Por Diego Fonseca
Excelentísimo Donald J. Trump,
presidente de los Estados Unidos de América.
Señor: ok, usted ganó. Y yo tengo
miedo.
Felicitaciones por convertirse en el
presidente 45.0 de Estados Unidos. Ahora, a trabajar. No será
esta una relación amorosa, para qué engañarnos.
Entonces, señor: olvídese del muro.
Práctica y simbólicamente, Sr. Trump,
queda a su cargo la oficina principal del país que todo el planeta observa.
Usted será el presidente de una nación que inspiró al mundo. Una que ha
provisto al mundo con ideas, innovaciones, reivindicaciones que imitar —no
quiero pensar en la cuenta oscura: enfoquemos en lo positivo—. Tendrá bajo su
comando el ejército más poderoso del mundo; Wall Street estará escuchándolo a
menos de tres horas de su despacho; la economía del mundo respirará sus
resfríos.
Por ende, Sr. Trump, olvide los
muros. Es tiempo de construir. Esta nación tiene una responsabilidad global en
un mundo inestable y complicado. Una obligación moral con los abandonados por
la fortuna. Su presidencia debe profundizar la recuperación económica iniciada
por Barack Obama. Mejorar la situación de las familias en problemas y poner
límites a esa Corporate America que precisa —de usted y de
todos— control inmediato.
Sr. Trump, usted está ante las
puertas de la Historia. Podrá abrirlas para hacer una gran entrada o echarlas
abajo. Podrá ser un presidente de corto tiempo y comportamiento incendiario, o
puede elegir acercarse a un territorio razonable y gobernar con consensos y
concordia. Podrá comenzar a reparar daños o terminar por incendiar la casa.
Llamar al orden o animar hordas.
Usted ganó contra los demócratas,
contra el Comité Nacional Republicano, contra las élites y barones de su
partido, contra la oposición de la intelectualidad y los medios, contra la
percepción global. Tendrá a su favor el Senado y la Casa de Representantes. La
mayor parte de los estados. Decidirá —válganos el universo— la composición
determinante de la Corte Suprema de Justicia, jueces que dictarán, por décadas,
la validez de numerosas reivindicaciones sociales obtenidas y deseadas. Sr.
Trump: tiene usted en sus manos la llave de un poder cuasi omnímodo. Si
entiende bien ese mandato, tiene ante usted una oportunidad y responsabilidad
únicas. Si lo entiende mal, y no soy figurativo, será una tragedia.
A su servicio está la posibilidad de
probarnos a todos que nos equivocamos —por favor, hágalo: podemos vivir con la
humillación— o confirmar nuestras ideas e iniciar un camino empedrado de un
liderazgo revanchista montado sobre venganzas intragables.
Déjeme decírselo de otra manera, Sr.
Trump: usted tiene la obligación de reparar las heridas que usted
mismo provocó. La primera magistratura no da derechos especiales sino
obligaciones inexcusables. Un presidente debe convocar a los equilibrios pues
su responsabilidad es el conjunto de la sociedad, no solo sus votantes. El
presidente Obama corrió grandes riesgos por restaurar un diálogo que su partido
procuró desmoronar. ¿Insistirá usted en esa lógica, profundizando la
polarización y la brecha? ¿Hundirá usted la democracia estadounidense en un
mayor retroceso?
Entre sus votantes, Sr. Trump,
millones esperan que cumpla sus promesas —discúlpeme— de brujería económica.
Aguardarán a que pronto florezcan los millones de puestos de trabajo que
prometió como si fueran hongos de lluvia. A que el país se inunde con proyectos
de empresas que regresan o traen nuevas inversiones. Que el sistema de salud
cubra a todos a bajo costo. Que, según sus propias palabras, los acuerdos
comerciales favorezcan a Estados Unidos antes que a las corporaciones y sus
socios. Que, más aún, la veleidosa China baje la cerviz.
No sé cómo conseguirá eso y no
revelaría nada nuevo si digo que casi la mitad de este país no ve demasiada
razón detrás de sus planes. Pero esa misma mitad, supongo yo, está dispuesta a
contribuir para resolver problemas, pues no hacerlo sería escupir hacia arriba.
No se cuestionan los errores ajenos nada más para hacerlos propios por
despecho.
Por supuesto, para eso es
imprescindible —y parece absurdo tener que señalar esto en una nación
desarrollada y en el siglo XXI, pues no es 1933— tomar distancia de la
imposición de la voluntad omnipotente del ganador que toma todo. Usted debe
apostar por el liderazgo inteligente, Sr. Trump. ¿Sabe?, quienes pasan a la
historia por un favor social casi unánime son los estadistas, no los
gobernantes menores ni los autócratas. Y esos estadistas saben que los marcos
de convivencia democrática son esenciales para la gestión del Estado.
Por eso, Sr. Trump, debe sentarse a
reflexionar con los socios comerciales, políticos y militares de Estados
Unidos, desde México a la OTAN. Europa espera por diálogo y diplomacia, no
bravuconería. América Latina espera por una mejor relación: Cuba y Venezuela,
los migrantes centroamericanos, Colombia y su paz. Siria precisa de Estados
Unidos. El mundo, Sr. Presidente.
Deberá restañar las heridas
provocadas en la disputa interna del país por su discurso ofensivo y patotero.
Usted ha insultado a las mujeres sin disculparse jamás. Ha maltratado a los
padres de un héroe militar, estadounidense y musulmán, y a todos los
profesantes de la fe. Ha anunciado que expulsará a millones de habitantes de
este país por la mínima falta administrativa de no tener papeles migratorios
apropiados en regla. Esas personas forman parte del tejido social de esta
nación y, al menos en el caso particular de los latinos, serán una parte aun
mayor de la musculatura de Estados Unidos en menos de dos décadas, cuando
representen un tercio de su población.
El Experimento Americano, explicó
Alexis de Tocqueville, basa su excepcionalismo en la idea de inclusión, no en
la tiranía de las mayorías. Tiene usted la delicadísima tarea del equilibrio en
la cuerda floja que usted mismo tendió sobre el vacío. Pero usted eligió ese
camino.
Este es un llamado a la cordura. Sr.
Presidente, usted habló de unión apenas se supo ganador. Su vida parece decir
todo lo contrario, pero es bueno que le recuerde que el triunfo no da derechos.
Solo los déspotas, dijo alguien por allí, prefieren la victoria a la
democracia. No más muros, Sr. Trump.
No más división.
Diego Fonseca es escritor argentino que actualmente vive en Phoenix y
Washington. Es autor de "Hamsters" y editor de "Sam no es mi
tío" y "Crecer a golpes".
© The New York Times / Reproducido por Agensur.info con la debida
autorización
0 comments :
Publicar un comentario