Más allá de los
errores oficiales, el peronismo alumbró
un acuerdo irresponsable y mentiroso.
Por Roberto García |
Estaba cubierta de polvo la carpeta de la Argentina: diez años de
Cristina. Suficiente explicación. Alguien plumereó la tapa del informe cuando
Macri alcanzó el poder, pero dudó en revisar su contenido: cuesta pensar en una
iniciativa económica, privada, si se suben los impuestos –ya brutales– como en
el condado de Nottingham, un ministro como un alcalde feroz promete afeitar en
45% las eventuales ganancias y el gasto público crece sin reparos ni
prejuicios, agrandando el barril sin fondo con argumentos pueriles de salvación
social.
Se comprobó además que lo que decían los labios del Presidente no era
lo que su gobierno instrumentaba bajo la fatua excusa del gradualismo. Igual,
como la voluntad de emprender o hacer negocios siempre persiste, más de uno
quiso imaginar que si desde el Gobierno no se producían cambios de sustancia,
quizás en la oposición aparecería una figura que transmitiera una perspectiva
de racionalidad diferente. Planeaba esa expectativa. Sin embargo, luego de que el arco
opositor le otorgara media sanción a la reforma de Ganancias en una
de esas noches inolvidables del Congreso, uno de esos candidatos singulares, Massa,
se incorporó al mismo montón de dirigentes que desde hace décadas vuelca tierra
sobre la carpeta de la Argentina para que a nadie se le ocurra invertir aquí. Entonces,
kaput.
Falsa resulta la pretensión del aparato político, más la CGT y el Papa
Juan Domingo –quien arrancó la ley de
emergencia social sin que nadie la objetara– de sostener una nueva
versión de Ganancias para proteger a los que menos tienen. Si ése fuera el
propósito, no es el impuesto a los ingresos (la cuarta categoría como se la
denomina técnicamente) el que sea vital corregir y hacer una causa divisoria de
aguas para que algunos atrevidos puedan aparecer en la TV con vistas a las
elecciones 2017. Si bien merece una atendible adecuación esa norma en mínimos y
escalas, lo cierto es que para modificar el panorama de los menos favorecidos de
la sociedad se requiere otra alteración: el tributo al consumo (21%) con
reducidas deducciones para ciertos sectores unido al impuesto a los ingresos
brutos o actividades lucrativas que cobran las provincias.
Penosamente, se grava todo lo que consumen los núcleos más
necesitados. A ninguno de ellos los afecta el impuesto a las Ganancias que Gobierno
y oposición convirtieron en tema del año, no son los votos a perseguir
–salvo que se vuelvan clientelares– como puede ser parte de los sectores
medios que agradecerán la decisión legislativa, aún a consolidar, de aquellos a
los que no votaron. Sin importarles el costo, claro, una característica lamentable
de la sociedad argentina.
No es sólo cuantitativo el problema. Para posibles inversores importa el
concepto de lo que se introduce en la nueva norma:
l) Reimplantar gravámenes a quienes se los acababan de quitar (caso
mineras).
2) Obligar a pagar dos veces con los dividendos, tributo que también hace poco había sido eliminado.
3)Convertir al ahorro en una actividad delictual, ya que lo improductivo bordea esa definición.
4) Propiciar la compra de dólares: al imponer tributos a los plazos fijos superiores a determinada cifra, se induce a buscar alternativas sin costo como la de los activos externos.
2) Obligar a pagar dos veces con los dividendos, tributo que también hace poco había sido eliminado.
3)Convertir al ahorro en una actividad delictual, ya que lo improductivo bordea esa definición.
4) Propiciar la compra de dólares: al imponer tributos a los plazos fijos superiores a determinada cifra, se induce a buscar alternativas sin costo como la de los activos externos.
Disfrazados. Se podría seguir con el manual de lo que no debe hacerse para invitar
a un inversor a la Argentina. Dilema inhóspito que antes de este engendro
opositor (vestido con el disfraz de quitarle a los que más ganan para darle a
los que menos tienen) ya se advertía en la Administración Macri, a quien no
cesan de avisarle sobre las dificultades que atraviesan los empresarios en el
país. Como uno que, antes del retiro de
Chapadmalal, le dijo que era imposible poner una fábrica de dulce de
leche en la Argentina, aunque fuera el lugar donde se inventó y se elaborara
con productos de presuntas ventajas comparativas. Sorprendido, el mandatario
pidió explicaciones y le dijeron: el azúcar, por los subsidios, cuesta dos o
tres veces más que en otro país, el envase de vidrio también sale mucho más
caro, ni hablar de un operario que gana 800 dólares o más frente a peruanos que
ganan menos de 400 o brasileños que perciben 460. Ni mencionó los costos del
transporte o de los puertos.
Miró azorado Macri (no le habían comentado siquiera sobre la inflación o
el costo del dinero, entre otras complicaciones) y más tarde prometió que
impedirá cualquier suba del gasto público. Podía entenderse que su negativa a
consentir las demandas opositoras en Ganancias pasaran por esa nueva
disposición, tanto que hasta apeló al auxilio de Carrió, quien desde EE.UU. ejerció la
tarea que más disfruta, insultar a Massa, denunciar la demagogia que
comparte con Cristina, pantomima que según ella desalienta inversiones. No se
equivoca, pero es la misma Carrió que hace dos meses amenazaba con una ley
contra los supermercados para poner presos a sus desalmados propietarios. Lo
cierto es que las derivaciones económicas parecen importar poco, la
oposición montó su acto y lo vive como un triunfo mientras el Gobierno
quiere salir de la derrota bajo el convencimiento de que la gente ve como
indeseables a los que se juntaron para darle media sanción a la ley: entiende
que esa foto es su mejor carta de triunfo.
Esta operación le dolió a Macri más que el rechazo a
su boleta electrónica por el Senado, tanto que asumió una
frontalidad poco habitual para cuestionar a Massa. Y a sus socios del día,
la colección miniaturista de Cristina y otros aprovechados del peronismo. En
rigor, en la Casa Rosada no sospecharon que los opositores cruzaran el río de
la sanción (hasta se fueron más temprano para volver de urgencia cuando se
enteraron que prosperaba la iniciativa) y Massa, por lo que se sabe, aguardaba
un llamado telefónico que nunca llegó para desarmar el proyecto. Suma de
errores, como tantas veces.
A un año de
Cambiemos en el poder, el destino se torna azaroso hasta por la
oposición, mientras el Gobierno habla poco y nada, explica menos, tampoco
cambia. A menos que se entienda como una modificación que Susana Malcorra deje
la Cancillería para aceptar la titularidad de un organismo internacional que le
ofreció su vencedor en la ONU, el portugués Guterres. Como se sabe, los
burócratas y los políticos tratan de que ninguno del gremio se quede afuera.
© Perfil
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