Por Pablo Mendelevich |
Eduardo Duhalde ha sido mejor presidente que autor de frases
célebres. Aunque es cierto que como autor de frases célebres resultó a su vez
más eficaz que como descubridor de talentos presidenciales para sucederlo.
Justipreciado en el contexto incendiario que le ofrendó el
Congreso dos años después de perder las elecciones, como presidente bombero
Duhalde tuvo la virtud de sacar al país del abismo del 2001.
Tarea que, sin
embargo, inauguró con la promesa de devolverles dólares a los depositantes de
dólares, a quienes su gobierno sacudió cinco minutos después con un sonoro
¡minga! Quizás para ayudar a que se olvide el contratiempo fraseológico,
Duhalde se aferró en forma vitalicia a otra sentencia, la de que la Argentina
es un país condenado al éxito. Un rezo que el presidente Macri, sin derrochar
celeridad, acaba de considerar abominable.
Macri no mencionó a su antecesor, se concentró en repudiar
la esencia determinista del concepto, un reproche justiciero al voluntarismo.
Sustrajo la cuestión, pues, de los modos que habitualmente propaga la
televisión de la tarde incluso en el rubro político y así le confirió al
problema de la inexorabilidad del éxito cierto vuelo reflexivo. En la
entrevista que publicó Clarín el domingo, el Presidente dijo: "Tenemos que
abandonar esa creencia de que estamos condenados al éxito. Nos hizo mucho mal.
Eso fue lo que generó la cultura del atajo, la cultura de la avivada". Más
adelante despotricó contra lo políticamente correcto, prefirió citar a
Churchill antes que a los discípulos de Freud para sostener que a veces para
que las cosas se pongan mejor se tienen que poner peor y desaguó en la madre de
todas las oraciones crudas. "La verdad de donde estamos", dijo,
"es mucho peor de lo que pensábamos".
Bastante antes de que a la comunicación se le dijera ciencia
y de que el marketing fermentara como ingrediente de la política, los
presidentes, por lo común políticos muy experimentados, ya sabían que uno de
sus trabajos consiste en inflar el ánimo colectivo con palabras destinadas a
distribuir la confianza de que el futuro será mejor. Hasta podría decirse, si
hubiera que simplificar, que de eso trabaja un líder, de motivar. La cuestión
no pasa por expender o no confianza, poca o mucha, sino por cómo hacerlo, cómo
decirlo. Tarea que tiende a creerse que es más sencilla allí donde se vota para
decidir si todos los ciudadanos deberían o no recibir una renta básica
incondicional de miles de euros que en un país cuyo presidente declara que la
situación nacional es mucho peor de lo que él pensaba.
No es que Macri no cultive la proverbial retórica de los
presidentes de insuflarle ánimo a la sociedad. Al contrario, basta recordar que
su alianza lleva por nombre el subjuntivo de cambiar, una arenga, y su himno de
campaña (la letra no está entre las más extensas del género) dice "¡se
puede!", texto que también le da vida al estribillo. Pero una cosa es
poner el foco en la acción de remar con la expectativa de alcanzar el puerto y
otra es entregarse a la corriente del río bajo el supuesto de que el destino ni
siquiera está en el mapa debido a que es una fuerza divina.
La idea de un país condenado al éxito suena algo extraña en
un país en el que es frecuente que sus ciudadanos se quejen de que nunca nadie
es condenado. Metáforas aparte, condenar es imponer una pena a un culpable, se
entiende que para que la condena sea efectivamente cumplida, algo en la
Argentina, también, siempre dudoso. Precisamente en el mismo reportaje Macri
tuvo que responder sobre el ritmo de los juicios por corrupción y acerca del
futuro procesal de Cristina Kirchner (dijo que la verdad no se puede saber en un
año, pero tampoco puede llevar diez).
Para Macri la frase duhaldista simboliza la cultura del
atajo, de la avivada. Cultura, cabe agregar, que antes pescaron en el aire
visitantes como Charles Darwin, quien concluyó: "Los habitantes
respetables del país ayudan invariablemente al delincuente a escapar; parecería
que piensan que el hombre ha pecado contra el gobierno y no contra el
pueblo". Es importante aclarar que el naturalista inglés vino entre 1832 y
1835.
¿Condenados al éxito? Acaso sólo sea una judicialización
verbal del mayor proverbio agrario argentino: con una buena cosecha nos
salvamos. Quizás al éxito convenga indultarlo y si es por condenar, con los que
roban, secuestran, matan, y los que mientras gobiernan se guardan dineros
públicos, ya hay bastante. No es inexorable el futuro exitoso. Tampoco lo
opuesto.
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