Era una obviedad,
casi de Murphy: todos decían lo que iba
a pasar.
Por Roberto García |
Era una obviedad, casi de Murphy: todos decían lo que iba a pasar.
Finalmente pasó. Lo que nadie sabe aún, sin embargo, es el significado del
cambio. ¿Se van hombres o se van políticas? Parte sólo Prat-Gay, confeso
keynesiano como Kicillof (nunca aludieron al fracaso de esa teoría económica en
los años 60), e ingresa en Hacienda un raro liberal instruido en el
radicalismo, Nicolás
Dujovne, quien supo compartir el dream team de Carlos Melconian, que
nunca llegó al Gobierno. A pesar de que el ingeniero los había armado para esa
misión.
Por la Navidad y festividades, el agrio episodio se ha vuelto remoto y
brumoso en menos de una semana, cuando físicamente falta para que uno reemplace
al otro el lunes 2 de enero.
Ocurre que la memoria se borra cuando hay paz en los mercados, y en esta
transición ninguna figura supera a la otra. Aunque algo se modifica: 1) Macri
ha reconocido una falla de gobierno, decidió corregirla, la asume como propia;
2) instala un nuevo comité central para diseñar 2017 con las elecciones
incluidas y 3) repara en parte el bolsillo de payaso en que se convirtió su
economía, desfondada en exceso. Dujovne llega como el costurero eventual. Si
lo dejan.
Contra las evidencias, la euforia oficialista –nublada, ciega– negaba el
retiro de Prat-Gay. Al revés de la intuición popular y de aquellos atrevidos
que lo insinuaban en los medios, ya instalados a futuro como sospechosos o
enemigos. No sorprendió entonces la noticia, sí en cambio la naturaleza del
despido, su inmadurez y escaso decoro, el rito improcedente del trío
transformado en jefe de personal (Peña,
Quintana, Lopetegui), que pareció disfrutar el anuncio del desalojo.
Gente con poco expertise político que se desprendía de un compañero de “equipo”
(Prat-Gay) como si fuera una sirvienta malhumorada y desleal. Casi de Trump en
aquel sketch televisivo que le dio fama hace décadas: You’re fired.
Se agregó otra cobertura distractiva como maquillaje del cambio: la
impresión de que habrá nuevas remociones en el gabinete. Por ahora,
mencionan segundas líneas (Lemus, el ya desplazado Chaín, Bergman), aunque se
sospecha de otros conspicuos observados con radiografías: Susana Malcorra y Guillermo Dietrich
encabezan esa zaranda. No es la dama ya el faro internacional que se
imaginaba hace un año –tampoco resultó tan poblada su agenda, con la que se
había tentado el mandatario– y, si bien cumple a pie juntillas las
instrucciones del ascendente Peña, ni a éste parece servirle esa devoción:
apenas cumple la canciller, eso sí, con las demandas ubicacionales que exige el
radicalismo en el ministerio. Finalmente, ella y su marido son viejos afiliados
a la centenaria UCR. En cuanto al ciclista del transporte, ahora en la cumbre
por haber sacado
del medio a Isela Costantini de Aerolíneas para satisfacción
presidencial, no goza de tranquilidad: su nombre enrojece a varios del
politburó de la Casa Rosada y otra fracción política libre asociada al Gobierno
lo despelleja a diario; Carrió puede llegar a cuestionarlo como a Lorenzetti o
a Angelici. Es mucho.
Tan comprensible es el letargo que producen las fiestas en la multitud,
la dormidera en que yace el retiro de Prat-Gay –aun cuando puede ser una
oportunidad divisoria para la economía futura–, que no en vano la Justicia
siempre se reserva este período del año para expedirse sobre casos más
difíciles o controvertidos. Es un clásico. Y en este breve momento, cuando
en Comodoro Py no se ausenta nadie, quizás el embargo
monumental a Cristina Kirchner por $ 10 mil millones se inscriba en
esa costumbre, aunque la imputación del juez Ercolini por asociación ilícita a
la ex presidenta (trámite que llevará dos años por lo menos de burocracia
acusatoria y defensiva) sea menos ruinosa de lo que plantea el fallo, señalado
como el más contrario a los intereses de la viuda: en rigor, el magistrado
evitó incluir en el encuadramiento a los herederos de la mujer, cuestión que
Ella siempre reclamó como privilegio o atención al cliente más asiduo. “Los
nenes no se tocan”, rezaba. Y ahora parece que le hubieran cumplido, a pesar de
que protesta como un tero y cierto gentío la imagina ingenuamente cerca de la
cárcel.
