Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Entiendo que una temperatura de seis grados en Halloween
pueda ser lo más cercano que en la vida estaremos del primer mundo, pero eso no
debería confundirnos: mientras Estados Unidos tiene equilibrio entre el Poder
Legislativo y el Poder Ejecutivo, en Argentina juegan al peaje parlamentario.
Enterarnos de que, alegremente, los diputados nacionales de la Patria se
aumentaron la dieta un módico 47%, sin contar los gastos de viáticos y
desarraigo, da un poco de nervios.
Y mejor ni comparar el salario mensual con
el de sus pares de Estados Unidos porque podemos encontrarnos con la sorpresa
de ganan casi lo mismo, con la diferencia que, nominalmente, no es lo mismo 12
mil dólares en la tierra de la recesión que en la del norte, que tiene un producto
bruto interno 34 veces mayor al de Argentina. Si a todo esto le sumamos que
Estados Unidos tiene un representante por cada 710 mil habitantes mientras que
Argentina se da el lujo de meter uno cada 160 mil, deberíamos reconocer que nos
encanta la autoflagelación.
En un claro ejercicio de solidaridad de colegas, los
congresistas argentinos se congraciaron con sus pares del Parlasur y asignaron
cien palos para un organismo que sólo oficia de reunión de terapia grupal. Son
esas ideas gloriosas que tenemos en Sudamérica, donde queremos jugar a la Unión
Europea con un mercado común que cobra impuesto aéreo y sin siquiera indicios
de una moneda uniforme aunque sea en su tipo de cambio. ¿El ajuste? Son los
padres. Eso sí, en un acto de responsabilidad social, metieron un 15% de
aumento a las asignaciones universales por la “emergencia” que atraviesa el
país.
Lo notorio es que, incluso los que vienen del sector
privado, creen que el Estado es una teta. Es el caso de la diputada mendocina
de Cambiemos Susana Balbo, dueña de la bodega homónima, quien aseguró que, si
compara con las responsabilidades con el sector privado, debería ganar el
doble. Para detallar una realidad que nadie quiere ver, la legisladora aseguró:
“Algunos tomamos la decisión de alquilar un departamento para tener algo de
ropa, el cual estará cerrado durante tres meses”. No existe dinero en el mundo
que pueda paliar tanto sufrimiento.
Lo que sería interesante explicarle a la diputada –a ella
por haberlo dicho, a todos los demás por hacerse los boludos– es que tendría
que haber pensado su variación económica antes de postularse. Sí, lo mismo que
haría si se postulara a otro trabajo en el sector privado.
El derrape discursivo está virando peligrosamente de las
frases poco felices ante medidas incómodas –”es lo que hay” de la escuela
Aranguren– a las frases poco felices ante medidas cínicas. Quizá sea el relajo
que da la luna de miel posterior a un triunfo contundente, pero ahí radica la
gran confusión: creer que el 51% los eligió a ellos. En un balotaje, la
diferencia que sacás entre la primera vuelta y la segunda es el porcentaje de
personas que no querían al otro candidato. Los que te querían votar a vos por
quién eras, ya lo hicieron en la primera vuelta.
Ahora que bajó la espuma cumpleañera del primer aniversario
electoral, siento muy lejos la posibilidad de que pueda discutirse de manera
seria alguna cosa relevante, o que al menos nos saque del debate de si me gusta
o no me gusta que el presidente bese a su mujer en público, si es mejor la milanesa
con provenzal o deja gusto a ajo, o si macrigato.
Algunas mañas quedaron, al menos al hablar de comunicación.
Está bien, ya no entran a mi casa por la tele a la hora de la cena mediante la
cadena nacional: ahora me tocan el timbre un sábado a la mañana. Reconozco que
es un gran avance tener funcionarios que toquen otros timbres que no sean los
de sus secretarias aunque, en lo particular, no me cabe mucho haberme sacado de
encima a los yihadistas para reemplazarlos por testigos de Jehová. Sin embargo,
podemos darles la derecha de que este país vive de campaña.
No es que en 2017 se viene el año electoral: no terminó la
campaña de 2013. Y el drama de vivir en campaña es que siempre se debate lo
urgente, nunca lo necesario para evitar las urgencias a largo plazo. En campaña
vale todo, incluso –o principalmente– patear la pelota para otro lado.
