Por Pablo Mendelevich |
En los años ochenta solía decirse que el presidente Raúl
Alfonsín se tonificaba con las crisis. Que su liderazgo funcionaba mejor como
piloto de tormentas que como administrador de la normalidad. Pareciera ser que
el presidente Macri también mejora su rendimiento fuera de la normalidad, en su
caso cuando la marcha regular de las cosas se estropea por los errores que él
mismo comete. Tal vez se pueda colegir esto: puesto a reparar sus errores Macri
consigue niveles de eficacia política superiores a los que logra en la rutina.
Es lo que acaba de suceder con Ganancias. Fustigado por un
peronismo que aprovechó sucesivos errores del gobierno y se unió en Diputados
con la velocidad con la que se forma una tormenta perfecta -para colmo en el
mes más incandescente del año-, Macri reaccionó. Organizó, el lunes pasado, una
negociación multifrontal muy compleja. Primero compleja por los variados
aspectos técnicos del tema Ganancias y sus fuentes de financiamiento, pero
también por la diversidad de intereses en juego, la multiplicidad de
interlocutores y el protagonismo súbito de los sectores más intransigentes del
peronismo. Y hasta donde puede verse, tuvo éxito.
No sólo consiguió un acuerdo que dentro de pocas horas se
plasmaría en ley. Además anotó un record para el Guiness. Que se recuerde, es
la primera vez que se llega a un acuerdo multisectorial el mismo día que uno de
los sectores participantes de la negociación intercala un paro salvaje. La
pregunta es obvia: ¿no pudo evitarse todo esto? ¿No podía haberse alcanzado
este acuerdo antes así el país se ahorraba la ley pianta inversores impuesta en
Diputados, las amenazas de veto, las amenazas de no veto, los calificativos de
impostor de Macri a Massa y, entre muchos dislates más, las apelaciones de
Massa a la virgen en las antípodas de la racionalidad requerida para solucionar
problemas tributarios, en todo caso problemas políticos?
El tema de los errores del gobierno viene siendo considerado
en los términos de la falibilidad convencional de las personas. Predomina una
idea común: el error es una equivocación de buena fe. En esa línea, Lilita
Carrió, que es una especie de fiscal pública de asuntos internos de la alianza
gobernante, les dijo el domingo por la noche por televisión a Luis Majul y Ari
Paluch que el gobierno de Cambiemos, si bien cometió menos errores de primer
año que otros gobiernos, debe dejar de cometerlos porque se le terminó el
tiempo del aprendizaje. Carrió eludió la responsabilidad presidencial. Habló de
ineptitud de "algunos funcionarios", falta de velocidad, internas.
Pero vista en un contexto histórico la cuestión quizás no se limita a la
acumulación de errores, a su calidad y cantidad, sino, también, a qué se hace
después con ellos.
En su "década ganada" de doce años y medio el
kirchnerismo se fingió infalible. Nunca un Kirchner dijo "en tal tema nos
equivocamos", "esto fue un error" o algo semejante. Sólo se habló
de errores con vacuas generalidades, del tipo "no somos necios, sabemos
que hemos cometido errores", frases que aun hoy repiten algunos
kirchneristas sin precisiones de contenido. El candidato presidencial Daniel
Scioli repetía en la campaña una frase elocuente, no apta para agrimensores ni
escribanos: "vamos a corregir lo que haya que corregir".
Con la sociedad fatigada de semejantes elipsis Macri
advirtió al comienzo de su gobierno que reconocer errores y enmendarlos a la
luz del día no sólo era una conducta apropiada sino que producía reacciones
empáticas. Entonces no hizo demasiados ahorros con el recurso. Desde luego,
hubo distintos tipos de marcha atrás. Tampoco todos los errores de la vida
cotidiana de una persona son tramitados con el mismo formato. Una marcha atrás
explícita se verificó en casos como la designación de miembros de la Corte por
decreto o con las tarifas de gas sin llamar a audiencia pública. El error de
alta política de no haber expuesto de entrada el estado en que el kirchnerismo
dejó el país sólo pudo ser enmendado a medias, porque ya no se podía retroceder
el reloj. La admisión implícita de ese error llegó a mitad de año, cuando se
conoció el informe sobre El estado del Estado. Algo similar pasó con el manejo
de las expectativas respecto del arranque de la economía y el famoso segundo
semestre. Es muy difícil reparar expectativas decepcionadas.
Aparte de la calidad y de los modos de corrección existen
problemas como la admisión y la necesaria explicación del error. Pocas veces el
gobierno explica cómo y por qué se gestan sus errores. ¿A quién se le ocurrió
incluir Ganancias en el llamado a sesiones extraordinarias sin asegurarse un
tratamiento racional del tema? Argumentar inexperiencia es un arma de doble
filo, porque todo el mundo sabe que los nuevos gobernantes nunca habían
gobernado antes el país, y no es lo mismo conocer la botonera que manipularla
por primera vez, pero la tolerancia con el aprendizaje de quien ganó las
elecciones diciendo que tenía las soluciones para todo es limitada. Sobre todo
delante de opositores que denuestan la alternancia bajo el supuesto -increíble
pero cierto en una democracia- de que la Argentina sólo puede ser gobernada si
uno ya la viene gobernando de antes.
Surge aquí una parte insoslayable de la cuestión de los
errores, la estadística histórica. Verdad de Perogrullo para cualquier
argentino, los gobiernos no peronistas disfrutan de menor tolerancia opositora
que los gobiernos peronistas. Mal no le ha ido a Macri en ese sentido si logra
terminar el año, pese a la economía en estado desparejo y carreteando, con
aceptables niveles de paz social. Si el acuerdo alcanzado ayer se consagra como
un gran logro colectivo -todavía falta la instancia parlamentaria- habrá que
reconocerle al gobierno que la voluntad negociadora desdramatiza el error, lo
que no significa que sea recomendable persistir en él.
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