martes, 1 de noviembre de 2016

Una odisea accidental

Por Guillermo Piro
La historia comienza con un barco carguero llamado Ever Laurel. El barco zarpa de Hong Kong y se dirige a Tacoma, una ciudad del estado de Washington, en Estados Unidos. Uno de los containers que transporta contiene de esos juguetes pensados para bebés, los Friendly Floatees, o sea animales de plástico que flotan en el agua. Los Friendly Floatees están destinados al mercado estadounidense y los fabrica en China la empresa estadounidense The First Years. 

Dentro del container hay 7.200 packs que contienen un patito amarillo, un castor rojo, una tortuga azul y una rana verde. En total son 28.800 animales de plástico que nunca llegan a destino, porque el 10 de enero de 1992, a causa de una tormenta, el Ever Laurel se inclina tanto sobre la superficie del agua que pierde algunos containers. Uno de ellos es el que contiene los Friendly Floatees. Probablemente ese container se rompió o se abrió al caer al océano, tal vez al golpear contra otro container o a causa de la presión del agua, eso no se puede saber. Lo que sí se sabe es que los juguetes que contenía comenzaron a flotar. Los primeros que se encontraron, algunos meses después, aparecieron en las playas de Alaska. El agua salada y la luz los habían arruinado un poco, los patitos y los castores estaban casi blancos (el verde de las ranas y el azul de las tortugas demostró ser más resistente).

En mayo de 1990, 80 mil zapatillas Nike habían tenido un fin similar en el sur de Alaska, y al cabo de seis meses empezaron a aparecer en las costas de Canadá. Curtis Ebbesmeyer y James Ingraham, valiéndose de softwares y de las coordenadas de los hallazgos, habían conseguido reconstruir el recorrido de las Nike en el mar. Cuando supo de la historia de los Friendly Floatees, Ebbesmeyer trató de reconstruir el recorrido que estaban haciendo en el océano, pero para eso necesitaba saber las coordenadas exactas en las que el container de los Friendly Floatees había caído al mar. Con las Nike no le fue muy bien, porque la compañía que transportaba aquel container no había querido dar esa información, pero con los juguetes flotadores tuvo más suerte: las coordenadas del lugar en que los containers cayeron al agua son N 44° 42’, E 178° 06’, o sea a unos 900 kilómetros al sur de la isla Attu, el punto más occidental de los Estados Unidos, formalmente parte de Alaska, y a unos 1.600 kilómetros al este de la isla Hokkaido, en Japón. Ebbesmeyer calculó que algunos juguetes podían haber llegado al Atlántico septentrional desde el Pacífico septentrional, pasando por el océano Glaciar Artico. Y descubrió que sus suposiciones eran ciertas cuando en 2003 algunas personas encontraron patitos en una playa de Kennebunk Harbor, en el estado de Maine, en la costa oriental de los Estados Unidos. Entre 2003 y 2007 aparecieron juguetes flotadores en las costas del norte de Francia y de Escocia. Y en las de Chile, Perú y Australia.

De esta asombrosa historia hablan dos libros. Uno es Diez patitos de goma, de Eric Carle (Kókinos); el otro Moby-Duck (hermoso título), de Donovan Hohn (Aguilar). El primero es un libro infantil y habla de patitos de goma, pero en realidad son de plástico; el segundo, que es el que nos interesa, se publicó en España en 2012, pero por alguna razón nunca llegó a la Argentina.

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