Macri rompió el mito de que no cambia a nadie, a menos que algún
candoroso crea que el triunvirato Peña-Quintana-Lopetegui fue el autor del
despido sin indemnización aparente: sólo han sido verdugos, rol que al jefe de
Gabinete pareció sentarle a medida por su rencor con
el fallido Prat-Gay. La orden, el operativo, los digitó el
mandatario, harto de ese personaje suficiente, altanero, del que se expresaba
con cierto disgusto (“¿y a éste quién lo invitó?”, preguntó en un evento
reciente) y al que no evitaba que sus colaboradores le cambiaran una silla, lo
bautizaran con apelativos de café o lo miraran con sorna y desprecio, lo mismo
que el ministro les transmitía a ellos. Demasiado insoportable esa
cotidianidad.
También pesaba, claro, la displicencia superior del renunciado en
materia de relaciones: fue él quien le presentó a Máxima, era él por quien
preguntaba el rey de España. Ni que fuera el Presidente. Celos sociales aparte
o ardorosas peleas con Sturzenegger, la leyenda dirá que a Prat-Gay lo exoneran
por su escaso apego a disminuir el gasto público, cuestión que en más de una
ocasión el propio ministro les atribuía a otros de sus colegas (por ejemplo, a
Frigerio, debido a su generosidad con los gobernadores).
Ese tema del gasto empezó a conmover a Macri hace más de dos meses, lo
reconoció ante extraños y parecía influido por algún asesor cercano que le
insistía: los números, para arriba o para abajo, no dan.
Así llegó el fin de un protagonismo. Prat-Gay se resintió por la ofensa
de los ministros anunciantes, ante la escasa elegancia del despido y el
obligado viaje al sur para que Macri lo palmeara lisonjeramente, como si no
hubiera tenido nada que ver en la determinación, a ese Cumelén que tanto agrada
a la suegra del Presidente y éste, como los mejores yernos –luego de varios
casamientos– suele visitarla para las vacaciones (incluso, por el estrés
dominante, hasta es posible que amplíe la permanencia hasta el 15 de enero).
El tropiezo no debería sacudir el narcisismo del ministro apartado: ya
atravesó una experiencia semejante con Néstor Kirchner, para
quien resultaba intolerable su forma de ser y, cuando se cumplía el mandato
como titular del Banco Central (cargo que Prat-Gay obtuvo gracias al respaldo
menemista en el Congreso), decidió no renovarlo contra algunas voluntades y lo
despidió con un rictus a través de Alberto Fernández. Su malestar había
alcanzado tal extremo que nominó en su lugar a otro economista con el que no
comulgaba, Martín Redrado, sólo por prevención ante los mercados. Igual era un
desprecio a Prat-Gay, de enojoso vínculo con su sucesor, quien para colmo
irritaba al sureño diciéndole que iba a imponer condiciones para seguir. Nunca
aprendió.
Tampoco lo hizo ni al brindar su última conferencia de prensa,
apropiándose del sinceramiento fiscal –un proyecto mal diseñado y peor aprobado
por la oposición–que le generará al Estado declaraciones juradas por 90 mil
millones de dólares. Supone Prat-Gay que esa contribución no prevista al fisco
debe serle agradecida, que la convocatoria dineraria es la confianza depositada
en él, no el terror epidémico de los ahorristas argentinos en negro que
decidieron blanquearse porque no les queda otro país en el mundo donde guardar
sus fondos sin ser denunciados. Jamás podrían creer en alguien que, además de
aumentar los impuestos, al iniciar la gestión respondió ante la posibilidad de
lanzar una normalización impositiva: “No contemplamos un blanqueo, no vamos a
facilitarles el juego a los narcotraficantes”. Parecía entonces ignorar que el
país estaba obligado internacionalmente a realizar un blanqueo y que a los
narcotraficantes, en todo caso, se los combate con otros medios. Dujovne, al
parecer, podría ofrecer una vuelta de tuerca para extender el sinceramiento, ya
que la economía sigue fabricando negro e incrementa su informalidad como método
de supervivencia. En otras naciones más previsibles esto ya existe. Hasta
podría plantear una lista de bonos más atractivos que los que aportó Prat-Gay,
algunos insensatos. Aunque esta nueva proposición parece tardía.