Cristina vuelve a Buenos Aires. No es el regreso soñado de
Juan Perón después de 18 años de proscripción y exilio forzado –de hecho, es la
novena vez que la ex presi vuelve en menos de diez meses– pero es lo que hay
para lo que queda de la militancia. La idea era declarar en calidad de imputada
ante el juez federal Julián Ercolini, pero antes hablaron ante los medios
distintos funcionarios, como el hiperproductivo diputado nacional Axel
Kicillof, quien se hizo eco de los tuits que unas horas antes había tirado Cris
para denunciar una persecución judicial. Delicias de la exitosa abogada: según
la Real Academia Española, perseguir también es proceder judicialmente contra
alguien y, por extensión, contra una falta o un delito. Lo curioso es el
ejercicio de la defensa que hacen tanto Cristina como sus allegados al decir
que Lázaro Báez no fue el único implicado en la obra pública fraudulenta. Algo
así como que el Gordo Valor criticara a los jueces porque le imputaron el robo
del blindado de Juncadela cuando está claro que también había choreado a
Prosegur, Maco y Brinks. Cracks del derecho. Cosas por el estilo también
dijeron los dirigentes que se acercaron hasta el vallado de Comodoro Py –no
mucho más allá, no sea cosa que no los dejen salir– y que incluyó a luminarias
del respeto a las leyes y la buena gestión como Mariano Recalde, Hebe de
Bonafini y Luis D’Elía.
La semana pasada, Marquitos Peña fue el encargado de sobrar
al periodista que preguntó por los dichos de Margarita Stolbizer respecto de la
pasividad del gobierno frente al avance de las causas contra la corrupción
kirchnerista. En un ejercicio de reduccionismo conceptual digno de estudio
universitario, el jefe de gabinete afirmó que no corresponde interferir en el
accionar del Poder Judicial. Algo así como que hubieran respondido que no
podían solucionar las inundaciones porteñas porque no manejaban el clima. Una
cosa es la interferencia en el Poder Judicial –apretar jueces, criticarlos por
cadena nacional, amenazar con removerlos, incomodarlos ante el Consejo de la
Magistratura, visitar a un fiscal federal doce horas antes de que no pueda
presentarse a declarar contra una presidente nunca más, o llenarles el mail con
gacetillas– y otra muy distinta es no hacer absolutamente nada. Si hubo un
suceso clave que aceleró el juicio a las juntas militares en la década del `80
fue la creación a través de un decreto del Poder Ejecutivo de la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas (CoNaDeP), cuyo informe probó el
plan sistemático de desaparición de personas y aceleró todos los procesos
judiciales. No es que quiera promover una la Comisión Honorable sobre Retornos
Obscenos (CHoReO), pero podrían meterle algo de garra y no quedar parados en
Corea del Centro.
Ante las críticas de la oposición hacia el gobierno, el
silencio positivista de la otra parte no pareciera sumar ningún poroto. No se
puede no confrontar frente a determinadas acusaciones. No es igual que te critiquen
porque no hacés bien tu trabajo a que te digan que por culpa de tu trabajo este
año se suspenderá la Navidad y el Niño Jesús terminará llorando. De parte del
Gobierno, la única respuesta que se escucha a todo es que tengamos paciencia.
Es el temor por sobre la verdad, como cuando tenés miedo de decirle a la bruja
que te quedaste en un bar y le decís “ya estoy en camino”. Es cierto que, en
casos como los del aumento de los sueldos parlamentarios, pedir paciencia como
esa pareja que te pide reavivar la relación mientras come atún de la lata desde
la cama, pero al menos podrían precisar en qué consiste tener paciencia. ¿Tan
difícil es decir las cosas como son y sostener que nadie quiere venir a
invertir a un país que cambió las reglas de juego hace diez meses, después de
doce años con otro reglamento en manos de personas que perdieron la presidencia
por un punto?
Un empresario español me explicó hace no más de dos semanas
que no hay forma de comprometer inversiones a largo plazo sin saber qué tienen
en mente los hoy opositores en cuestiones elementales de política de Estado.
Regla básica: una inversión a diez años con dos elecciones presidenciales en el
medio, en las cuales puede pasar cualquier cosa.
