Por Manuel Vicent |
Esa sensación de que ya lo has visto todo y de que ya nada
te puede sorprender no ha sido alterada con la llegada de un patán a la cumbre
del imperio. Todo encaja. A la comida basura, a la televisión basura, al
periodismo basura, a la cultura basura, a la economía basura, a la educación
basura, al patriotismo basura, al racismo basura, al machismo basura le
corresponde este Donald Trump, un presidente de Estados Unidos también basura.
Nada más lógico.
Este figurante sabe que la política es un espectáculo y ha
aprovechado la pista del circo para realizar su número. He aquí a Donald Trump
como un Sansón ciego y hortera dispuesto a derribar los pilares del templo, los
fundamentos del sistema.
Para ello se ha servido del odio y del miedo, una mezcla
explosiva que nunca falla. Los analistas políticos tratan de explicarnos todas
las variables sociológicas que han hecho posible que un millonario histrión,
prácticamente analfabeto y con una visión de la historia que no va más allá del
negocio de la construcción se haya encaramado en lo alto del gran pastel de
calabaza de la Casa Blanca, pero nadie ha explicado el placer que un inmigrante
habrá sentido al votar a este candidato después de zamparse una hamburguesa de
carne de perro, ni la convulsión sexual que habrá generado este macho rijoso en
las teñidas amas de casa de la América profunda.
El triunfo de Donald Trump ha despertado un sentimiento de
vergüenza ajena entre las élites intelectuales y científicas, que no se
explican que un país donde están las mejores universidades del mundo y los
centros de investigación más avanzados haya votado a un cateto de presidente.
No hay por qué sorprenderse. Hace ya tiempo que los valores
que sustentaban el orden moral se han desmoronado. También a estos finos
intelectuales dentro de poco Donald Trump les va a parecer un político normal.
© El País (España)
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