban de las rutas atestadas hacia los centros
turísticos sin importarles el aniversario videlista).
Hay, todavía, una razón más para hacer del 10 de diciembre
un nuevo feriado: dotar a este último mes del año, que muchos se han aplicado
en volver endemoniado, de más jornadas de descanso que actúen como sedantes y
"cortafuegos" de esas sistemáticas operaciones para poner patas
arriba el tránsito, con protestas y cortes de todo tipo, más el fantasma
siempre latente de disturbios aún más graves que ya hemos sufrido hacia fin de
año de otras épocas (saqueos, amotinamientos policiales y hasta refriegas con
heridos y muertos).
Pudo comprobarse ese gran efecto tranquilizador en el
reciente fin de semana largo. Hasta el último día hábil anterior a su comienzo,
distintas zonas clave de la Capital Federal parecían una olla a presión. Llegó
el jueves 8 y durante cuatro jornadas, Buenos Aires disfrutó de una bienvenida
calma pueblerina y fue una delicia transitarla. Muchos aprovecharon para
descansar en sus casas y otros cuantos emprendieron el éxodo a la costa, con el
plus de tonificar turísticamente una temporada estival que viene precedida de
recesivos augurios.
Afortunadamente, también se tomaron un respiro los
dirigentes que pergeñan esas acciones desestabilizadoras no sólo de los
gobiernos, sino de las sociedades, ya de por sí estresadas por el aceleramiento
natural que implica cumplir con una cantidad de obligaciones antes de que
termine el año y llegue enero con su habitual parsimonia reparadora.
Como una ironía, dije hace unos días en el programa Terapia
de Noticias, que emite LN+, que la manera de abuenar a diciembre de una vez por
todas sería declarar feriados sus 31 días. Como eso, claramente, es un
disparate y no es posible, al menos estaría bueno, para contribuir a cortar las
operaciones de malestar callejero en las que se empeñan tantas manos negras,
agregar a los feriados del 8 y de Navidad y Año Nuevo (que este año, para
desdicha de todos, caen en fin de semana) el del 10 de diciembre, que tiene
amplias justificaciones para entrar en la programación anual de feriados.
Los más veteranos guardamos recuerdos entrañables de los
diciembres de nuestra infancia, cuando la mayor preocupación era saber cuán
larga serían las colas para ver a Papá Noel, en Harrods, y a los Reyes Magos,
en Gath & Chaves. Recuperar el espíritu navideño es una tarea de todos.
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