Hablamos de un país en el que los ayer oficialistas que
miraron para otro lado con los fallos de la Corte Suprema en favor de los
juicios jubilatorios, ahora que son opositores votan a favor del oficialismo en
la “reparación histórica a los jubilados”. Un país en el que los mismos
opositores que votaron el vía libre para el pago a los holdouts son los ex
oficialistas que soplaron para el otro lado hace poquísimo tiempo.
Quizá sea el problema de siempre: creer que el resto del
mundo no se entera. Desde afuera no tienen tiempo de analizar la biografía
emocional de cada político y se limitan a la imagen partidaria. ¿Cómo
explicarles que ahora vamos denserio pal’ otro polo cuando la oposición amiga
está integrada por ex jefes de gabinete, ex ministros y hasta el oficialismo
tiene en sus filas al ex vicepresidente del primer gobierno de Cristina
Kirchner? No pidamos magia.
Una cosa es haber perdido la batalla cultural y otra, muy
distinta, es no querer volver a darla. La nueva de la micromilitancia consiste
en repetir que el verano pasado pensaban a dónde ir de vacaciones y para este
deberán pensar con qué pagar la factura de gas. Se los puede escuchar en el
colectivo, en el subte, en el tren. No es muy complicado preguntarles a qué
lugar de mierda querrían ir de vacaciones que la reasignación de cien pesos
mensuales les cagó el plan.
El tema es que la batalla cultural ya tiene al menos dos
frentes: por un lado el pensamiento de los que la libraron y ganaron los
primeros rounds. Cristina sale de declarar y dice que quieren “proscribir su
movimiento”. Nunca registró que su movimiento hoy consiste en Sabbatella,
D’Elía, Larroque y Recalde. Delicias de exitosa abogada, parte II: dijo que si
su gobierno fue una asociación ilícita, el actual es una asociación ilícita terrorista. Sí, me comí el postre, pero ustedes le
pusieron soda al Rutini.
Por el otro lado, tenemos el otro frente de batalla: el
fuego amigo del gobierno. Cuando Ricardo Alfonsín tira que “ningún país en el
mundo se ha desarrollado industrialmente, optando por el libre comercio” da a
entender que no es de leer mucho. Cuando agrega que “es un dato fácilmente
verificable en la historia”, demuestra que no lee ni la fecha de vencimiento de
las ideologías.
El británico William Lee fue quien inventó la máquina
industrial de tejer. Lo hizo en 1589, pero la reina Elizabeth le negó la
patente por temor a la destrucción creativa: la cantidad de puestos de trabajo
que se destruirían. La máquina se terminó por imponer un siglo después.
Obviamente, se perdieron cientos de puestos de trabajo. Y la industria del
hilado tuvo que tomar más gente de la que fue despedida de los telares, porque
al producir más, necesitaban mayores recursos. Es la innovación tecnológica lo
que hace que las sociedades evolucionen y esto, lamentablemente, genera la
pérdida de privilegios (va con cariño, compañeros anti Uber). La revolución
industrial británica nació con el refuerzo de los derechos de propiedad privada
y el fomento de la manufactura en lugar de la regulación. Y sí, los ingleses fueron
proteccionistas con sus productores textiles frente a los tejidos baratos
provenientes de Asia, pero tenían para ofrecer sus propios tejidos. Acá somos
agresivos tributariamente con celulares que nunca fabricamos y le tenemos miedo
al ingreso del iPhone, como si lo pudiera comprar cualquier cristiano y no
quedara reservado para los mismos que hoy pueden pagarlo.
En el diván de la terapia para pueblos, Carl Jung se refirió
al Estado que, frente a la razón del ciudadano, absorbió las fuerzas religiosas,
por lo que ocupó el lugar de ese Dios todopoderoso del que todo se espera. Al
igual que con el avance de la religión en la edad media, cuanto más adorado es
nuestro Dios Estado, más libertades estamos dispuestos a sacrificar. Jung se
refería al Estado dictatorial. Y aquí viene la duda que tanto me preocupa: o de
tanta dictadura nos quedamos esperando que la democracia republicana se
comporte del mismo modo, o somos un pueblo que no le interesa tener un Estado
sino un Dios al que agradecer o culpar por todos nuestros males.
Giovedì. Si alguien tiene el mail de la diputada, que
chifle. Tengo un CV para enviarle.
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