Por Román Lejtman |
(Desde Washington) Mauricio Macri se había preparado para su
primera reunión con Barack Obama en la intimidad de la Casa Rosada. Tenía su
hoja de ruta y esperaba cauteloso una señal positiva del presidente de los
Estados Unidos. Obama se acomodó frente a Macri y en sólo un instante exhibió
su intención de acompañar la reinserción del país en la agenda global. Hubo
química política entre ambos mandatarios y desde ese momento todo fluyó entre
Buenos Aires y Washington.
Con la victoria de Donald Trump, esa relación
privilegiada terminó y ahora se inicia una etapa incierta y compleja. Trump
pondrá en el freezer la actual relación entre Argentina y Estados Unidos y se
va a cobrar el apoyo público de Macri a la candidatura de Hillary.
Trump le ganó al matrimonio Clinton, a la familia Obama, a
los medios más importantes de Estados Unidos, a las encuestadoras de
Washington, a la clase media americana, a las minorías en ascenso, al
establishment republicano y demócrata, a los banqueros de Wall Street, a las
estrellas de Hollywood, a los magnates de Sillicon Valley, a la elite
universitaria y al club de los líderes mundiales. Su triunfo puso en crisis el
sistema político global, y esa crisis afectará a la Argentina, que apostaba a
la apertura comercial y a la diplomacia multilateral, dos conceptos modernos
que no figuran en el diccionario del presidente republicano.
Hasta ahora, Buenos Aires y Washington tejían una relación
bilateral que no soslayaba la participación del Mercosur. Es más, hace dos
semanas, el ministro Francisco Cabrera se mostraba confiado en iniciar
negociaciones para lograr un Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y
el Mercosur. Macri, y obvio toda su administración, deberán reconsiderar la
estrategia de inserción de la Argentina a través de la Casa Blanca.
El presidente electo no cree que la región sea un escenario
clave para los intereses de Estados Unidos. Y si lo pensara, su prioridad será
México, Venezuela y Colombia, en ese orden. Asimismo, Argentina apuesta a una
economía de apertura, mientras que Trump se inclina por una agenda
proteccionista para cumplir con las expectativas de sus votantes sin empleo,
con escasa educación y xenófobos.
En los últimos siete meses, Argentina había construido una
hoja de ruta profunda, moderna y de interés mutuo con la Casa Blanca. Y es
probable que, al principio, la inercia política contribuya a evitar que esa
agenda pierda ritmo y quede en el olvido. Pero sin Obama ni Clinton en el Salón
Oval, todo se complicará respecto al comercio y al flujo de inversiones. Por
eso, Macri tiene la tarea de encontrar una nueva táctica para establecer una
relación formal con Trump. Ambos comparten un pasado de desencuentro, y el
magnate americano se caracteriza por su personalidad explosiva y recelosa.
Trump debe conformar su gabinete, establecer una relación
política con el Capitolio, recibir o visitar a los líderes mundiales, fijar su
posición como presidente electo sobre ISIS, el Brexit, los refugiados, China,
su agenda doméstica, Europa, Medio Oriente, la OMC, el funcionamiento de la
ONU, la OTAN, el cambio climático, los refugiados y Francisco. Es decir: Trump
tiene que explicitar en público y en privado cómo será el mundo según Trump.
Y después de esta tarea, casi un galimatías para un
presidente que no sabe cómo funciona la realpolitik, Macri tiene que lograr que
Washington –o lo que quede de las reglas conocidas de su establishment—no
entierre una agenda multilateral que era clave para atenuar los efectos de doce
años de populismo y discurso único.
No será una tarea sencilla. A Trump le importa poco la
Argentina, y se suma sus viejos asuntos con Macri. Y además, está el resto del
planeta, que aún no sabe cómo tratar, educar, liderar, contener o enfrentar a
un presidente que construyó su oportunidad política, venció a todos sus
adversarios y cree que puede reconstruir la grandeza de los Estados Unidos.
Un sueño político de morfología indescifrable, con la lógica
de una trampa para bobos.
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