Por Carlos Ares (*) |
Quién no carga una mochila? ¿Quién no lleva ahí, en la
espalda, colgando de los hombros, el denso catálogo que resume su vida? Una
serie de imágenes que se imprimen una y otra vez y se revelan lentamente como
fotos en el cuarto más oscuro de nuestra conciencia. Ahí nos reconocemos. Acá
estoy, éste soy yo. ¿Soy? ¿Ves el pelo, la ropa, el susto, el miedo, la risa,
la alegría?
Es una asociación desordenada, aleatoria, que evoca ese juego
infantil, esa pelea callejera, los silencios de tu viejo, las lágrimas de tu
madre, el día qué, la tarde cuándo, el grito, el gol, ella, eso que sentías, la
primera vez.
¿Quién no encuentra todavía en su invisible mochila
migas de lo que fue, bollos de papel, poemas, penas, juguetes, amigos, objetos
que se conservan como talismanes y se frotan como lámparas para saber, para que
nos digan quiénes éramos y por qué y cómo pasó lo que pasó. Una moneda, una
figurita, una muñeca de trapo, el reloj del abuelo, el libro de cuentos, la
pelota, la camiseta firmada, el autógrafo, la piedra, el pañuelo. Acá estoy,
éste soy yo, ¿ves?, mirame la cara, acababa de vomitar la hostia. Pecado
mortal. Pensaba morirme esa misma noche. Y no me morí.
¿A quién no le pesa todo lo visto y escuchado, más lo dicho
y lo hecho? Nos educan para una vida posible. Hay que aprender a compartir. Hay
que saber, hacer, entender. De pronto, es tiempo de lucha, de combate por
ideales, por convicciones, por personas que representan la esperanza del hombre
“nuevo”, de un mundo más justo. Perón, el Che, Fidel, ERP, Montoneros.
Justificamos la violencia, el robo, celebramos la muerte
Hace unos días, tirando para atrás todo lo que encontraba,
rebusqué en mi mochila. Sabía que lo tenía y ahí estaba. Los pelos que asomaron
parecían de un gorila, pero no. Abajo de Perón, de Evita, de la Patria
Socialista, se veía claramente su inconfundible barba. Es, era Fidel. Lo tenía
de joven, al lado del Che. Mirando el desparramo que hice a mi alrededor de
caras, nombres, libros, consignas, me dije que era una buena oportunidad para limpiar
la basura acumulada. Empecé por lo que olía peor. Isabel, Firmenich, López
Rega, Videla, Galtieri, el almirante Lacoste, Menem y su ristra de frases,
“síganme”, “salariazo”, “revolución productiva”, “declaro la corrupción delito
de traición a la patria”, “atravesaremos la estratósfera y en dos horas
estaremos en Japón”. Mafiosos, asesinos, narcos. Contuve el asco y seguí
tirando, desde Yabrán hasta Aníbal Fernández.
Por una cosa o por otra –autoritarismo, amenazas, crímenes
imperdonables–, la mayoría fue a parar a las bolsas negras, de consorcio.
Separé restos orgánicos, húmedos y grasos como Roberto Dromi, de personajes de
plástico como De la Rúa o Scioli, y latas grandes, agarradas a las manos de
Báez, López, Jaime, De Vido y más. Llené tres contenedores y, aun así, me
quedaba todavía una montaña de residuos inútiles. Ideologías que encubren,
mentiras evidentes, relatos insostenibles. Recuerdo que me dije: “Entre las que
comprás y las que te venden, qué cantidad de porquerías juntás”
Somos hechos por el tiempo que nos toca. Al cabo de los
años, la vida se condensa y supura en historias. Nos caemos, nos levantamos,
gritamos, pedimos, reclamamos, exigimos, votamos, creemos. “Nunca más”, “con la
democracia se come, se cura y se educa”, “no pude, no quise, no supe”. “El que
las hace las paga”, “conmigo un peso un dólar”, “estamos condenados al éxito”,
“chicos, por favor, estamos en Harvard, esas cosas son para La Matanza”,
“tenemos menos pobres que Alemania”.
En esas estaba, viendo qué más podía tirar, cuando ella, la
Maga, pide ayuda para hacer la mochila de los chicos, que mañana arrancan
temprano. De la mía, pensé, de la que todavía tanto lleva, nada va a la de
ellos. Ni los textos, ni la música, ni las ideas, ni mis broncas, ni mis
pasiones, nada. Mucho menos, tantos fracasos. Sólo, si aceptan, algunos buenos
deseos y esperanzas de justicia. El alimento necesario para que se sostengan
enteros, dignos de sí. Ya tendrán su propio pasado como para andar de salida
cargando uno ajeno. Si hacen el viaje “ligeros de equipaje”, tal vez puedan
llegar más lejos, hacer algo mejor.
(*) Periodista
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