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Por Nelson Francisco Muloni |
La mayoría de las personas cree que diciembre es un mes de
reflexión. “Pienso, luego existo”, dirían algunos. En diciembre. Como si el resto del año
hubiera sido un jolgorio de intrascendencia, frivolidades, living la vida loca y esas cosas que sustentan cierto grado de
irresponsabilidad con la propia vida. Y no es que no haya que divertirse ni dejar de lado las
sonrisas y el buen hacer. Sólo que la reflexión debe ser casi una cotidianidad
para que no se nos diluya la esencia de lo que guardamos muy adentro del
corazón.
No es el diciembre de las navidades ni del happy new year lo que debería llevarnos
al hecho reflexivo de nuestra vida. ¿Un año más? Balance tan estúpido como poco
sincero sobre el propio derrotero que venimos desplegando a lo largo de nuestra
existencia.
¿El año próximo cambiamos? ¿Seguimos igual? ¿A qué hora, qué
día o qué mes del nuevo año cambiaremos? Lo hecho es imposible de detener, sea
en enero, julio o diciembre. Que pase un año, no significa más que un nuevo paso hacia nuestra cobertura de tierra final. Mientras tanto, ¿qué?
Cuando construimos sueños, anhelos, conductas, deseos, amores, no esperamos una fecha determinada ni nada que nos determine: lo hacemos.
Después de reflexionar, claro. Para saber cómo correr con los riesgos a cuestas
que lleva cada una de las conductas humanas, no para hacer intelectualismo de
lo que es pura emoción. Por ejemplo.
Porque no sólo construimos casas, sino hogares. No solamente
tomamos un ómnibus hacia nuevos destinos, sino que también buscamos más allá de
las fronteras.
Resulta hasta absurdo que millones y millones de personas en
el mundo tomen los fines de año para reflexionar, hacer balances o meditar
sobre la inmortalidad del cangrejo, ya que no la imposible propia. A sabiendas,
muchas de esas personas, de que en el nuevo año todo seguirá igual, como cuando
se deja la dieta para el lunes siguiente a la comilona.
La reflexión es dar pasos. Cada minuto, cada hora, cada día.
Al equivocarnos y al pedir perdón. Al producir encuentros y remediar
desencuentros. A la hechura, digna, sencilla, de cada instante nuestro. Dar
pasos, siempre. Cayéndonos, reflexionando por qué caímos y siguiendo. Como
decía Eduardo Galeano: "Si me caí es
porque estaba caminando y caminar vale la pena, aunque te caigas”. Y eso es
vida. Eso es la vida. No la reflexión que nos impone el almanaque. Barata, sin
estirpe, torpe y demasiado común para ser realista.
Bienvenida la reflexión pero bienvenido el pensamiento de
vida, junto al soplo sereno del corazón andando y construyendo sin dobleces,
sin mentiras, sin olvidos. Cada instante. Para llegar al fin del almanaque
anual, tranquilo, como cada jornada vivida y celebrar, apenas, con un buen vino
y un “feliz año nuevo” dado para acrecentar el beso y el cariño. De cada día…
¡Happy new year, bonne
année, felice anno nuovo, etc, entonces…!
© Agensur.info
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