martes, 1 de noviembre de 2016

Machos y hembras

Por Carlos Gabetta (*)

Hay dos maneras de tratar de entender la evolución del comportamiento humano. Una, la fotografía; los hechos del presente, la cantidad. 

Otra, la “película”; las razones históricas, la conformación de esquemas de autoridad, de sometimiento, por la fuerza u obligada aceptación. 

Esto vale tanto para el análisis de los sistemas políticos y las clases sociales como de los comportamientos individuales, familiares, íntimos, de los que el primero y último es la relación macho-hembra. Para cualquier bicho de la misma especie, todo comienza en el elemental acople. El paso del tiempo y de las cosas modifica las relaciones de la única especie pensante: de hombres y mujeres.

Ahora que la violencia masculina conmueve al mundo occidental, la foto mostraría a los medios de comunicación y grandes sectores de la población enterados de lo que ocurre, aunque con muy distinto grado de entendimiento. Una foto no ya del Medioevo, sino de comienzos y largo trecho del siglo pasado, casi nada mostraría, a pesar de que los hechos eran los mismos y quizás más cuantiosos. Imperaba el silencio.

La película entre las dos fotos, en cambio, empezaría mostrando un cuadro de dominio masculino; económico, familiar, personal, sexual. Un sistema de clases y control; una noción de los derechos humanos que despertaba hacia la conciencia, las leyes y compromisos internacionales que hoy predominan. En ese marco, la relación hombre-mujer se agitaba a puro pujo individual de algunas mujeres y algunos hombres.

Pero para la gran mayoría, el predominio masculino era “natural”, aceptado por las mujeres. Las madres y las abuelas, a cargo de la educación de la prole, preparaban a sus hijas para ser madres y esposas fieles y respetuosas, al tiempo que enseñaban a sus hijos que los hombres no lloran y deben ser valientes y esforzados para triunfar en la vida y mantener a su familia. Una mujer que sufría violencia tenía que “aguantar”: ¿dónde vas a ir, de qué vas a vivir? Había “tenido mala suerte” en el matrimonio. Los padres, en los momentos en que se ocupaban de la educación de sus hijos, repetían a las niñas lo de las mamás y las abuelas y a los niños que las mujeres les debían respeto y fidelidad. Que ellos serían libres de ser irrespetuosos e infieles. En cuanto al sexo, era su derecho, cuándo y cómo quisiese. Del placer femenino no se hablaba.

La película nos lleva, atravesando luchas, al actual marco de conciencia y leyes, en el que mucho ha cambiado, aunque no tanto en la percepción del otro-otra en el plano personal. Sobre todo en los hombres. Las mujeres se van liberando masivamente, sobre la base de que pueden trabajar, ser independientes. Ahora tienen dónde ir. Denuncian el maltrato, exigen placer, tiempo libre, amistades propias, abandonan a sus parejas, disputan los bienes gananciales y reclaman igual salario.

Los hombres van acabando por aceptar todo lo que es legal, pero a muchos les cuesta asumir los cambios que eso supone en los proyectos de familia, en la vida cotidiana. ¿Cómo una mujer te va a decir que no quiere ir al cine, o tener sexo? En cuanto al placer femenino, muchos hombres, cada vez más, se interesan y hasta descubren un placer nuevo en el placer de la otra. Pero hasta ahí llegamos: la “fidelidad” es otra cosa. El hombre sigue creyendo que la infidelidad es su exclusivo derecho. Incluso entre los hombres que han llegado más lejos, los “progres”, cuando alguien argumenta que en cuanto a “fidelidad” la opción es que sea mutua o aceptar que ellas también tengan “historias”, la mayoría expresa alambicadas reservas o cambia de tema. Muchas mujeres, a su vez, aún suelen tomar por desafectos a los hombres que no cuestionan su libertad.

Estamos ante un problema cultural, de civilización, que no se resuelve en un par de generaciones. Pero una cosa es entender y otra justificar. Para los violentos y femicidas, todo el peso de la ley y del repudio social.

(*) Periodista y escritor

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