Por Giselle Rumeau
Mauricio Macri es un hombre de creencias flexibles. El
psicoanálisis, el budismo, la mística y hasta el pensamiento mágico -que lo
llevó a realizar una “limpieza energética” de la mala vibra dejada por Cristina
Kirchner en la Quinta de Olivos- forman parte de su credo extrañísimo para
conjurar la ansiedad y sostener su bienestar y salud mental. O en palabras del
Presidente, “para saber quién sos, mantener el eje, reconocer los defectos,
tener autocrítica”.
Pero la cosa no termina en su persona. Si ese combo se une
con el management empresarial, el marketing, la devoción por las encuestas y la
militancia digital, el resultado es un partido político atípico llamado PRO,
que llegó al poder tras años de gobiernos peronistas y radicales, corruptos o
ineficientes.
Los llamados “retiros espirituales”, como la reunión de
ministros que arrancó ayer y seguirá hoy en la residencia veraniega de
Chapadmalal -para evaluar el primer año de gestión y fijar la estrategia del
2017- son una de las patas de ese ADN macrista.
La idea de esos retiros tiene su historia. Es una práctica
que Macri viene aplicando desde que llegó al palacio comunal en 2007 y que
arrastra de su paso por la gestión privada. Se trata de encuentros destinados a
unificar el discurso, motivar a la tropa y hacer balances de gestión, más
propias del management corporativo que de la función pública. Bajo la orden de
mantener los celulares apagados, los funcionarios deben trabajar para afianzar
lazos y potenciar el trabajo en equipo. No es todo. En esos encuentros, que
antes de llegar a la Casa Rosada Macri hacía en distintos countries o estancias
bonaerenses, se pone especial énfasis en la política comunicacional del Gobierno.
Y se baja línea sobre lo que prredica el asesor Jaime Duran Barba como palabra
santa.
El gurú del PRO suele repetir que la política no le interesa
a nadie, salvo a los políticos, y que el amor, los niños y los perros generan
más votos que los candidatos. Su teoría
deja la gestión para los técnicos y la política para las redes sociales.
El jefe de Gabinete, Marcos Peña, es uno de los principales
ejecutores de sus estrategias. Y Macri no duda en aprobarlas. El problema es
que por combatir la política tradicional muchas veces el Gobierno termina
olvidándose de hacer política. Esto es, desarrollar una visión a largo plazo,
cubrir los flancos débiles, y cerrar acuerdos con propios y ajenos, dentro y
fuera del Congreso. En especial, teniendo en cuenta que el macrismo carece de
mayorías. La crisis por el tarifazo de los servicios públicos o la reciente
caída de la reforma política en el Congreso demostró que el marketing y el uso
de las redes sociales por sí solos no alcanzan. Y ésa es una de las principales
críticas que le hacen algunos funcionarios y socios de Cambiemos como Elisa
Carrió o Ernesto Sanz. Precisamente, la cumbre se desarrolla en medio de una
interna que desde hace meses aflora de manera solapada en Balcarce 50 pero que
el titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, acaba de dejar en carne
viva, al pedir la incorporación de peronistas
al Gabinete y cuestionar a Durán Barba. Se trata del debate entre la
política territorial vs. política de marketing, que auspicia más batallas
dentro de Cambiemos.
Clases de liderazgo
La capacitación no tradicional en el PRO arrancó en 2007
para afianzar su estrategia de diferenciación de los partidos mayoritarios.
Eran tiempos de preocupaciones livianas y los retiros espirituales solían ser
más informales. Aún no había asumido pero, como jefe de Gobierno porteño
electo, Macri reunió a su tropa por primera vez durante dos días en una
estancia de General Rodríguez para elaborar una agenda de prioridades. Aquella
vez, la nota la dió la entonces vicejefa electa Gabriela Michetti, quien con su
guitarra obligó a sus compañeros a cantar los temas de Sui Géneris.
En 2008, Macri optó por las clases de liderazgo y la
superación en crisis. Y el elegido para aconsejar al Gabinete porteño ampliado
fue Fernando Parrado, ex rugbier uruguayo y uno de los 16 sobrevivientes de la
tragedia de Los Andes, en la que murieron 29 pasajeros e inspiró la película
¡Viven! En el teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza, y ante unas 300 personas,
Parrado les dijo que se salvó de morir congelado por tomar la decisión de
caminar. “Lo mejor es actuar y decidir. Uno se puede equivocar pero lo peor es
no decidir nunca”, repitió como un mantra a pura emoción.
Hubo una cumbre más polémica. Fue en 2009, cuando Macri
apareció en el mismo teatro con el periodista Ari Paluch, su amigo y autor de
Combustible Espiritual, libro promocionado como “un camino de sabiduría
aplicada a la vida cotidiana”. Los funcionarios quedaron con la boca abierta al
escucharlo hablar y dar pautas sobre la filosofía de trabajo.
Otros gurúes espirituales con los que Macri se presentó de
sorpresa ante su tropa fueron el filósofo Alejandro Rozitchner; el emprendedor
y ahora ministro de Modernización porteño, Andy Freire, y Javier Mascherano, el
emblema de la Selección, quien a 20 días de los comicios presidenciales de
2015, les habló de predicar con el ejemplo y le dio al PRO una mano con la
campaña.
Libros de cabecera
Además de las clases de liderazgo, Macri suele apelar a
otras estrategias para motivar a su tropa. A mediados del año pasado, cuando la
posibilidad de llegar a la Casa Rosada era sólo un sueño brillante, el
mandatario llegó a la reunión de Gabinete porteño cargado con varios ejemplares
de su libro favorito. A cada uno de sus ministros le regaló La sonrisa de
Mandela, biografía sobre el ex presidente de Sudáfrica escrita por el británico
John Carlin. Lo hizo con un recomendación que sonó a orden: “Léanla. Eso es lo
que quiero que hagamos si somos Gobierno”, les dijo.
Algo similar había hecho en 2007 con los legisladores y
diputados nacionales. Los invitó a almorzar al restaurante Federico y les
obsequió a cada uno su, por entonces, manual de cabecera. También fue un gesto
con sabor a advertencia. Se trataba del best seller Los siete hábitos de la
gente altamente efectiva, de Stephen Covey, en el que se dan “lecciones
magistrales para el cambio personal”, según se lee impreso en su portada. Entre
risas, los legisladores leyeron el primer hábito que debían cumplir: ser
proactivo, frase que quedó en la sangre macrista.
A esta altura, nadie niega que la metodología aplicada por
el PRO desde su génesis -sean retiros, clases de liderazgo, superación en
crisis, libros de autoayuda o management empresarial- muestra la preocupación y
buena voluntad del Presidente por hacer una gestión eficiente. La duda sigue
siendo la misma: si los exitosos consejos aplicables a una empresa son
efectivos en el ámbito del Gobierno y si los problemas de la política pueden
resolverse efectivamente sin aplicar la política.
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