"La peor gente tiene
también lados
ambiguos"
Arturo Pérez-Reverte presentó su última novela "Falcó". (Foto: Archivo) |
Por Martín Rodríguez Yebra
Arturo Pérez-Reverte cada vez se contiene menos
cuando le reclaman corrección política. Se declara harto de los "idiotas
del buenismo ideológico" y de los "incultos" que no hacen otra
cosa que alimentar fanatismos. Falcó, la novela que salió esta semana,
funciona para él casi como una provocación. Por primera vez incursiona en el
género del espionaje y sitúa la trama situada en la Guerra Civil Española, a la
que aborda sin juicios de valor ni reivindicaciones políticas; un escenario
poblado de valientes y cobardes, ya fueran fascistas, comunistas o simplemente
cínicos.
"Me gustaba el desafío de crear un héroe
políticamente incorrecto, amoral, sin ideología y a la vez encantador, pero que
sobre todo no participa del chantaje moral que hoy impregna hasta el
aburrimiento la sociedad occidental", dice el autor de La tabla de
Flandes en una entrevista con La Nación.
Lorenzo Falcó es un espía misógino, sin códigos,
dispuesto a torturar o matar a sangre fría y sin más patria que sí mismo. El
destino lo ubicó en el bando franquista. Su misión: rescatar de una cárcel
republicana a José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, el
fascismo español. "Habrá quien diga: «¿cómo habla usted de
falangistas con ideales o de nazis que no están matando gente en un campo de
exterminio?» Me tiene sin cuidado. A mí me gusta ofrecer el material
limpio, sin contaminarlo con mi opinión".
Con 64 años y 25 novelas encima, Pérez-Reverte se
siente un "profesional que maneja los trucos del oficio", aunque hay
algo que cree mantener invariable desde sus comienzos: "Nunca fui un
escritor inocente".
-¿Qué le atrajo de contar una historia de la Guerra
Civil?
-Ojo, ésta no es una novela de la Guerra Civil. Es
una novela de los años 30 y la guerra me daba un escenario práctico para lo que
quería contar. Cada vez que se habla de la Guerra Civil surge la etiqueta: de
derecha o de izquierda, comunistas buenos y fascistas malos o viceversa. Yo
quería crear un personaje que no tuviera nada que ver con eso. El contraste
entre una guerra tan ideologizada como ésa y un personaje que no lo era me
pareció interesante para desarrollar la historia.
-Es un abordaje inusual en España: hablar de la
guerra sin dejar huellas ideológicas.
-Yo he cubierto como reportero siete guerras
civiles. Las guerras civiles no son como nos la cuentan. La guerra civil es una
barbaridad en la que hay bandos ideologizados, pero en medio hay una masa de
gente que se queda atrapada y por razones diversas tiene que tomar partido. Por
supuesto tengo clarísimo que un bando tenía la legitimidad, que era la
República, y otro no lo tenía. Es una obviedad a la que no voy a dedicar una
novela. Yo estoy en otro nivel: el de los seres humanos que estaban allí,
matando o muriendo. Y entonces las cosas no están tan claras.
-¿Por qué le cuesta tanto a España lidiar con ese
pasado 80 años después?
-España es un país profundamente inculto y la
incultura favorece los fanatismos. Para un inculto es más fácil ponerse a pegar
etiquetas que discutir los matices de cada bando.
-Se percibe en el libro una fascinación por la
época. ¿Siente algo parecido a la nostalgia por ese mundo de los años 30?
-No. Era un mundo injusto y merecía desaparecer,
pero era un mundo interesante. No existía la vulgaridad del teléfono móvil, que
domina todo.
-Un espía de hoy da poco juego, ¿no?
-Sí, ahora es todo tecnología. Un espía ahora es de
lo más vulgar.
-Falcó tiene muchos rasgos habituales de sus
personajes, pero resulta más difícil encontrarle el corazón.
-Sí. Alatriste es también un héroe desengañado,
pero era un hombre que había tenido fe y que todavía conservaba códigos. Falcó
no. Quería contar un héroe sin principios. Quizá porque también era un desafío
contar un héroe políticamente incorrecto y que a la vez pudiera generar empatía
en el lector.
-¿Una provocación?
-Sí. Quería hacer un personaje que rompiera los
principios morales al uso de la sociedad actual.
-Se cumplen 30 años de su primera novela. ¿Se
siente un mejor escritor?
-Soy mejor porque soy un escritor veterano, conozco
muy bien mi profesión. Yo soy los libros leídos, las experiencias vividas más
las novelas escritas.
-¿No extraña nada de sus comienzos?
-No. Yo empecé a escribir tarde, después de ser
reportero. Llegué a este oficio con las inocencias perdidas. Nunca he sido un
escritor inocente.
-Supongo que el periodismo tampoco lo extraña.
-Extraño la juventud y la sensación de novedad.
Pero eso ya lo viví, es otra época. El mundo del periodismo no es el mismo en
el que yo me movía. En el periodismo que se hace ahora se exige todo el tiempo
implicación emocional del periodista. Si hablas de refugiados en Siria tienes
que llorar con ellos, conmoverte. No, el periodismo para mí era contar las
cosas y que el lector fuera el conmovido.
-¿De cuánto le sirvió para el trabajo literario
haber conocido esos personajes oscuros?
-Me sirvió mucho. Cuando hablo de torturar y matar
sé de lo que estoy hablando. Y eso el lector lo percibe. La peor gente del
mundo tiene también lados ambiguos. Cuando cubrí la Guerra de las Malvinas
conocí torturadores de la ESMA, antes de saber lo que habían hecho, y te
aseguro que no llevaban la T de torturador tatuada en la frente. Jamás hubiera
sospechado que eran semejantes canallas. En Angola estuve tomando copas con un
tipo que estaba torturando a otro. En un descanso se sentó conmigo y me contaba
cómo eran sus técnicas, los cuidados que había que tener para que no se te
muera, los vínculos afectivos entre torturadores y torturados.
-¿No se le planteó un dilema ético?
-Yo era un reportero. Lo que me estaba contando me
interesaba, yo quería que me hablara. Después el lector sacará sus
conclusiones. Yo les doy el material sin manipular, virgen, sin contaminarlo
con mi opinión.
Falcó
Autor:
Arturo Pérez-Reverte
Editorial: Alfaguara
© La
Nación
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