Trípode. Dujovne llega de la mano del trípode ejecutivo que rodea al mandatario
Macri –al revés de otro ministro designado en Finanzas, Luis Caputo, del que nadie
habla y es pariente del mejor amigo de Macri–, impulsado por otros
profesionales del PRO (Sturzenegger debe haber descorchado en su casa por la
salida de Prat-Gay) y, quizás, hasta por prestigiosos guías de su cercanía:
Pablo Guidotti, un referente de humildad y talento.
Dispondrá entonces de una temporada positiva, colaboracionista, en la cual se
acopla al politburó capitaneado por Peña, al que asisten un Quintana de barrio
periférico y un Lopetegui de discreta figuración pública para no molestar en su
casa.
De los tres, sólo Peña guarda una confianza ilimitada y antigua con
el Presidente. El Negro Quintana, en cambio, es un recién llegado a la
cofradía que ascendió más que todos, lo que indica que para gobernar no se
requiere sólo de amigos. En ese rol influyente también hay que ubicar a
Frigerio: cierta gravitación dispuso para desplazar de la obra pública a Chaín,
alguien que había servido en ese rubro con exclusividad al propio Macri en la
Capital.
Este nuevo centro de poder se afirma sobre la veintena de ministros y no
afecta solamente el rumbo de la economía: ya volteó a
la cúpula de Aerolíneas, amparados por la introducción de nuevas
compañías de bajo costo, en pleito con los sindicatos, o por la acción lobbysta
de empresarios vinculados a la familia Macri en un rubro que no compartía
designios con Costantini. Habrá que ver si se racionaliza el sector.
Pronóstico reservado.
Como el de la endeudada YPF, dirigida por uno de los pocos cercanos a
Prat-Gay (Gutiérrez, del equipo Morgan), en la que avanzan tratativas con los
sindicatos para bajar el costo laboral aunque al mismo tiempo ha producido una
crisis de principiantes al pretender quitar el precio sostén a la producción de
petróleo para bajar las naftas y, en rigor, ahora se las aumenta, con el
agravante de anticipar tanto el anuncio que los fleteros ya adecuaron los
precios preventivamente. De colegio infantil.
Riesgos. Habrá que ver, en esa inercia, lo que pueden afectar concesiones a
familiares (Calcaterra), sociedades del exterior que denuncia Cristina con más
propiedad que las atribuidas a ella o derivaciones del affaire internacional Odebrecht, el delator
empresario brasileño que no sólo involucró por coimas recibidas a gobernantes
de su tierra, sino que también reveló los “aportes políticos” brindados a
distintos dirigentes de otras naciones. La Argentina figura en esa
descripción: son muchos los bendecidos, amplia la contribución democrática.
Difiere en este esquicio Dujovne de Quintana en un tema del pasado
reciente: el nuevo ministro objetó el traslado de fondos del blanqueo para
cubrir la clase pasiva que no estaba en la nómina mientras el subjefe de
Gabinete se consideraba autor, con lagrimones de tarea cumplida, de esa idea.
No casualmente, Prat-Gay aludió a ese tema al despedirse, se lo agigantó a
Dujovne, seguramente convencido de que el tema jubilatorio es un escollo
insalvable para cualquier administración por obra de los K y de la última
gestión macrista.
Será difícil que actúe Dujovne como cirujano, apenas da para costurero su ejercicio
ministerial hasta las elecciones de octubre.
© Perfil
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