“No perdono a la
muerte enamorada,
no perdono a la vida
desatenta,
no perdono a la
tierra ni a la nada.”
Miguel Hernández
Por Nelson Francisco Muloni
Nunca escribo mis columnas en primera persona. Hoy quiero
hacerlo, Julita. Necesito hacerlo.
Para decirte, solamente, que llenaste buena parte de mi vida con tu presencia, con tu hermosa y siempre atenta amistad. Eras, cómo decirlo sin que se enturbien mis ojos y no pueda seguir, la amiga que estuvo siempre más allá de todas las pequeñeces, mías y ajenas. La que siempre me sostuvo con su aliento y con su mano siempre extendida.
Para decirte, solamente, que llenaste buena parte de mi vida con tu presencia, con tu hermosa y siempre atenta amistad. Eras, cómo decirlo sin que se enturbien mis ojos y no pueda seguir, la amiga que estuvo siempre más allá de todas las pequeñeces, mías y ajenas. La que siempre me sostuvo con su aliento y con su mano siempre extendida.
Te recuerdo, Julita, escuchándome cantar o con mi libro
leyéndolo sin parar por las galerías y el patio de la vieja Radio Nacional.
Buscando los discos que llenaban mi programa. Haciendo juntos alguna grabación
y riéndonos cómplices cuando no nos salía bien y había que repetirla.
Eras casi mi compinche. Cuando te acercabas a decirme algo o
a retarme como una hermana mayor, con tu voz profunda y suave. O cuando, de
golpe, explotabas con alguna sonrisa fuerte, amigable y transparente.
Amabas, como yo, a Serrat, Los Beatles y Miguel Hernández y
hasta me regalabas libros con alguna marca que habías hecho para que yo leyera,
justamente allí, lo que pensabas, lo que sentías.
Algunas tarde nos llenaron el alma entre tus tés y mis
cafés. Y siempre vos. Allí. Alentando mis sueños, fueren éstos los que fueren.
Siempre comprendiendo (no sé cómo lo hacías), todas mis alambicadas
explicaciones y empujándome hacia adelante. No te permitías dejarme caer.
Y tu calidez: siempre la pregunta en la que requerías (casi
una orden) saber cómo estaba yo. ¡Cuántas veces me llamabas por teléfono para
que me pusieran al aire en tal o cual programa de la nueva Radio Nacional,
diciendo mis poemas! ¡Y cuántas otras veces me despertabas de mi siesta para
preguntarme, simplemente, si estaba bien!
Nunca me pude enojar con vos. Salvo ahora, que te vas así,
sin dejarme, siquiera, una nota de despedida. Me enoja mucho esto de vos. ¿Cómo
se te ocurre que, después, de tanto cariño, tanto acompañamiento, te vas a ir
así como así? ¿Qué estabas pensando que me dejaste así, mudo, estupefacto, cuando
sorpresivamente, me encontré con tu muerte? ¡Qué ocurrencia, Julita, qué
ocurrencia…!
Pero, creo entenderte. Siempre fuiste tan digna, tan
heroica, que, seguramente, no querías entristecerme y te largaste así nomás,
sin decírmelo.
Por eso la cita de esos versos de Miguel Hernández que tanto
te emocionaban. Por eso te los entrego, definitivamente puestos en tu memoria y
en mi corazón.
¡Chau, Julita…! Te voy a recordar siempre, amiga mía, amiga
querida.
A la amada memoria de Julia Echazú.
© Agensur.info
0 comments :
Publicar un comentario